Dice la canción de Los Marismeños
que “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”.
Pero cuando la perdida es importante, cuando ese amigo es
más que un amigo, los cristalitos de mil colores en los que
se rompe el alma se convierten en pequeñas partículas
difíciles de detectar.
Te has marchado amigo, sin que pudiese darte el último
adiós, a pesar de estar tan cerca y a la vez tan lejos de
ti. Sólo nos separaban escasos metros las habitaciones que,
cada uno de nosotros, ocupabámos en el hospital.
Supe que estabas allí el dia que ingresé para ser
intervenido quirúrgicamente veinticuatro horas más tardes.
Me lo dijo Lolita, tu esposa, que estabas en la UCI y que te
pasabas el día protestando porque querías que te enviasen a
planta para estar con los tuyos.
Es más, diré, me han comentado que acusabas a los doctores
de tenerte secuestrado en la UCI.
Si, ellos, te hubiesen conocido como te conozco yo, seguro
que te hubiesen enviado, lo más rápido posible a planta,
porque el estar con tu familia, esa familia que tanto
adorabas, era la mejor medicina que se te podía ofrecer.
Después imposible ir a verte porque la intervención me tenía
sujeto a la cama sin poder moverme.
De todas formas, mi querido diré, porque tú para mi siempre
serás el diré, no te voy a decir adiós porque has dejado una
huella lo suficientemente profunda en mi alma, para tenerte
siempre presente.
En ese eterno recuerdo, seguro que me vendrá a la memoria,
cada vez que te tenga que recordar, los años que trabajamos
juntos en “El Faro”. ¡Que tiempos aquellos, diré!.
Han sido tantas y tantas las horas compartidas juntos, que
las anécdotas surgen con las mismas fuerzas que ese
manantial de alegría que ,cada día, imponías en la redacción
a pesar del cabrero que se nos cogía Bolea, porque no le
dejábamos escuchar a su At. de Bilbao.
Recordándote, me viene a la memoria, el olor inconfundible
del plomo de las linotipias donde, Pepín de Loma, se
afanaba, cada noche, en tratar de averiguar que es lo que
habíamos escrito en aquel amarillento papel, producido por
esas viejas máquinas de escribir que, en la mayoría de las
ocasiones, las cintas carecían de la tinta suficiente para
dejar impregnado el papel de cualquier signo.
Las horas eran lentas, porque teníamos que esperar que nos
subieran la prueba para corregir y enviarla, de nuevo, a los
talleres para que los linotipistas hiciesen las correcciones
oportunas.
Y era en aquellas horas muertas, donde dábamos paso a la
rápidez mental, jugando con las palabras buscando el doble
sentido de la frase.
En ese juego, diré, tengo que reconocer que eras todo un
maestro al que era casi imposible batir.
Recuerdo, diré, que basándome en ese juego, inicié mis
escritos de colaboración en “El Faro”, en plan humor
haciendo jugar las palabras hasta conseguir el doble sentido
de las mismas, que tanto terminaron gustándole a los
lectores.
Ese camino emprendido, es justo reconocerlo, te lo tengo que
agradecer, puesto que tú me marcaste la línea a seguir en
esas primeras colaboraciones en el periódico.
Como verás, diré, no me he dedicado en estas columnas a
contar todas las grandes virtudes que poseías. No es mi
estilo, tú bien lo sabes y, además, estoy seguro no te
hubiese sentado nada bien.
Eso de que vinieran a decirte o recordarte lo buena persona
que eras, para todo quisqui, te sentaba una jartá de mal,
porque pensabas, bien pensado por cierto que las cualidades
que poseía cada uno, nadie debe venir a decirselas, dándole
golpecitos en las espaldas, a sabiendas que después de esos
golpecitos podría venir, con toda seguridad, la puñalada
trapera dada por el Bruto de turno.
Han sido muchísimas las ocasiones en que nos hemos
encontrado por la marina y hemos recordado, en nuestras
multiples conversaciones aquellos tiempos en que ambos
estábamos en ”El Faro” y las multiples anécdotas que habían
ocurrido durante todos esos años y en aquellas noches
interminables, mirando desde la ventana de la redacción
como, Baldomero, se esforzaba en colocar otro ladrillo a la
rotativa a ver si arrancaba de una...vez.
Así es como quiero recordarte, diré, con la sonrisa siempre
presta para alegrar la vida a los demás, jugando con las
palabras, en ese juego del doble sentido, como sólo tú
sabías hacerlo, sacándole punta a todo lo que se te ponía
por delante.
En fin, diré, que con el mismo respeto y cariño que,
siempre, te he tenido voy a terminar este escrito donde sólo
he dado, con tu permiso, unas pinceladas de toda una vida
dedicada al periodismo sin salirte, para nada, de tus ideas
que anteponías por encima de todo.
Tu línea de conducta,se ha mantenido inamovible durante toda
tu vida, lo que te dignifica como hombre.
Alla donde estés, sé que seguirás jugando con las palabras,
ganándole a los ángeles.
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