Desde primeras horas de la mañana los corderos salieron a la
calle, a lucir la lana. El paseo iba a ser corto. En la
fiesta de Aid el Kebir, que conmemora la fe de Abraham, no
puede faltar la carne de cordero sacrificado, como se supone
que hizo el profeta, después de que Alá perdonara la vida de
su primogénito.
Así que cada familia musulmana, el día en que festeja su
Pascua, ata a su animal y, si no lo hace en casa, lo lleva
hasta el matadero o carpa más cercana para que muera como
manda la tradición religiosa: de cara a la Meca, con un
corte rápido en el cuello, y desangrado. Cerca de 6.000
borregos fueron sacrificados ayer en Ceuta. El olor a carne
quemada inundó la ciudad al mediodía, momento en que se
quema el pelo para que la carne quede limpia y lista para
convertirse en kersha, chahlia, shuza o del-â.
El primer día de la Pascua se mata al cordero, se prepara y
se cocinan las vísceras. La última tarea la realizan las
mujeres. Ellas también pueden degollarlo, aunque en
presencia masculina únicamente. Pero lo normal es que los
hombres den el corte y las mujeres guisen prácticamente
todas las partes del animal: con la cabeza cocinarán un
cuscus que será el plato fuerte de la segunda jornada
festiva; los hígados servirán para hacer pinchitos; y la
carne, guisos especiados hasta de 45 maneras. La fiesta
también lo es para los niños que, entre perplejos y
acostumbrados a la tradición, desfilan con chilabas bordadas
y babuchas de avalorios.
Este año las lenguas azules han hecho que se incrementen los
controles sanitarios y que las autoridades hayan pedido que
los sacrificios se lleven a cabo en los mataderos y carpas
habilitadas. Pero las bolsas granates no faltaron en ningún
punto oficial; el Ejecutivo local distribuyó hasta 9.000
plásticos para recoger los restos del sacrificio. Los
matarifes tuvieron uno de los días de mayor trabajo con el
cuchillo y la manguera. Mucho agua para limpiar la sangre y
procurar la limpieza en cada sacrificio. También los hubo
caseros, a pesar de que las autoridades locales han pedido
que la tradición se siga en mataderos y carpas. En Hadú, la
queja era la falta de profesionales: “menos mal que aquí nos
echamos una mano todos”, comenta un vecino. El cordero lo
mira, irónicamente, de lado y se tumba en la calle: será una
mano al cuello.
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