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OPINIÓN - JUEVES 2 DE FEBRERO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Cursilería
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

La ministra de Cultura, Carmen Calvo, mujer nacida en Cabra, pueblo que le debe al latín el que los nacidos allí sean nominados como egabrenses, parece ser que gusta de poner el mingo en casi todo cuanto dice o hace. Para que luego digan que las mujeres se cortan por el qué dirán. Cuando es todo lo contrario; las mujeres son mucho más decididas a la hora de ponerse el mundo por montera. De no se así, cómo hubiera sido posible que la ministra acudiera a la celebración de los Premios Goya con el traje que le había confeccionado Agatha Ruiz de la Prada. Antes conocida como la mujer de Pedro J. Ramírez, pero que al paso que va terminará dándole la vuelta a la tortilla.

Decía que la ministra no desaprovecha la menor oportunidad para hacerse notar allá donde sus deberes ministeriales exigen su presencia. Lo cual le acarrea un sinnúmero de críticas negativas que tratan de ridiculizarla en todos los sentidos. Pero ella, según se está viendo, se crece con el castigo y uno piensa que terminará aburriendo a quienes la persiguen con saña. Y es que las chicas de pueblo, cuando nacen echadas para adelante, son capaces de presentarse en Madrid y hasta ponerse un traje de color fucsia, con una cenefa grande convertida en un arriate cuajado de flores y de lacitos para mantenerlas erectas.

Aunque leídas las explicaciones de la dama cordobesa sobre las razones que tuvo para ir disfrazada de lo que le salió del moño a la excéntrica Agatha, uno cae en la cuenta de que la ministra sabe más que Lepe y que se lo monta de puta madre; como dicen los jóvenes desde hace ya mucho tiempo con el ánimo de que nuestro lenguaje no se quedara estancado en el Siglo de Oro.

Dijo la señora ministra que ella atendía a la petición de la Asociación de Creadores de Moda, y que eligió ser vestida por la mujer del director de El Mundo, y pieza clave en las estrategias que se fabrican en la calle Génova, por el orden alfabético con que piensa satisfacer los deseos de los modistas que quieren tenerla como banco de prueba de lo que diseñen. De tonta, como algunos han querido tacharla, esta ministra no tiene ni un pelo.

Aunque es bien cierto que si la egabrense cumple su promesa, la veremos convertida en un remedo constante de las señoritas Sicur: aquellas hermanas gaditanas, que, en los años esplendorosos del Cádiz liberal, vestían de manera que llamaban la atención por querer representar lo que no eran. Y de esa exhibición diaria, rozando casi siempre lo esperpéntico, nació la palabra adecuada para referirse a ellas con el cachondeo de la tierra: cursis. Es decir, con una simple alteración de las silabas, todo Cádiz sabía de qué se hablaba y de quiénes. Y, desde luego, el término cursi hizo tal carrera que ha llegado hasta nuestros días más fresco que el pescado que espera a ser izado en las aguas de la Caleta.

En Cádiz, y en tiempo donde comparsas, chirigotas, cuartetos y coros han comenzado su pretemporada, ha estado Mariano Rajoy buscando firmantes a su denuncia contra Cataluña, como dijo una gaditana en televisión y que pronto fue corregida por su marido. El mundo al revés, porque a ciertas edades son las mujeres quienes suelen decirles a sus maridos que no abran la boca ni para decir misa. Una misa que parece ser que peligra en algún templo ceutí, debido a no sé qué problemas de olores. Está comprobado que hay hombres tan exquisitos como mujeres cursis y bravas. Si no que pregunten en cierto local donde una pareja de féminas beben y bailan sin descansar y siempre acaban en greña. Con llorona incluida por parte de una de ellas. Nada importante si no representaran a una institución. Siempre es preferible la cursilería de la ministra nacida en Cabra. Algo más divertido que la bronca entre mujeres enamoradas.
 

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