Desde hace ya varios meses, se nos
viene diciendo que España está presta a romperse en mil
pedazos y que urge poner remedio a esa desmembración que
viene propiciando el presidente del Gobierno.
El motivo principal que se esgrime es la reforma del
Estatuto de Cataluña. Y, claro, conociendo que la ocasión
para desencadenar el golpe del 36 lo facilitaron dos
cuestiones “sensibles”: los sucesos de Castilblanco y Arnedo
-que tocaban el orden público- y la discusión en Cortes del
Estatuto de Cataluña -que tocaba la unidad de España-, uno
puede pensar que en cualquier momento algunos estén tentados
de volver a repetir el pasado. Y, aunque todo quedaría en un
intento, dada la situación actual de España, convendrán
ustedes en que no dejaría de ser un hecho que serviría para
colmar las aspiraciones de cualquier émulo de Tejero.
Pues bien, el hombre que está siendo señalado como ese
demonio que está poniendo a España al borde de la
Balcanización y a quien se le achacan todos los males
actuales, pasó por esta ciudad y dejó en el ambiente la
sensación de que no necesita alardear de bragueta para que
le sea reconocido que no se amilana fácilmente.
Impecable la visita de Zapatero a Melilla y Ceuta,
gobernadas ambas por una derecha que debiera centrarse más,
y demostración evidente de que hay citas que merecen la pena
ser recordadas, en ocasiones. He aquí una: “Cada época ha
sido siempre la peor. Y si las ha habido verdaderamente
peores, estas dieron a luz las grandes cosas”.
De tal visita, dijimos antes de que el presidente del
Gobierno pusiera los pies en el helipuerto, que éste se iba
a entrevistar con un presidente, Juan Vivas, que se
manifiesta siempre con la moderación que los españoles
estamos pidiendo a gritos. Y que ni siquiera las consignas
de su partido, por más que sea respetuoso con ellas, lo
hacen salirse de madre. Lo cual, dado los tiempos que corren
y en una ciudad tan compleja, tiene un mérito indiscutible.
No obstante, el presidente haría bien en cortar de raíz que
se publiquen editoriales favorables a su causa, fabricados
en su seno y enviados luego a cierto medio. Método que
impuso el GIL y que, como todo lo grotesco e impropio,
parece ser que se ha convertido en una mala costumbre.
Porque si algo hay que no necesita Vivas, en estos momentos,
es contar con periodistas de cámara que, incluso, pongan su
firma a cualquier escrito oficialista.
Y no lo necesita, entre otras muchas razones, porque hay una
muy principal: Vivas representa ese centro político que
necesita recuperar su partido, cuanto antes, si quiere
volver a ganar unas elecciones generales. Y ello es algo que
tienen más que asumido los dirigentes populares, por más que
desde la trastienda les apriete las tuercas un José María
Aznar que sigue queriendo hacer de los suyos un grupo de
combate aguerrido contra todo lo que diga y haga ZP.
Así, mal haría Javier Arenas, siendo como es político sagaz
y tan proclive a destacar su amor por Ceuta, en no incitar a
Vivas para que éste, después de lo bien que le ha salido su
papel como anfitrión del presidente del Gobierno, diga algo
que no deba decir o nos salga con un tono faltón que, por no
ser su estilo, le cae peor que una bufanda a una foca. Que
para esos menesteres ya cuentan en el partido con personas
capacitadas para contarnos el cuento del alfajor.
Máxime cuando, y lo he repetido hasta la saciedad, el PP con
Juan Vivas al frente, seguirá ganando elecciones hasta que
se aburra. Y todo, claro está, por hacer de la moderación su
enseña política. Ah, me remito a lo ya dicho días pasados:
de haber elegido Vivas militar en el PSOE, seguro que habría
obtenido también la mayoría absoluta.
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