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OPINIÓN - SÁBADO 21 DE ENERO DE 2006

 
OPINIÓN / EL MAESTRO

Un año sin Miguel

Por Andrés Gómez Fernández


Hace un año que Miguel nos dejó. Todos los que fuimos sus amigos y compañeros nos quedamos huérfanos. Miguel era para todos algo muy especial. Reunía todas las virtudes, de las cuales nosotros nos alimentábamos. Como maestro dejó una estela imborrable. Era portador de los valores básicos y fundamentales para la realización de su función.

Miguel era un auténtico obrero de la verdad. Para él no había cosa más grande y digna de respeto que la verdad, de la que era un comprometido esclavo; y de la sinceridad. Encontraba de esta manera la mejor forma de inspirar confianza y hacerse respetable y libre.

Maestro de grandes proyectos educativos, se encontraba presente en todas las actividades que se programaban en el centro. Gran innovador, participando activamente en el Programa de Prensa en el Aula, eligiendo siempre el Tema de la Unión Europea, del que era un experto conocedor.

Su ausencia se manifiesta en el dolor de todos aquellos alumnos que tuvieron la fortuna de tener como maestro a Miguel. Es frecuente, cuando voy paseando, que algún alumno de su época, se me acerque y lo recuerde, lamentando su desaparición. En algunos casos, cuando no han conocido la noticia de su marcha, me preguntan por él. Con tristeza les manifiesto que ya no se encuentra entre nosotros, y muestran su extrañeza y dolor.

Miguel fue un maestro fiel, permaneciendo desde su incorporación a Ceuta en el mismo centro educativo, donde realizó toda su labor docente, reconociendo y agradeciendo su labor toda la Comunidad Educativa. Conocía a la perfección el ambiente que rodeaba al colegio. En una ocasión, salíamos del colegio, después de nuestra jornada escolar. A Miguel le acompañábamos un compañero y yo. Desde el interior de los desaparecidos albergues de la antigua plaza de toros, de pronto, recibimos una “lluvia de piedras”. Emprendimos la carrera, protegiéndonos como pudimos de los inesperados lanzamientos. Afortunadamente no nos produjeron lesiones físicas. Ya lejos de la “pista de lanzamiento” nos miramos los tres, con una pregunta que estaba a flor de piel. ¿Por qué nos han elegido como blanco de sus iras? Las causas no las teníamos nada claro. Los autores no podían ser otros que nuestros propios alumnos. Miguel intervino, con esa manera reflexiva que tenía para dar respuestas a los planteamientos:”Sin dudas, que algo hemos hecho mal.”

Miguel era un maestro muy comprometido con su labor. No se limitaba sólo al aspecto docente, a la enseñanza en sí. Su mayor implicación radicaba en conocer a fondo los problemas de sus grupos. Con una destacada información, conocía la situación socio-económica de sus alumnos. Y allí acudía para intentar resolver las dificultades que se presentaban. Aquella alumna de su tutoría, brillantísima, terminaba su escolaridad obligatoria. Dejaba el colegio, y, por no tener recursos, no iniciaría sus estudios de Bachillerato.

Él, como no podía ser de otra forma consiguió resolver la situación, para que su alumna pudiera realizar sus estudios de Enseñanza Media, que posteriormente les potenciarían para el acceso a la Universidad. Encontró la gratitud de la familia y de la propia alumna.

Las relaciones con los padres siempre se realizaban dentro del recinto escolar, en general, en el aula del autor del grupo. Pero lo que me tocó observar, indicaba el grado de aceptación que Miguel tenía con respecto a los padres. Era un sábado, cuando como tantas veces me acercaba a su domicilio, simpre intercambiando opiniones, experiencias, asuntos de los que solemos hablar los profesionales de la enseñanza. Yo ya no pertenecía a su colegio, por lo que nuestros contactos se habían distanciados. En nuestra charla estábamos, cuando apareció un señor, que Miguel me lo presentó como padre de un alumno de su grupo. Como ya me sentía extraño en esa reunión, opté por marcharme, impidiéndomelo el propio Miguel con el consetimiento del incorporado padre. Claro, que mi papael no era otro que el “testigo mudo” de la conversación que mantenían los dos portagonsitas -maestro y padre- de la, al parecer, improvisada reunión. No llegué al final, pero lo observado fue suficiente para darme cuenta con el entusiasmo y gratitud que se expresaba el padre de su alumno.

Estaba tan vinculado a su colegio de siempre, que contrajo el compromiso de seguir participando de forma activa en todos los programas donde él se había responsabilizado antes de su retirada. Uno de sus programas se refería a los actos que se llevaban a a cabo con motivo del Día de la Constitución, donde desde siempre su colegio había estado presente. Con su particpaicón quería ser útil al que, repito, fue el colegio de toda su vida, mostrando su entrega y su fidelidad.

Cuando le llegó el momento de su jubilación, Miguel ya tenía proyectado en qué utilizaría su tiempo libre, depsués de tantos años dedicados a la que fue la gran pasión de su vida: la educaicón de los niños, porque no sólo fue un mero transmisor de conocimientos, sino un auntético educador. Su proyecto inmediato era conseguir, a través de la UNED, la licenciatura de Historia, otra de sus pasiones. Y la inició, preparándose para tan ilusionante deseo. Sólo la fatalidad, en forma de inesperada enfermedad, impidió que Miguel llevara a cabo su gran ilusión.

Fue todo muy rápido. El mal estaba diagnosticado, y, Miguel, dándonos un ejemplo de capacidad de lucha y sufrimiento, confiaba hasta el último momento en su recuperación. Se fue, repito, hace un año en estos días, dejándonos a todos aquellos que supimos apreciar y valorar su amistad, en un estado de total orfandad. Pero nos queda el consuelo, que desde ese lugar que Dios tiene reservado para esas personas únicas, irrepetibles, estará intercediendo por nosotros, y en especial, por los suyos, Paquita, su mujer, hijos y nietos. Una vez más, muchas gracias por todo, Miguel.
 

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