El tribunal popular absuelve a
Bermúdez, Cazalla y Sampietro por falta de pruebas. Y lo
argumenta diciendo que no hay motivos objetivos para
condenarles, sino declaraciones “contradictorias” y en un
“tono poco convincente”. Se acata pues la decisión del
jurado popular y sanseacabó. Por más que muchos
profesionales de la abogacía piensen que la llamada justicia
popular seguramente no es popular y, en todo caso, no es
justicia. Uno, la verdad sea dicha, y a pesar de los
pesares, prefiere ser juzgado por jueces de verdad.
Pero si esa pregunta se le hace a quienes se sentaron en el
banquillo para ser juzgados por un delito de cohecho que no
se les ha podido demostrar, a buen seguro que dirán que no
hay nada mejor que la justicia del pueblo. Y en el caso de
Susana Bérmudez lo deja bien claro en sus declaraciones
gozosas, después de oír el acuerdo a que llegaron las
personas justas que le dieron tamaña alegría.
-Después de que un pueblo me aclamó y un pueblo me trató muy
mal, ha sido el pueblo el que me ha absuelto.
Las declaraciones de Susana Bermúdez bien podrían servir
para cerrar con broche de oro una novela venezolana o
cualquier film coproducido por Italia-España-Argentina. Lo
que hubiera dado Doroteo Martí o Guillermo Gutier Casaseca
por hacerse con los servicios artísticos de esta mujer.
Una estupenda actriz, en quien Manolo Merlo depositó muchas
esperanzas. Lastima que sus inquietudes políticas, las de
Susana, nos hayan privado de verla consagrada como una diva
de los escenarios. Aunque es bien cierto que el arte, en
quien lo atesora, sale a relucir en momentos tan cruciales.
Pues Susana, al estilo de Maureen O’Hara, en lo que El
viento se llevó, remata sus palabras escénicas así:
-Lo sucedido me llena de orgullo y me hace creer de nuevo en
las personas.
Nos alegramos, pues, de que Susana Bermúdez haya vuelto a
confiar en las personas y, sobre todo, que haya recuperado
ese tono de actriz que habrá hecho feliz a su querido
maestro, el ya citado Merlo. Pero ha de tener muy presente
que su creencia en las personas no debe sustentarse en que
las que compusieron el tribunal popular hayan dictado
sentencia favorable a ella, a Sampietro y a Cazalla, sino en
su convencimiento de que el paso que dio fue para que Ceuta
se beneficiara de las bondades de un partido como el GIL:
dechado de perfección en todos los sentidos. Es decir, que
arriesgó lo indecible por el bien de Ceuta. Porque de haber
habido la menor prueba válida y comprometida de que sí fue
sobornada, seguramente se habría pasado el resto de su vida
odiando a un pueblo que le dio alas a su transfugismo porque
quería ver a Jesús Fortes ajusticiado políticamente en la
plaza mayor de la ciudad.
En relación con las declaraciones de Sampietro, el hombre
reconoce que su vuelta a la política puede asustar a muchas
personas. Menos mal que aclara, rápidamente, que los
ciudadanos de Ceuta podemos estar tranquilos porque, tras
reflexionar durante un tiempo, tratará nuevamente de ser
alcalde de algún lugar que no sea esta ciudad. Y es que el
Sampietro está loco por batir un récord: el de haber sido
alcalde de tres sitios distintos. Una proeza sólo al alcance
de alguien nacido en una Cataluña donde el más tonto hace
relojes. Y sigue amenazando con denunciar a quienes sigan
insistiendo que accedió a la presidencia por corrupción.
Hace usted muy bien. Sobre todo, teniendo en cuenta que el
GIL ha sido un partido que se ha distinguido siempre porque
sus dirigentes han actuado con una limpieza rayana en lo
inmaculado. Ah, eso sí, olvídese de Aida Piedra, coño, que
no es bueno que una mujer le aturda la cabeza de esa manera.
Cazalla no dijo ni pío. Y es merecedor de respeto.
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