Patricia Salgado ha sido siempre
muy amable conmigo y yo nunca he desechado la oportunidad de
hablar con ella en cuanto se nos ha presentado la menor
ocasión. Esta mujer, menuda, diligente y con enormes deseos
de hacer las cosas bien en la radio, me llama para decirme
que ha entrevistado a Luis Fossati y que éste me ha
recordado debido a nuestras primeras andanzas en la
televisión local. Me pide, además, que procure prestarle
atención a las palabras de su entrevistado.
Patricia tiene un programa en la SER de Ceuta, que comienza
minutos después de las siete de la tarde. Hora en la cual
uno no tiene costumbre de prestarle oído a la radio ni de
ver la televisión, salvo excepciones que se pueden contar
con los dedos de una mano.
Y es que hay autodidactos, entre los que uno se encuentra,
que se fijan un tiempo de lectura y lo cumplen a rajatabla.
No olvidemos que la gente hecha a sí misma, además de
orgullosa, es disciplinada y consciente de que para emitir
opiniones es obligatorio instruirse. Algo tan fundamental
como olvidado por muchos de los que tratan de hacerse notar
en la vida pública sin intentar al menos procurarse una
culturita que sea ligeramente superior a la que tienen. Que
para tal menester nunca ha sido imprescindible ser
universitario. Bien porque uno no haya querido o no haya
podido.
A lo que iba, que la petición de Patricia me hizo dejar mi
tarea y allá que me puse a escuchar atentamente la
conversación que ésta mantenía con Luis Fossati, En Hablame
de ti. Título del programa. Aunque durante algunos pasajes
no pude librarme de las molestas interferencias que me
impedían seguir el hilo de las preguntas y respuestas. De
cualquier manera, quedé enterado de lo mal que lo ha pasado
Luis, debido a unos problemas físicos, y de cómo su
sensibilidad está a flor de piel.
Con Luis Fossati compartí yo muchas horas de trabajo durante
una etapa de mi vida, nada fácil, porque estaba tratando de
elegir qué podría hacer para quedarme en Ceuta. Convivencia
que facilitó nuestras buenas relaciones y hasta llegamos a
demostrarnos el afecto consiguiente. Luego, por causas que
no vienen al caso contar pero que siguen frescas en mi
memoria, Luis y yo nos distanciamos y cometimos un pecado
muy español: retirarnos el saludo y fruncir el ceño cada vez
que nos cruzábamos por la calle. Un absurdo que no podría
empañar nunca los momentos que nos tocó vivir en una
televisión local, hecha con los mínimos medios y asumiendo
grandes riesgos en todos los sentidos.
Por todo ello, que es mucho, visto ahora desde la distancia:
una perspectiva de casi 20 años, reconozco que me emocioné
al oírle contar a Luis que el primer directo en aquella
televisión, lo hizo conmigo y sometido a todos los miedos
habidos y por haber. Porque Luis Fossati, que gusta de las
cosas bien hechas y, por tanto, es poco amante de las
improvisaciones, se veía apremiado por mis consabidas
urgencias en todo lo que emprendo.
Y allá que principiamos una aventura, acompañado de otras
personas, justo es decirlo, que no fue apreciada en su día
por quienes pudieron disfrutar de unas retransmisiones
deportivas donde la voluntad y la imaginación, y por qué no
el atrevimiento, vencían a la precariedad de medios con que
contábamos.
Unas retransmisiones que estaban a expensas de lo que
pudiéramos localizar por medio de la parabólica y que a mí,
como encargado de narrar y comentar todo lo que ocurría, por
ejemplo, entre un Manchester-Liverpool, me exigía un
esfuerzo enorme. Anécdotas hay de todos los gustos. Pero hoy
conviene resaltar la labor de Luis y desearle lo mejor a
quien se ha acordado de uno. Buen detalle, que he valorado
en su justa medida.
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