Cuando se van a cumplir diez días
de la visita del presidente de Gobierno a Ceuta, y los
comentarios sobre tan histórico momento se van diluyendo,
conviene resaltar el momento de optimismo que está viviendo
Antonia María Palomo. Aunque ella bien sabe, porque no es
precisamente mujer llamada a engañarse, que ni siquiera la
visita de ZP le va a producir unos beneficios electorales
acordes con un acontecimiento de valor incalculable.
Ahora bien, sería impensable que el hecho no vaya a servir
para que los socialistas de Ceuta no mejoren sus resultados
en las urnas. De no ser así, podríamos aventurarnos a decir
que nunca más tendrían los de la calle Daoíz una oportunidad
tan clara de hacerse notar de manera parecida a como lo
hicieron en el año 82. El año en que los españoles canjean
sus ilusiones por una promesa de “cambio”, según reza en el
primer capítulo del Ciclón socialista, libro escrito por
Gloria Lomana.
En aquel tiempo, de ilusiones ciudadanas ilimitadas, de
fervores partidistas, y, por qué no destacarlo, de la
aparición de innumerables personas dispuestas a abrazar el
socialismo para generarse un modo de vida mejor, tuvieron
mucho protagonismo los sinvergüenzas y desaprensivos de
turno.
Muchos de ellos, cuyos nombres aún siguen sonando, pusieron
la primera piedra para que el socialismo ceutí principiara a
despeñarse por la ladera que conducía al irremisible abismo
y en el cual ha estado mucho tiempo sin apenas poder iniciar
su escalada hasta la superficie.
Y en esa sima, donde todo es aridez y hay que aprender a
subsistir con lo mínimo, permanecieron los socialistas de
verdad; los que nunca dejaron de creer en sus ideas y se
nutrían de sueños que les hablaban de la posibilidad de
volver a ganar unas elecciones generales.
Antonia María Palomo aguantó las inclemencias de un vivir el
socialismo activo, mirando desde las profundidades del
barranco hacia un Partido Popular que arrasaba en las urnas
y que se había convertido en un poder omnímodo, debido a que
imponía su autoridad en la plaza de los Reyes y en la de
África.
Cierto que la secretaria general de los socialistas supo
capear el temporal, como funcionaria, pero sin perder su
condición vitalista y, desde luego, insuflando ánimos a los
compañeros que llegaban a la sima, es decir, a la sede, a
punto de entregar la cuchara.
De ahí que yo piense que no es justo que, ahora, se le
exijan más sacrificios de los que hizo durante ese vivir
bajo tierra y donde el único respiradero se lo proporcionaba
el saberse protegida por el dinero que entraba en su casa.
Creo que no hace falta ser más explícito con quienes no
dudan en criticarla por cuestiones de no sé qué enchufismo.
Por lo tanto, y si bien en política es lícito que quien
tiene aspiración de poder le mueva la silla al que está por
delante, convendría que en el PSOE tuvieran el acierto de
cerrar filas y de evitar que se atente, bajo cuerda, contra
la mujer que ha sido capaz de aguantar carros y carretas al
frente de una secretaría por la que pocos mostraban interés
cuando Aznar, Moro y Vivas partían el bacalao.
De lo contrario, si los socialistas comienzan a dispararse
entre ellos porque una facción está convencida de que la
señora Palomo no da la medida para enfrentarse a Juan Vivas
en las próximas elecciones, acabarán transitando,
nuevamente, por esa sima de la que están todavía a media
escalada. Esperen, pues, los agitadores, a que se celebren
las elecciones autonómicas, y dejen disfrutar a la
secretaria del momento histórico que ha vivido con la
llegada del presidente del Gobierno. Se lo ha ganado.
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