Cuando parecía que el Madrid
levantaba cabeza y daba pie a que sus periodistas de cámara
se lanzaran a cantar una leve mejoría en su juego como si
fuera una recuperación extraordinaria, llega el mazazo de la
Romareda y deja al equipo sumido en un mar de confusiones.
La cual se produce porque los citados periodistas insisten
en ver estrellas donde sólo hay fugaces destellos de
futbolistas cuyas intermitencias son más luminosas que sus
acciones brillantes. De ahí que idolatrar a Guti, entre
otros, es un pecado que redunda en contra del juego de
conjunto y ofrece la posibilidad de que éste se resienta
hasta el extremo de que se convierta en un desastre, cuando
más confiados están los madridistas.
Han dado en la manía de aseverar, todos esos críticos, que
José María Gutiérrez se basta y se sobra para actuar como
artista principal en esa zona vital que es el medio terreno.
Un error lamentable, que termina siendo asumido por los
técnicos por no querer abrirse un frente atentatorio contra
su continuidad. No cabe duda de que Guti, a quien hay que
valorar en su justa medida, se ha convertido en un
quebradero de cabeza para cualquier inquilino del banquillo
blanco. Frente al Zaragoza se volvió a demostrar, una vez
más, que el canterano, amén de su más que conocida
irregularidad, no soporta la presión de los rivales y su
lucidez en el pase, tan celebrada, acaba por convertirse en
pérdidas de balón que dejan a los defensas expuestos a un
sufrimiento inaguantable. Guti no es Zinedine Zidane,
desgraciadamente, pero los hay empeñados en colocarlo a su
altura y más que beneficiarlo lo están engañando y, de paso,
dañando al club. En Zaragoza, su nefasta actuación arrastró
a todo un equipo en el cual Helguera, en noche aciaga, pudo
muy bien haber certificado su pase a la reserva y, tal vez,
haya propiciado su cuenta atrás cual jugador merengue.
Helguera, que siempre adoleció de falta de velocidad, causó
pena en el césped maño. Lento hasta lo indecible, se mostró
incapaz de evitar, con solo su sentido de la colocación, los
ataques que por su pierna izquierda, banda derecha de los
aragoneses, hicieron los hombres de Víctor. Lo que, junto a
otros errores de bulto, consiguió que Sergio Ramos terminara
desquiciado. De manera que los goles fueron cayendo en una
portería donde su titular es otro personaje sobrevalorado y
que muy bien pudo evitar dos o tres de los goles recibidos.
Sin embargo, con Casillas sucede lo nunca visto: un portero
que interviene una vez con acierto, y que encaja seis goles,
continúa siendo protegido por una prensa que, sin duda, de
haberle ocurrido a César, su colega, éste hubiera sido
tomado a chirigota y analizado con crueldad.
Después de lo visto el miércoles pasado, no me extraña que
Florentino Pérez vuelva a caer en esa depresión que le
hacía, no ha mucho, mascullar maldades en el palco contra
todo lo que se movía en el terreno de juego. Y es que poco
ha durado la alegría en casa de un rico donde sus estrellas
rinden como pobres. Y a las que, de cuando en cuando, les
incita Zidane a que tengan un comportamiento acorde con la
historia del club. Lo malo de ello, mírese por donde se
mire, es que el francés es único y, además, está dispuesto a
retirarse por algo tan fundamental como digno de encomio: no
quiere que se recuerde una imagen suya decadente. A partir
de ahí, si Guti es el encargado de tomar el relevo del
francés, y Casillas el gran portero disponible para ganar
nuevos títulos, seguro que el Madrid volverá a ser goleado
en otros campos.
O López Caro se atreve a pedir un portero, o se le
adelantará Capello por la derecha. Pues éste, admirador de
Franco y amante del orden, seguro que no se traga el cuento
que hay montado en relación con Casillas.
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