El cordero pega sus últimas sacudidas en el suelo de la
antigua vaqueriza, que se prolongan durante un par de
minutos. Cuenta la tradición que si el animal se mueve
mucho, la familia tendrá larga vida; en casa de Hadil, la
vejez está asegurada tras un sinfín de brincos y cabriolas a
ras de tierra. Las niñas observan la escena entusiasmadas.
Aún quedan cuatro más por sacrificar, “son corderos
multilingües”, bromea Hadil, porque tienen origen rumano,
turco y sirio. Los animales se han reservado con diez días
de antelación y los han comprado por 175 euros por cada uno.
Yaser, su hermano, tiene una explotación ganadera, “por eso
la casa está mejor preparada”. Junto al resto de hermanos,
se encarga del sacrificio y de quitar la piel del ovino para
que después, las mujeres del clan, limpien las vísceras,
quemen lo sobrante y dejen reposar la carne en agua con
limón durante 24 horas.
Noor, Shirine y Aya no paran; las más pequeñas revolotean
alrededor de sus padres y abuelos, curiosean por todas
partes, “no ves como no está muerto, todavía se mueve”, dice
Noor. Están muy atentas, saben que es un día importante que
precede a 48 horas de digestión lenta: pinchitos de hígado,
té de hierbabuena y dulces morunos. El futuro festín tiene
una premisa: “se trata que el animal sufra lo menos
posible”, señala Hadil. En su barriada, ‘El príncipe’, la
mayoría de vecinos hace el sacrificio en sus casas. Las
familias van a las carpas o al matadero municipal cuando no
tienen un espacio apropiado, pero en la zona, hay, al menos,
un matarife en cada domicilio particular. La secuencia se
repite en las calles de la barriada; los hombres dan el
corte de gracia, las mujeres separan el material comestible
y los niños se agrupan para ver la película.
En casa de Hadil, el último cordero no se resiste, los
gritos y los pataleos de los anteriores ovinos han servido
para relajar al animal que recorre valiente los veinte
metros que separan su redil de la vaqueriza. La fotografía
final del habitáculo es muy colorista: rojo coagulado,
blanco lanoso y verde; el de la manguera con la que riegan y
limpian el espacio.
El sacrificio concluye en regla porque la vaqueriza tiene
tanto desagüe y toma de agua, como los ganchos preceptivos
que el matarife profesional debe usar para colgar la pieza.
Después, los residuos son trasladados a los puntos de
recogida de la pascua musulmana. Todo está en regla.
Pascua
Son tres días de mucho comer, sobre todo pinchitos de hígado
a la brasa. La familia de Hadil tiene en mente un menú más
elaborado, “depende de las nociones culinarias de cada uno”,
explica su madre. Ayer cenaron vísceras, la carta de hoy es
más variada: ‘cuscus’ con cabeza de cordero, dulces con miel
y almendras, para el mediodía, y pinchos macerados y
condimentados con sesenta especias para la noche. Tras cenar
‘shuza’, el último día festivo en casa de la pequeña Aya es
especial. Su madre, su tía y la abuela cocinarán ‘chalía’
para toda la familia, pero el agua de la tetera no parará de
alcanzar el punto de ebullición. “Es una comida muy fuerte,
se suda mucho y se necesita mucho té para digerirla”,
explica Hadil. La abuela preparará la carne almibarada con
nuez moscada, canela, sésamo, almendras y jengibre y,
además, cocinará ‘del- â’ -costillas condimentadas-. De los
borregos ya no quedará nada en su versión original. Los tres
días son jubilosos. La familia celebra la pascua durante
horas, de fondo, suena la música.
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