Hace un año que Miguel nos dejó. Todos los que fuimos sus
amigos y compañeros nos quedamos huérfanos. Miguel era para
todos algo muy especial. Reunía todas las virtudes, de las
cuales nosotros nos alimentábamos. Como maestro dejó una
estela imborrable. Era portador de los valores básicos y
fundamentales para la realización de su función.
Miguel era un auténtico obrero de la verdad. Para él no
había cosa más grande y digna de respeto que la verdad, de
la que era un comprometido esclavo; y de la sinceridad.
Encontraba de esta manera la mejor forma de inspirar
confianza y hacerse respetable y libre.
Maestro de grandes proyectos educativos, se encontraba
presente en todas las actividades que se programaban en el
centro. Gran innovador, participando activamente en el
Programa de Prensa en el Aula, eligiendo siempre el Tema de
la Unión Europea, del que era un experto conocedor.
Su ausencia se manifiesta en el dolor de todos aquellos
alumnos que tuvieron la fortuna de tener como maestro a
Miguel. Es frecuente, cuando voy paseando, que algún alumno
de su época, se me acerque y lo recuerde, lamentando su
desaparición. En algunos casos, cuando no han conocido la
noticia de su marcha, me preguntan por él. Con tristeza les
manifiesto que ya no se encuentra entre nosotros, y muestran
su extrañeza y dolor.
Miguel fue un maestro fiel, permaneciendo desde su
incorporación a Ceuta en el mismo centro educativo, donde
realizó toda su labor docente, reconociendo y agradeciendo
su labor toda la Comunidad Educativa. Conocía a la
perfección el ambiente que rodeaba al colegio. En una
ocasión, salíamos del colegio, después de nuestra jornada
escolar. A Miguel le acompañábamos un compañero y yo. Desde
el interior de los desaparecidos albergues de la antigua
plaza de toros, de pronto, recibimos una “lluvia de
piedras”. Emprendimos la carrera, protegiéndonos como
pudimos de los inesperados lanzamientos. Afortunadamente no
nos produjeron lesiones físicas. Ya lejos de la “pista de
lanzamiento” nos miramos los tres, con una pregunta que
estaba a flor de piel. ¿Por qué nos han elegido como blanco
de sus iras? Las causas no las teníamos nada claro. Los
autores no podían ser otros que nuestros propios alumnos.
Miguel intervino, con esa manera reflexiva que tenía para
dar respuestas a los planteamientos:”Sin dudas, que algo
hemos hecho mal.”
Miguel era un maestro muy comprometido con su labor. No se
limitaba sólo al aspecto docente, a la enseñanza en sí. Su
mayor implicación radicaba en conocer a fondo los problemas
de sus grupos. Con una destacada información, conocía la
situación socio-económica de sus alumnos. Y allí acudía para
intentar resolver las dificultades que se presentaban.
Aquella alumna de su tutoría, brillantísima, terminaba su
escolaridad obligatoria. Dejaba el colegio, y, por no tener
recursos, no iniciaría sus estudios de Bachillerato.
Él, como no podía ser de otra forma consiguió resolver la
situación, para que su alumna pudiera realizar sus estudios
de Enseñanza Media, que posteriormente les potenciarían para
el acceso a la Universidad. Encontró la gratitud de la
familia y de la propia alumna.
Las relaciones con los padres siempre se realizaban dentro
del recinto escolar, en general, en el aula del autor del
grupo. Pero lo que me tocó observar, indicaba el grado de
aceptación que Miguel tenía con respecto a los padres. Era
un sábado, cuando como tantas veces me acercaba a su
domicilio, simpre intercambiando opiniones, experiencias,
asuntos de los que solemos hablar los profesionales de la
enseñanza. Yo ya no pertenecía a su colegio, por lo que
nuestros contactos se habían distanciados. En nuestra charla
estábamos, cuando apareció un señor, que Miguel me lo
presentó como padre de un alumno de su grupo. Como ya me
sentía extraño en esa reunión, opté por marcharme,
impidiéndomelo el propio Miguel con el consetimiento del
incorporado padre. Claro, que mi papael no era otro que el
“testigo mudo” de la conversación que mantenían los dos
portagonsitas -maestro y padre- de la, al parecer,
improvisada reunión. No llegué al final, pero lo observado
fue suficiente para darme cuenta con el entusiasmo y
gratitud que se expresaba el padre de su alumno.
Estaba tan vinculado a su colegio de siempre, que contrajo
el compromiso de seguir participando de forma activa en
todos los programas donde él se había responsabilizado antes
de su retirada. Uno de sus programas se refería a los actos
que se llevaban a a cabo con motivo del Día de la
Constitución, donde desde siempre su colegio había estado
presente. Con su particpaicón quería ser útil al que,
repito, fue el colegio de toda su vida, mostrando su entrega
y su fidelidad.
Cuando le llegó el momento de su jubilación, Miguel ya tenía
proyectado en qué utilizaría su tiempo libre, depsués de
tantos años dedicados a la que fue la gran pasión de su
vida: la educaicón de los niños, porque no sólo fue un mero
transmisor de conocimientos, sino un auntético educador. Su
proyecto inmediato era conseguir, a través de la UNED, la
licenciatura de Historia, otra de sus pasiones. Y la inició,
preparándose para tan ilusionante deseo. Sólo la fatalidad,
en forma de inesperada enfermedad, impidió que Miguel
llevara a cabo su gran ilusión.
Fue todo muy rápido. El mal estaba diagnosticado, y, Miguel,
dándonos un ejemplo de capacidad de lucha y sufrimiento,
confiaba hasta el último momento en su recuperación. Se fue,
repito, hace un año en estos días, dejándonos a todos
aquellos que supimos apreciar y valorar su amistad, en un
estado de total orfandad. Pero nos queda el consuelo, que
desde ese lugar que Dios tiene reservado para esas personas
únicas, irrepetibles, estará intercediendo por nosotros, y
en especial, por los suyos, Paquita, su mujer, hijos y
nietos. Una vez más, muchas gracias por todo, Miguel.
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