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OPINIÓN - MARTES 14 DE FEBRERO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

La respuesta de Azorín
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

A mí me gustan todos los géneros literarios. Pero, desde hace mucho tiempo, vengo leyendo con avidez el concerniente a las biografías. Y en cuanto tengo ocasión, allá que busco el índice general de los anuarios donde aparecen éstas y elijo una tras otra hasta dejarme la vista pegada en el papel. También suelo darle rienda suelta a mi interés por una clase de literatura que ayuda a comprender los comportamientos de las personas, buscando en la Internet a personajes de los que quiero saber.

El domingo, mientra hacía tiempo para ver un Valencia-Barcelona que presagiaba emoción a raudales, conseguí empaparme en la red del transcurrir de la vida de Gonzalo Fernández de la Mora. Político y escritor, entre otras muchas cosas, perteneciente al Opus Dei y a una derecha que en su juventud se manifestaba, por la Gran Vía de Madrid, en contra de la proyección de la película Gilda.

Fernández de la Mora fue ministro de Obras Públicas con Franco y como escritor alcanzó su cenit con El crepúsculo de las ideologías. Pero no es de sus logros como escritor de los que quiero hablar, sino de una anécdota que he leído sobre él en algún sitio que ahora mismo no me acuerdo y que merece la pena recordar aquí:

Un día va a ver a Azorín y le cuenta, acalorado, que él escribe por salvar y cantar la patria, regenerar España, explicar a Dios y otros misterios. El maestro le responde, tranquilo:

-Yo escribo para comer.

No me digan que el maestro no derrochó arte a raudales en la respuesta. Y más que arte, lo que yo veo en tan certera contestación es la humildad de quien, estando ya de vuelta de todo, no soportaba que le contaran milongas, aunque estuvieran adobadas de piadosas palabras y de posado de miras altas que le iban muy bien a unos pocos para entretener a quienes andaban casi siempre con la botarga desatendida.

Calculando el tiempo en que la anécdota ocurrió, se me viene a la mente el Azorín achacoso que paseaba por los alrededores de la carrera de San Jerónimo, casi arrastrando sus piernas y sin despertar la menor atención entre quienes se cruzaban con él, pero todavía lúcido para poner a Gonzalo Fernández de la Mora firme y sin ninguna capacidad de reacción que no fuera la callada por respuesta y optar por darse el piro.

-Yo escribo para comer.

Una frase rotunda, que debió hacer mella en la voluntad de quien fue buscando consuelo para sus ideas en una figura del 98 que tuvo que hacer malabares para ganarse la vida en una España sometida a vaivenes tumultuosos. Y si esta figura de las letras, el hombre capaz de hacer de los detalles pequeños una obra de arte, aclara las razones que tiene para seguir escribiendo, qué coño pintan algunos diciendo que escriben para ser respetados o temidos y demás zarandajas de ese tipo. Hagan el favor, pues, de no contarles a la gente el cuento del alfajor, y procuren ser más humildes de hecho y no con palabras vanas y muletillas de andar por casa.

El oficio de escribir, además de aptitudes para desenvolverse en él, está necesitado de trabajar diariamente para conseguir dominar las reglas de un hacer que nunca se llega a dominar en la medida que uno quisiera. Y no hay mayor humildad que reconocerlo y encerrarse entre cuatro paredes, muchas horas, para comprobar, con cierta desesperación asumida, que es imposible obtener unos resultados como los que han ido consiguiendo quienes nos hacen dejar la vista en todo lo que escribieron. Un trabajo arduo y que necesita la recompensa de una publicación remunerada.

Lo cual muchos mediocres, perezosos y con ánimos de figurar, persiguen y pocos obtienen. Ley de vida. Así que menos invocar a Dios y más lecturas de Azorín.
 

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