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OPINIÓN - MARTES 21 DE FEBRERO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Abel Matutes
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Leyendo El País, durante la mañana de un domingo donde prima el mal tiempo, me encuentro con el siguiente titular: “La revuelta contra el asfalto despierta a Ibiza”. El subtítulo me aclara el motivo por el que parte del pueblo ibicenco se ha encabritado: por las obras de una autovía que amenaza la riqueza natural de la isla.

Confieso que, antes de seguir leyendo la noticia, lo que me extraña es que los ibicencos se manifiesten por algo. Ya que el paisaje produce calma y una placidez que halla su desahogo en cuanto se hace la noche y las discotecas comienzan a funcionar. En rigor: los ibicencos son de una pachorra capaz de poner de los nervios a cualquiera que muestre un adarme de actividad.

Pero a medida que voy adentrándome en el meollo de la cuestión, no entiendo por qué los opositores a esa autovía no han cumplido con lo establecido en la isla desde tiempo inmemorial: visitar a Abel Matutes para que éste decida lo que conviene hacer. Mas pronto salgo de dudas: el dueño de la isla es miembro del consejo de administración de Fomento Construcciones y Contratas. La empresa a la que se le han adjudicado las obras. Y, cómo no, es también dueño de la cantera donde se extraerá la grava necesaria.

Hace más de tres décadas, Ibiza era un paraíso en el cual las familias ibicencas destacadas no daban un paso sin consultar a “don Abel” o al “Amo”, como yo tuve la oportunidad de oír muchas veces entre payeses que habiendo vendido sus tierras entraron a formar parte de un grupo de nuevos ricos con dinero suficiente en los bancos y dueño de acciones de hoteles muy rentables. Abel Matutes se atrevía ya con todo: recuerdo cómo la denuncia de unos pilotos ingleses, hizo que el ministro del Aire, un tal Benjumea -cito de memoria-, firmara el derribo de un hotel que el empresario y banquero había construido en sitio y con altura suficiente como para ser un peligro para los aviones que buscaban la pista de aterrizaje del aeropuerto de Es Codolar. Bramó el dueño de la isla, pero el edificio fue volado mediante la técnica de un desplome vertical e instántaneo, para aprovechar ciertos materiales. Si bien el ministro, poco tiempo después, sufrió la contra conveniente por haberse metido con quien ya era un hombre intocable en la España de Franco.

Abel Matutes se había dejado convencer, en aquel tiempo, para figurar como presidente de honor del equipo de fútbol de su tierra. Con tan mala fortuna que el equipo, faltando 16 partidos para finalizar la Liga, iba el último. Y, claro, a un tipo ganador la idea del descenso no le cuadraba. Y fue entonces cuando yo tuve la oportunidad de conocerlo. Habiendo pertenecido al Español de Barcelona, durante su época de estudiante, creía saber de fútbol y me dijo que él estaba convencido de que ni conmigo, de quien le habían hablado muy bien, era posible la salvación de la Sociedad Deportiva Ibiza. Y prometió pagar una comida por cada victoria conseguida. Pagó las dos primeras. Porque obtuvimos doce victorias, tres empates y una derrota. Aunque no por tacañería, sino porque no disponía de tiempo para distraerse en menesteres secundarios.

En la segunda comida, celebrada en el restaurante El Yate, situado en sitio estratégico de la bahía de San Antonio, me sentaron a su izquierda, mientras un primo suyo ocupaba el flanco derecho. Éste aprovechó la ocasión para proponerle un negocio. Y Matutes, mirándolo despectivamente, le respondió: “Antes prefiero regalarte la parte que me correspondería poner en la sociedad y saldré ganando”. Los que se oponen a ser desalojados de tierra y casa, para dar paso a la autopista, ya han sido despreciados por Matutes. Lo cual es peligroso y poco rentable.
 

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