Alguien dijo que la política es
como patinar sobre ruedas. Se va en parte a donde se desea,
y en parte a donde le llevan a uno esos malditos patines. Me
gustaría, pues, preguntarle a Zapatero cuál ha sido su caso
en lo tocante a la visita de Melilla y Ceuta. Pero, debido a
que tiene el tiempo justo y los patines dispuestos para
darse el piro cuanto antes, no me será posible sacarle una
respuesta al respecto. Y ni siquiera me queda el premio de
consolación: que era hacerle una entrevista a Jesús Caldera.
Ya que el ministro de Trabajo, al parecer, se ha borrado del
viaje a última hora.
De cualquier forma, lo primordial es que el presidente del
Gobierno está en Ceuta. Y no hay por qué meterse a deliberar
sobre si ha venido henchido de gozo o arrastrado por las
circunstancias de los hechos ocurridos en la valla
fronteriza. Sobran, por tanto, todos esos comentarios
encaminados a desmerecer la presencia de un presidente
socialista a una tierra donde su partido se las ve y se las
desea para mantener el tipo.
Dicho ello, convendría hacer la siguiente aclaración: la
importancia de la visita de ZP a Ceuta tiene más valor por
el hecho de que ni González ni Aznar pusieron sus pies,
siendo presidentes, en esta ciudad. De no haber sido así,
ver a ZP pasear por la ciudad habría sido algo normal. Tan
normal como cuando lo observamos por televisión dándose un
garbeo por Logroño, Teruel, Sevilla, etc.
Cierto que los ceutíes, al margen de los hechos graves
ocurridos en la valla fronteriza, quedaron sumidos en un
profundo malestar cuando el presidente del Gobierno guardó
aquel silencio fatídico en la cumbre Hispana-Marroquí,
finalizada en Sevilla. Lo del vaso del agua fue, sin duda,
el recurso de alguien que se percató muy pronto de que se le
había ido la olla.
Pero un mal momento, debido a una falta de reflejos, lo
puede tener cualquiera. Lo peor hubiera sido que Zapatero no
hubiera correspondido, inmediatamente, con un gesto como el
tenido en el Senado, durante el debate del Estado de las
Autonomías, diciendo iré a Ceuta y Melilla, nada más
comenzar el nuevo año. Y aquí está: sentado frente a Juan
Vivas, para que éste le ponga al tanto de los innumerables
problemas que tiene la ciudad.
Sería impensable que ZP no supiera qué clase de político es
su anfitrión. Y, desde luego, que es un ganador nato. Que lo
mismo arrasa en las urnas enarbolando las siglas del PP que
lo haría si lo hiciera con las del PSOE. Tampoco conviene
desdeñar que en momentos donde impera un radicalismo atroz
en hechos y opiniones, el presidente de la comunidad
Autónoma de Ceuta se manifiesta siempre con la moderación
que los españoles estamos pidiendo a gritos. Y que ni
siquiera las consignas de su partido, por más que sea
respetuoso con ellas, lo incitan a salirse de madre. Lo
cual, dado los tiempos que corren y en una ciudad como
Ceuta, tan compleja, tiene un mérito indiscutible. De ahí
que, al margen de intereses partidistas, la figura de Vivas
sea cada vez más necesaria para los intereses de esta
ciudad.
Por consiguiente, bien haría el Gobierno socialista en
atender las peticiones de quien seguro hará buen uso de
ellas. Y sería el primer paso, aunque parezca una
contradicción, para que el PSOE pueda ir remontando el vuelo
en una tierra donde innumerables ciudadanos votan al PP
porque creen que con los gobiernos de este partido están más
protegidos de las continuas afrentas de las autoridades
marroquíes.
La presencia de ZP en la ciudad es de incalculable valor por
muchas causas. Y, además, cumple una función fundamental:
meter la duda en el cuerpo de cuantos piensan que los
socialistas desconocen la realidad de Ceuta y que albergan
malas intenciones en relación con el futuro de la tierra.
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