La visita del presidente del
Gobierno fue saludada, en su día, con tal reconocimiento:
“La presencia oficial del presidente del Gobierno en Ceuta
es un acontecimiento histórico de un extraordinario valor
político para nuestra Ciudad. Es justo concebirlo así de
modo unánime. Su significado simbólico de reafirmación de la
españolidad de Ceuta debe prevalecer sobre cualquier
circunstancia”.
De esta manera daba Juan Luis Aróstegui su bienvenida a ZP
el ya famoso jueves, día 2, cuando éste se echaba abajo de
la cama para comenzar su recorrido por las calles céntricas
de Ceuta. Y hasta denunciaba, de forma tajante, “la
furibunda y desquiciada reacción del PP”. Con evidente ánimo
de devaluar la encomiable comparecencia de un presidente,
tras veinticinco años de espera. Lo cual había echado abajo
todos los argumentos que hacían de Aznar poco más o menos
que un héroe dispuesto siempre a defender los intereses de
Ceuta.
A los siete días del acontecimiento, Aróstegui criticaba ya
la mudez del visitante y lo achacaba al miedo de no molestar
a Marruecos transgrediendo los límites de un juego
diplomático pactado. Y arremetía contra los asesores
encargados de elaborar la agenda de la visita y el férreo
control de todos y cada uno de los movimientos de ZP. Y se
lamentaba de que un presidente, que se tiene por
progresista, diera la espalda a los parados.
Pero el hombre que siempre ha soñado con ser alcalde de esta
ciudad no podía olvidarse de criticar, acerbamente, a Juan
Vivas. De quien sigue pensando que es un advenedizo de la
política y, por tanto, no merece ser el presidente de esta
tierra. Lean lo siguiente: “El único cordón umbilical que
unió la burbuja del Presidente con Ceuta fue el alcalde de
la Ciudad. A él correspondía la trascendental misión de
trasladar un mensaje reivindicativo. Mayúscula frustración.
Hizo honor a su bien ganada fama de paradigma de la
genuflexión por antonomasia. Su intervención se limitó a un
lastimero sollozo entre la exaltación empalagosa y la
imploración sin convicción. Nuestro alcalde volvió a
confundir lealtad con sumisión, hospitalidad con hipocresía
y agradecimiento con adulación”.
Catorce días más tarde, Juan Vivas es acusado de gancho de
los timadores: los timadores son los socialistas, cuya
obsesión, según Aróstegui, es machacar a Ceuta por estar
gobernada por los populares. Ironiza, más bien hace
sarcasmo, con la visita de Vivas al ministerio que ocupa
Jordi Sevilla. Y acaba escribiendo, entre otras lindezas,
que la política del PSOE es, por encima de cualquier otra
condición, sectaria. Y apostilla: “En su estrategia, urdida
por individuos mediocres y soberbios, no hay lugar para los
intereses generales. Consideran la política, exclusivamente,
como un instrumento para obtener poder y prebendas”.
Si lo sabrá él...: que se ha distinguido siempre por su
esfuerzo denodado en hacer acopio de ambas cosas. La verdad
es que me había prometido no referirme más al todopoderoso
secretario general de CCOO. Por razones que no vienen al
caso. Si bien, por mor de lo que le he venido leyendo,
durante tres jueves seguidos, me ha sido imposible cumplir
mi promesa. Yo no sé si Vivas invitó, o no, a un Aróstegui
tan importante a la comida que la Ciudad le ofreció a ZP;
pues parece que el hombre respira por esa herida. De ahí que
no tenga empacho en tildar al presidente de cobarde: “Ceuta
necesitaba una voz valiente, rigurosamente contundente y
enérgica. Y no la tuvo. Hemos transmitido la imagen de un
pueblo dócil, indeciso, timorato, servil y resignado”.
Urge, digo yo, cambiar la imagen de Ceuta. Una tarea que
reclama que nos volquemos en las urnas con Arostegui. ¡Uf!:
otro salvador de la patria.
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