Su juego frente al Español me hacía desear que el partido no
acabara nunca. Cuando el francés está en vena no hay nadie
que pueda hacerle sombra. Decía Borges que hay nombres que
se debilitan en cuanto son adjetivados porque sí. Y a ver
quién le lleva la contraria al maestro. Aunque ese riesgo no
se corre si uno decide usar el nombre de Zinedine Zidane: un
mago del balón que acciona como ningún otro futbolista es
capaz. Va y viene por el césped, atiborrado de coordinación
y dando muestra fehaciente de que el arte se puede expresar
jugando a ese juego que inventaron los ingleses y que muchos
intelectuales rechazaban por ser de una rudeza inconcebible.
Da pena pensar que esté tan cercana su retirada. Porque,
después de haberlo visto jugar a él, yo tardaré mucho tiempo
en conformarme con lo que otros futbolistas me ofrezcan. Por
más que vayan etiquetados de exquisitos. Menos mal que
cuando diga adiós se quedará, según dicen, como embajador
permanente del Real Madrid. Un acierto: ya que sólo Zinedine
Zidane podría ser el sucesor de Di Stéfano.
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