Hacía ya su tiempo que no coincidía con él por los
alrededores del Mercado Central de Abastos. Algo extraño:
pues es merodeador fijo de esa zona, porque le gusta
comunicarse con la gente que ha de ganarse los “grabieles”
en plena calle. Le agrada sobremanera alternar con quienes
montan el tenderete en las aceras y viven cada día pensando
sólo en el presente rabioso. Que hacer proyectos está reñido
con una forma de ser donde prevalece el poner la olla
diaria. Días atrás pasó junto a mí, ensimismado como en él
es habitual, y al llamar su atención me contó con su
celeridad característica, lo bien que se habían portado con
él los directivos del Córdoba que viajaron hasta Ceuta hace
ya algunos domingos. Me lo relató con la felicidad que a él
le proporciona cualquier gesto amable que le llegue de
tierras cordobesas. No en vano, y creo haberlo repetido
muchas veces, allí se le sigue considerando una estrella
que, cuando los años cincuenta estaban tocando a su fin,
convertía el campo del Arcángel en un clamor por lo que
inventaba en el césped. Bohemio empedernido, fuera del
estadio era Paz también la alegría y el paño de lágrimas de
todos los desharrapados que pululaban por el centro de la
capital. Un día, de hace muchos años, fui a visitarlo a la
tienda de comestible que poseía en Hadú, y me regaló la
fotografía donde comparte montura con el Gran Capitán, en la
plaza de las Tendillas. Una joya. Como era su juego.
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