Una gastroenteritis vírica ha
tenido al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez
Zapatero, entre algodones, durante el fin de semana. Lo cual
le obligó a suspender su viaje a tierras asturianas y
leonesas, aunque parece ser que se ha restablecido a tiempo
para visitar Melilla y Ceuta. Menos mal, pues de no haber
sido así, ya habrían salido los malintencionados de guardia
diciendo que todo era un montaje para posponer el viaje
prometido, debido a que desde Rabat le habían amenazado con
el castigo de un nuevo asalto a la valla fronteriza.
No me extraña que a ZP se le hayan inflamado las mucosas del
estómago al alimón con las de los intestinos, por causa de
un virus llamado Carod-Rovira. Que se ha revuelto en sus
tripas nada más conocerse que iba a ser fulminado por Arturo
Mas: un antibiótico potentísimo y al que recurre la clase
media catalana y mucho más la burguesía, en cuanto se
indigestan con platos nacionalistas no condimentados con
algo que se llama seny. Que no es sino lo que los españoles
no catalanes conocemos por sentido común.
Dado que uno ha pasado por indisposición tan lamentable,
alguna que otra vez, aunque nunca producida por virus tan
desagradable, entiende que el presidente del Gobierno llegue
derrengado a su cita con Juan José Imbroda. Lo que unido a
que éste lo está esperando para contarle su vida y la de
Melilla, con la insistencia acostumbrada en él y le tiene
preparada una lista de peticiones interminables, mucho me
temo que ZP se presente en el hotel dispuesto a encamarse
para reponerse de la paliza.
Algo que repercutirá en contra de la reunión que ha de
mantener con Juan Vivas. Quien dialogará con un ZP hecho una
braga. Verdadera mala suerte. Aunque la habilidad y el buen
bajío del presidente ceutí, obrarán el milagro de sacarle a
su visitante el sí para solucionar muchas de las necesidades
que Ceuta tiene.
Yo había pensado en echar mano de ciertas influencias para
mantener una conversación breve, pero intensa, con el
presidente del Gobierno. Si bien he pensado que a éste no
conviene desgastarlo más de lo que me supongo estará ya,
debido a lo antedicho. Y, por lo tanto, a lo mejor decido
procurarme una entrevista con el ministro Jesús Caldera. El
cual viene formando parte del séquito que acompaña al
presidente. Con el ministro de Trabajo me pondría a pegar la
hebra sobre cosas de su pueblo: Béjar. Y seguro que nos
pasaríamos un rato estupendo recordando las calles de su
niñez y cómo era ese pueblo salmantino allá cuando estaba a
punto de comenzar la década de los sesenta.
Era Béjar, entonces, un pueblo cuya economía se generaba en
las fábricas de rayón: un tejido que trataba de competir,
por sus precios más bajos, con la Cataluña textil. En él
había una escuela de peritos industriales y sus alumnos
alegraban la vida de una ciudad donde se jugaba al póquer en
el Bar Central y se bailaba en el Hotel Colón. Los ricos del
pueblo, es decir, los dueños de las fábricas de tejidos,
tenían la costumbre de viajar a Madrid para gastarse el
dinero en Pasapoga y regresaban disparando al aire con sus
pistolas, para hacerse notar con sus coches americanos en la
plaza principal. Las bodas se celebraban en los bares y el
mejor entretenimiento era subir a Candelario, cruzando el
castañar. Una caminata deliciosa por un paraje ideal. En
fin, que podría seguir enumerando detalles del pueblo de
Caldera. Y hasta podría sacar a relucir nombres que a él le
sonarían bien. De todos modos, aquí queda la propuesta. Y
seguro que Antonia María Palomo, tan atenta siempre a mis
cosas, pone al bejarano en situación de mantener una charla
relajada con quien esto escribe. O sea.
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