Ceuta es una ciudad muy peculiar. Todos nos conocemos.
Sabemos quiénes somos, a qué nos dedicamos. Conocemos,
después de las vueltas que da la propia vida, como le va a
tal o a cual... y sobre todo, a qué se dedicaba en tiempos
pretéritos. Lo sabemos casi todo de todos, los unos de los
otros y los otros de los unos. Es lo que da vivir en una
ciudad como esta, pequeña aunque coqueta, donde desde una
mínima atalaya -apenas que te sales de la niebla que
necesariamente te envuelve y logras salir de la espiral de
la tontuna generalizada- se puede observar y logras ver con
cara no exenta de asombro cómo se permite casi todo de
todos. Se permite mucho más a quienes están bien conectados,
o cuentan con el favor ‘moral’ de los que -por su posición-
podrían no permitirlo pero...
Lo curioso de esta ciudad es que se puede saber
perfectamente de quien se habla. No hace falta decir
nombres. Lo interesante -y ello necesitaría de un estudio de
campo sociológico- es que casi todos los ceutíes tendrían un
nombre de alguien que pudiera coincidir con las
características aquí precisadas. Favor con favor se paga,
podría ser lógico, pero cuando el favor que se solicita es
el de no armar un ‘cipostio’ , ‘enmierdando’ a cambio de
percibir algún que otro ‘favor’, es ya la ‘rehostia’. El
‘pasen por caja’ comienza a ser vomitivo en Ceuta. Con razón
cada vez quedamos menos.
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