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OPINIÓN - JUEVES 23 DE FEBRERO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Yo soy del Madrid
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Más de una vez he declarado, en esta columna, que soy madridista desde que vestía pantalón corto. Es decir, de cuando el Madrid sin Di Stéfano las pasaba canutas y casi todos los españoles eran hinchas furibundos del Athletic de Bilbao. Y hasta manifestaban el porqué de esa atracción que sentían por el equipo bilbaíno: “En el Athletic nada más que juegan los vascos”. Proclamaban con orgullo. Ese sentir lo trasladaban también a otros menesteres de la vida cotidiana. Si un policía se extralimitaba en sus funciones, allá que las gentes respondían que seguro que éste no sería capaz de comportarse, así, en tierras norteñas. “¡Con los vascos tendrían que dar!...”. Exclamaban a coro todos los presentes.

Los vascos, pues, estaban muy bien considerados y se les enjuiciaba siempre con la misma muletilla: “Son nobles aunque un poco brutos”. Tener un amigo vasco daba para mucho. Y, claro, los vascos, ya de por sí con el ego muy subido de tono, llegaron a creerse que el serlo era más bien un premio divino. De manera que les faltaba tiempo para hacerse notar en cuanto salían de su tierra. Bebían más que nadie, comían más que nadie, sus meadas eran más largas, y cantaban con más fuerza que ningún otro habitante de una tierra llamada España, a la cual pertenecían seres inferiores.

Por lo tanto, en aquellos tiempos de postguerra, a los vascos les hacían el artículo casi todos los habitantes de una España sumida en la desesperación y el hambre. Ciudadanos que veían en Vizcaya la tierra de promisión y soñaban con coger la maleta y plantarse ante las oficinas de los Altos Hornos para ver si conseguían un empleo. Recuerdo que en los Altos Hornos trabaja un gaditano, de apellido Sevillano, que debía tener mucha mano en la empresa. Pues todo el mundo esperaba su visita a Andalucía para procurarse una tarjeta de recomendación que, según decían, era mano de santo. El tal Sevillano viajaba a su pueblo, El Puerto de Santa María, en verano o cuando al Athletic de Bilbao le tocaba jugar en Nervión. Y sus paisanos recibían al maketo poderoso, esperanzados en ser de los distinguidos por el garabato que ponía en la cartulina donde se especificaba su posición en la industriosa Bilbao. Lo cual era garantía de obtener un puesto de trabajo. Del Athletic era hasta Franco. Y no porque al generalísimo le gustara mucho deleitarse en aguas de Guipúzcoa, durante su período de vacaciones, sino porque dicen que disfrutaba lo indecible viendo como los leones alzaban la Copa que llevaba su nombre. Fue morir el Caudillo y los leones perder el rugir con que asustaban a sus rivales coperos.

Un buen día, de la mitad de los años 80, Antonio Vázquez, a la sazón concejal de Deportes, me habló de si había alguna posibilidad de que Telmo Zarra aceptara venir a Ceuta para dar una conferencia futbolística. Llamé a Lezama, ciudad deportiva donde se forjan los chavales que han de mantener el prurito de que en el Athletic todos los que juegan son vascos, para ponerme en contacto con Delgado Meco. Manolo, a quien conozco desde que él era un niño, no dudó en prepararme una entrevista telefónica con el héroe de Maracaná. Y Zarra me causó una impresión extraordinaria. En la charla, y aclarado que él no estaba en las condiciones físicas precisas para hacer un viaje así, salió a relucir su madridismo. “No lo vayas a publicar, Manolo, me dijo con sorna; pues no están las cosas ahora como para que se sepa que muchos jugadores vascos, de la época grande, nos bebemos los vientos por un Madrid que nos agasaja a la menor ocasión”. Yo sigo siendo del Madrid: aunque reconozco que me dan ganas de no serlo cuando leo la prensa madrileña, que tanto daño le está haciendo al club. Acabo de leer el As.
 

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