Jerónimo Nieto pudo, al fin,
anunciar la visita del presidente del Gobierno a Ceuta.
Habrá, pues, que darle albricias a Antonia María Palomo y,
también, a los socialistas que hacen posible que el partido
siga existiendo en una ciudad de marcado acento derechista.
Porque es verdad que hecho tan histórico no se repetía desde
que Adolfo Suárez lo protagonizó allá cuando los ochenta nos
deleitaba con el desnudo fantástico de Victoria Vera. La
cual sigue conservando un enorme garabato, a pesar de que
fuera la musa de Tierno Galván: viejo profesor que andaba
mal de la vista, pero la poca que tenía bien que la empleaba
en menesteres de buen gusto.
De Zapatero, en cambio, no se puede decir que adolezca de
falta de vista, aunque los hay que tratan de ver en él
síntomas que debieran conducirle al loquero más importante
de una España que siempre se convierte en dicotomía
guerrera, en cuanto los nacionalistas catalanes se lo
proponen. Para darse cuenta de este problema es conveniente
conocer la especificidad de esta tierra y sus complejas
relaciones con el Estado español, desde los comienzos del
siglo XX, y que tanto han influido en la Historia de España.
Hubo una vez, allá en el año 17 del siglo pasado, que Cambó
se ilusionó, siendo el líder de la Lliga catalana, con que
al socaire de los militares podría reformar la Constitución
y hacer que España entrase por los cauces de la
democratización y modernización. Sus deseos, secundados por
el PSOE y la UGT, por medio de una huelga, fueron aplastados
por los militares con represiones a granel. Efecto bumerán
del cual se aprovechó otro dirigente catalán, Francesc Maciá,
republicano y separatista, creciendo su partido en cantidad
de afiliados y simpatizantes.
Cambiando lo que haya que cambiar, algo parecido ha ocurrido
ahora entre CIU y Esquerra. Los primeros han estado
exigiendo desde la trastienda y dejando todo el protagonismo
a los segundos, haciendo bueno eso de que no se trata de
llegar primero sino de saber llegar. Carod-Rovira, ya lo
dijo Durán Lleida, la semana pasada, causó un gran daño a
Cataluña y, por ende, a España, cuando, aprobado el
Estatuto, declaró que era el primer paso para la
independencia. Y, por si no hubiera sido suficiente metedura
de pata, salió Puigcercós, dequeista incorregible,
proclamando que el plan Ibarreche era sólo un aperitivo de
lo que llegaría desde Cataluña.
Discursos que, indudablemente, sumían a los socialistas en
la desesperación y aumentaban el optimismo del PP y les daba
alas a sus dirigentes para destacar a voz en cuello que
España iba derecha a su desmembración. Pero hete aquí que,
de la noche a la mañana, los mandamases de CIU cogen un
atajo y se presentan en la Moncloa dispuestos a ser ellos
quienes estampen la firma principal a un acuerdo que estaba
desangrando al Gobierno, como a torero corneado en la
arteria femoral. Y, zas, los de esquerra, vestidos como
sicilianos y convencidos de que tenían controlados todos los
movimientos de Zapatero, se han quedado en inmejorable
posición para sustituir al tan manoseado toro de Osborne. En
cuanto a la situación de Maragall, ya se sabe que las penas
con pan y vino son menos penas, ya se preocupará él de
aliviarse con artículos tan alimenticios.
De manera que ZP, después de trance tan difícil aunque
superado, ha decidido que ya era hora de darse su garbeo por
Ceuta y Melilla. Paseo, que, por corto que sea, según la
crítica del diputado Francisco Antonio González, será
histórico. Y si luego el Gobierno presidido por Zapatero le
alegra la vida a la Iglesia, en lo económico, Mariano Rajoy
deberá esperar a que se obre un milagro para gobernar. Aquí,
aun así, ganará Juan Vivas de forma espectacular.
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