En la actual situación de cualquier violencia y más en la
doméstica o de género -habría que globalizar de forma
integral aludiendo al plural 'géneros' incluyendo a la
minoritaria violencia contra el hombre- se ha encendido la
alarma. La luz roja indica que algo muy grave sucede.
Cuando hemos arribado a tal extremo, es que algo no va bien
en esta monstruosa y hostil sociedad cuya 'salud' psíquica
parece no estar muy cuerda que digamos. Hemos pasado brusca
y radicalmente de la antaño ausencia de casos porque se
callaban y ocultaban, a la actual masificación de delitos
-incluyendo muertes- y denuncias.
Perjudicial fue lo de antes y perjudicial es lo de hoy. Y
tan ' enferma ' estuvo la sociedad del pasado siglo como lo
está nuestra sociedad. Sociedad hostil y exageradamente
competitiva que genera ´violencia de per se. Violencia
verbal, física, moral, medioambiental, psicológica que se
manifiesta en todos los sectores y en todos los lugares del
mundo.
En los deportes, en las aulas, en los hogares, en las
calles, en las empresas, en foros políticos, en internet;
por doquier. Entre niños y entre adultos. Entre sexos.
Contra animales. Y contra todo. Fiel reflejo en la sociedad,
de la imperfección, de la degradación ético-moral del ser
humano.
Quizá ya no sirva la colectividad, lo social. Tal vez cabría
cultivar el individualismo desde un nuevo humanismo donde se
busque la superación y el crecimiento de la persona, del
ser.
Es urgente y necesario que políticos, gobernantes,
profesionales, expertos, fuerzas de seguridad, legisladores,
víctimas y agresores; se sienten todos juntos una vez más
para analizar la situación actual y poner freno a la
masificada violencia de género y de géneros.
Porque, una sociedad destacadamente violenta es signo de
pobreza moral, no encara adecuadamente su futuro, camina
hacia su autodestructiva degradación y supone una negativa
herencia a sus próximas generaciones.
De todo el Estado, Canarias, Ceuta y Melilla son las más
afectadas. El problema no les es ajeno ni extraño. Por
desgracia Ceuta lidera el ranking estatal de delitos por
violencia sexual con 45 casos, suponiendo el 85 por ciento
de la totalidad. Sus juzgados están saturados de denuncias
por violencia doméstica y sus comisarías tienen demasiado
trabajo. Aunque insuficiente pero necesario, el reciente
convenio Colegio Abogados-Consejería Bienestar Social con la
aplicación de medidas urgentes, es un paso adelante. En el
resto de España también han aumentado aunque quizá en menor
nivel, toda clase de violencias, siguiendo la tónica
general. Al parecer, el exagerado aumento de las violencias
está relacionado con la incultura, con la delincuencia, con
la inmigración ilegal, con los barrios marginales y pobres.
Esto no justifica el racismo ni la xenofobia, ni todos los
inmigrantes son violentos ni delincuentes. Es cierto que se
dan casos -aunque minoritarios- en el sector de la población
no marginal, con estudios y medios económicos. Habría que
hacer profundos estudios sociológicos de toda la población
española pormenorizados y detallados por zonas, para
descubrir qué factores generan la violencia y por qué ésta
se desata tan exageradamente y así poder aplicar soluciones
adecuadas.
Pero tenemos un debate sobre las consecuencias de la ley de
Violencia de Género entre afectados -de ambos sexos y
variadas edades- técnicos, especialistas profesionales,
políticos y administraciones públicas. Parece que unas
partes implicadas demandan una ley integral -consideran
insuficiente y parcial la actual legislación- y otras, las
minoritarias -violencia contra el hombre- en lugar de
globalizar, piden que su caso sea reconocido mediante una
norma especifica o como mínimo dentro de una nueva ley
integral que recoja todos los casos y ampare a ambos sexos.
El tema, muy importante, así lo requiere. Estamos ante un
mal a erradicar en pleno siglo XXI. Un mal tan importante
como lo son el sida, el paro o el terrorismo.
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