Andrés Domínguez, ADE para sus
lectores, está recluido en su casa, reponiéndose de un
chequeo. Pero sigue sin perder su humor y, sobre todo, me
hace saber que nuestra amistad es de las que se forjan en
fragua. Y a mí, que la palabra amistad me parece gastada de
tanto usarse en vano, me suena bien cuando Andrés la
pronuncia para nombrarme.
Yo conozco a Andrés desde hace muchos años; un conocimiento
que nos permitía saludarnos, pegar la hebra cuando la
ocasión se encartaba y hasta discrepar, en ocasiones, sin
perder la compostura. Pero fue a raíz de celebrarse un
partido entre jugadores veteranos, para recabar fondos
durante unas fiestas navideñas, que empezamos a
frecuentarnos más.
Y, tras ese primer paso, decidimos reunirnos todos los
sábados, salvo inconvenientes o imprevistos de última hora,
para parlotear en la sala de estar de un hotel, degustando
el inevitable café de la mañana. Una costumbre que vengo
echando de menos, debido a que mi amigo ha cogido la misma
manía que políticos y futbolistas: hacerse revisiones cada
dos por tres. Por lo tanto, no te quejes si luego te ves
obligado a enclaustrarte más tiempo del que tú y yo
quisiéramos. Y en momentos donde me consta que hubieras
querido vivir en la calle la visita de José Luis Rodríguez
Zapatero, como presidente del Gobierno. En cualquier caso,
aquí estoy yo haciéndome a la idea de que estamos, un sábado
más, en el Hotel Tryp, intercambiando pareceres y, por qué
no decirlo, dándole a la sinhueso sobre asuntos que nos
repatean y que nos obligan a repetirnos.
Habrás observado, amigo, mediante la lectura de tus
periódicos favoritos, de esa radio que siempre tienes a mano
y de tu navegar por la Internet, que Juan Vivas ha sido fiel
a su forma de ser y ha dado una lección de saber estar a
todos los políticos que han hecho del insulto por sistema y
de la mala educación sus armas predilectas. Sí: ya sé que la
oposición debe contar con personas dispuestas a bramar
contra quienes están gobernando. Pero los hay que más que
oposición lo que hacen es rebuznar. Y ya sabes, Andrés, a
quién me refiero.
También te anticipo que no pude entrevistar a Jesús Caldera,
porque como ya sabrás se borró del viaje a última hora. Y me
hubiera gustado hacerlo, dado que en su pueblo, Béjar,
cumplí yo mis veinte años. Y, seguramente, podría haberle
contado algunos recuerdos de familia. De la suya; es decir,
de la del ministro de Trabajo. Y se lo habría pasado muy
bien conmigo. Igual que cuando, como tú recordarás,
entrevisté a Pío García Escudero y nos pusimos ambos a
hablar de toros. Y es que el hombre, bien conocido por ti,
venía exhausto de soportar una entrevista en la televisión
local. Donde un pesado, con aires remilgados, me lo había
dejado hecho una braga.
Que es, Andrés, como llegó ZP a Ceuta, después de aguantar
las impertinencias de Juan José Imbroda. Y todo porque éste,
ya lo he escrito en otras ocasiones, cumple casi a rajatabla
el guión que le marcan desde la sede sita en la calle
Génova. Y, por más que intente mostrarse afable, se acuerda
de las consignas de Zaplana y Acebes y se pone algo
atrabiliario. Si bien no llega, todavía, a la altura de
Francisco Fraiz cuando mandaba algo.
Y metido ya de lleno en cháchara, tal y como haríamos en
caso de estar ahora sentados en el Tryp, te diré que estuve
en el bar del Hotel La Muralla, el miércoles pasado, a fin
de ver el ir y venir de la gente que esperaba la llegada de
Zapatero y Juan Vivas, con sus respectivos séquitos. Y que
hablé con Emilio Carreira, a quien por cierto lo vi mejor
que nunca. Después, querido amigo, en medio de tan grande
bullicio, me eché un vino al coleto para brindar por tu
recuperación.
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