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OPINIÓN - SÁBADO 11 DE FEBRERO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Antonia María Palomo

 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando se van a cumplir diez días de la visita del presidente de Gobierno a Ceuta, y los comentarios sobre tan histórico momento se van diluyendo, conviene resaltar el momento de optimismo que está viviendo Antonia María Palomo. Aunque ella bien sabe, porque no es precisamente mujer llamada a engañarse, que ni siquiera la visita de ZP le va a producir unos beneficios electorales acordes con un acontecimiento de valor incalculable.

Ahora bien, sería impensable que el hecho no vaya a servir para que los socialistas de Ceuta no mejoren sus resultados en las urnas. De no ser así, podríamos aventurarnos a decir que nunca más tendrían los de la calle Daoíz una oportunidad tan clara de hacerse notar de manera parecida a como lo hicieron en el año 82. El año en que los españoles canjean sus ilusiones por una promesa de “cambio”, según reza en el primer capítulo del Ciclón socialista, libro escrito por Gloria Lomana.

En aquel tiempo, de ilusiones ciudadanas ilimitadas, de fervores partidistas, y, por qué no destacarlo, de la aparición de innumerables personas dispuestas a abrazar el socialismo para generarse un modo de vida mejor, tuvieron mucho protagonismo los sinvergüenzas y desaprensivos de turno.

Muchos de ellos, cuyos nombres aún siguen sonando, pusieron la primera piedra para que el socialismo ceutí principiara a despeñarse por la ladera que conducía al irremisible abismo y en el cual ha estado mucho tiempo sin apenas poder iniciar su escalada hasta la superficie.

Y en esa sima, donde todo es aridez y hay que aprender a subsistir con lo mínimo, permanecieron los socialistas de verdad; los que nunca dejaron de creer en sus ideas y se nutrían de sueños que les hablaban de la posibilidad de volver a ganar unas elecciones generales.

Antonia María Palomo aguantó las inclemencias de un vivir el socialismo activo, mirando desde las profundidades del barranco hacia un Partido Popular que arrasaba en las urnas y que se había convertido en un poder omnímodo, debido a que imponía su autoridad en la plaza de los Reyes y en la de África.

Cierto que la secretaria general de los socialistas supo capear el temporal, como funcionaria, pero sin perder su condición vitalista y, desde luego, insuflando ánimos a los compañeros que llegaban a la sima, es decir, a la sede, a punto de entregar la cuchara.

De ahí que yo piense que no es justo que, ahora, se le exijan más sacrificios de los que hizo durante ese vivir bajo tierra y donde el único respiradero se lo proporcionaba el saberse protegida por el dinero que entraba en su casa. Creo que no hace falta ser más explícito con quienes no dudan en criticarla por cuestiones de no sé qué enchufismo.

Por lo tanto, y si bien en política es lícito que quien tiene aspiración de poder le mueva la silla al que está por delante, convendría que en el PSOE tuvieran el acierto de cerrar filas y de evitar que se atente, bajo cuerda, contra la mujer que ha sido capaz de aguantar carros y carretas al frente de una secretaría por la que pocos mostraban interés cuando Aznar, Moro y Vivas partían el bacalao.

De lo contrario, si los socialistas comienzan a dispararse entre ellos porque una facción está convencida de que la señora Palomo no da la medida para enfrentarse a Juan Vivas en las próximas elecciones, acabarán transitando, nuevamente, por esa sima de la que están todavía a media escalada. Esperen, pues, los agitadores, a que se celebren las elecciones autonómicas, y dejen disfrutar a la secretaria del momento histórico que ha vivido con la llegada del presidente del Gobierno. Se lo ha ganado.
 

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