He leído lo que se ha venido
escribiendo sobre el juicio contra Susana Bermúdez, a la que
sentaron en el banquillo, junto a Cazalla, su marido, y a
Sampietro, el cual se benefició del voto de la tránsfuga
para convertirse en presidente de una ciudad desconocida
para él. Así, el bon vivant catalán, afincado en su día en
la Costa del Sol, para beneficiarse de la sombra protectora
que emanaba de la figura oronda de Jesús Gil, consiguió lo
que ni siquiera soñando habría podido creerse: ser
presidente de Ceuta.
Ni él pudo llegar a tanto ni esta ciudad merecía tan grande
castigo, por más que fueran sus ciudadanos, casi
mayoritariamente, quienes decidieron el triunfo de los
gilistas en las urnas y salieran a las calles proclamando
una victoria que, según decían, haría de Ceuta un edén.
Pero, al margen de la actuación decisiva de una Susana
manipulada y de si cobró por la decisión de todos conocida,
que es lo que se ha estado juzgando estos días, conviene
recordar que todo cuanto ocurrió fue posible porque existía
una enorme animadversión contra Jesús Fortes: entonces,
presidente de la Ciudad. Una hostilidad que se había ido
generando contra él, auspiciada, sorprendentemente, por
personas que formaban parte de su círculo más íntimo. En
algunas ocasiones, he manifestado que Fortes se negaba a
creer que le estaban juntando chinitas con los pies, es
decir, que le estaban preparando una disimulada traición que
terminaría haciéndole perder la presidencia.
Se sentía tan dueño de la situación y tan convencido de que
su poder contaba con los cimientos suficientes para aguantar
lo que se le venía encima, que incluso se atrevía a discutir
en local público, situado en la calle Pedro de Meneses,
sobre cuestiones que iban horadando su prestigio y
proporcionando argumentos a compañeros de su partido que no
querían ya verlo ni en pintura.
Dado que en aquel tiempo a mí me enviaban cartas procedentes
del partido de Fortes -las conservo todas- para ponerme al
tanto de interioridades que sólo podían conocer miembros muy
cualificados del PP, seguí con suma atención los
acontecimientos y hasta me permití contarle al traicionado
cuanto se estaba fraguando contra él. Y que si quiere arroz,
Catalina. Jesús se mantenía en sus trece de no tomar en
consideración la conspiración urdida para convertirlo, más
pronto que tarde, en un ex presidente de la Ciudad.
Cuando el día electoral se hizo noche y se supo que el GIL
estaba arrasando en las urnas, en la sede de Real 90 los
había que mostraban la alegría de los ganadores. Parecía,
mismamente, que ciertos populares estaban enormemente
satisfechos con las votaciones.
Todavía recuerdo perfectamente la imagen de Jesús Fortes
entrando en su despacho, procedente de la Delegación del
Gobierno y sabedor ya de cómo el GIL tenía votos para dar y
tomar, con su rostro demudado y que propició corrillos donde
hubo sadismo en las risas y soeces comentarios contra él.
Menos mal, que, contra pronóstico y causando enorme
desilusión entre los acérrimos enemigos de Jesús Fortes,
Mustafa Mizzian, Mohamed Chaib y Hakim Abdeselam se pusieron
a las órdenes de éste para evitar que Sampietro accediera a
la presidencia, momentáneamente. Duro golpe para propios y
extraños, que hicieron todo lo posible para que el PDSC
desistiera de su empeño en ayudar a la causa de Jesús Fortes.
Causa que estaba marcada en negro y carente, por tanto, de
vida.
Lo de Susana Bermúdez, ahora que el jurado popular habrá
deliberado ya si es o no culpable de cohecho, fue otra
medida encaminada a quitarse a Jesús Fortes de en medio.
Piensen ustedes, pues, lo que les plazca. La imaginación,
como loca de la casa, está al alcance de todos. O sea.
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