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OPINIÓN - DOMINGO 22 DE ENERO DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

Encarna Palomo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Cuando principio a escribir, sábado y a prima mañana, sé ya que no es un día cualquiera, sino que se cumple un año de tu muerte, querida Encarna. De ahí que sienta una necesidad imperiosa de recordarte. De hablar de ti para que quienes no te conocieron sepan que sí has existido. Que no eres producto de mi imaginación. Me pondría a contar de qué pasta estabas hecha e innumerables acciones para cantar las excelencias que te adornaban; pero prefiero insertar aquí lo que te escribí cuando aún los sentimientos hacían posible que las palabras pudieran salirme atropelladas.

“Querida Encarna: hemos tratado por todos los medios demorar estas líneas, a fin de que se serene el tumulto interior que no cesa en nosotros. Pues tú, dada tu sempiterna comprensión, entenderás que es menester cruel para quienes tanto te quisimos, para quienes tanto te seguimos queriendo, hablar de ti cuando acabas de morir y los sentimientos zozobran en un mar de lágrimas a cada instante. Pero sucede que debemos sorbernos nuestro dolor y reflejar aquí lo importante que fuiste en nuestras vidas. Y creemos que lo más conveniente es expresarlo cuanto antes mejor.

Debemos decirte que en la casa reina un silencio sonoro que nos permite saber que continúas estando entre nosotros. Lo cual produce un gran alivio a nuestro pesar. De los muertos, y bien sabes que lo hablamos a veces, se hacen glosas que en innumerables ocasiones no se corresponden con la realidad. De ti, en cambio, tenemos la convicción de que, digamos lo que digamos, pecaremos por defecto. Ya que resaltar tus bondades nos resulta tarea imposible. Porque seguimos pensando que naciste especial. Y especial fuiste hasta el último suspiro.

En mi caso, que ningún vínculo de sangre me unía a ti, debo confesarte que te he profesado el amor que siento por mis seres más queridos. Y eso que apenas tuve la oportunidad de disfrutarte. Aunque jamás olvidaré los seis años que hemos compartido el mismo techo.

Tu prudencia, tu saber estar, tu predisposición a la ayuda y tu sentido de adaptación a los tiempos que corren, me hacían creer que estabas hecha de otros ingredientes. Que te merecías, sin duda, el calificativo de ángel. Que así lo proclamaban, y nunca dejarán de hacerlo, cuantos te habían ido tratando.

Encarna te queremos, y te seguiremos queriendo, y jamás te olvidaremos. Por más que el paso de los días vaya aminorando el dolor que tu muerte nos produce. Es ley de vida. Aunque te prometo que, de vez en cuando, le haré a tu sobrina todas las payasadas que escenificaba para ti. Y nos reiremos a mandíbula batiente. Con el único objetivo de recordarte. Puesto que teniéndote presente estamos convencidos de que viviremos mejor, pensaremos bien y puede que hasta rocemos momentos de algo que llaman felicidad. La que tú nos ha proporcionado con tu presencia y tu modo de ser”.

Un año ha transcurrido, Encarna Palomo, de que estas líneas fueron lanzadas a la Internet, ese misterio que yo trataba de explicarte y del que tú, a pesar de tu avanzada edad, no te quedabas con la boca abierta. Por una razón muy sencilla: porque tenías el don de valorar las cosas en su justa medida. Gozabas de lo que se llama término medio. Una cualidad tan celebrada como escasa en general. Un año en el cual no ha habido día donde tú no salgas a relucir. Que si la tita Encarna habría dicho, que si la tita Encarna hubiera hecho, que si..., y así hasta llevarte prendida continuamente en los vuelos de la memoria de quienes nunca dejarán de quererte. Ah, de la casa se ha enseñoreado Oasis: un perro labrador. Acertaste de pleno. Lo que tú no supieras...
 

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