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OPINIÓN - SÁBADO 7 DE ENERO DE 2006

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

Peregrina en Lourdes

Flor Garrido


No es nada fácil, en medio de tus vacaciones veraniegas, amortiguando el calor en una playa paradisíaca, cuando algunos de tus hijos a los que no veías durante meses han llegado ya, con las fiestas patronales ceutíes en danza, y a punto de una celebración religiosa para la benjamina de la familia, decir a todos : “debo ir a Lourdes. Lo siento”.

Este tipo de viajes no es precisamente lo habitual, por lo que entiendo que no se puedan bien concebir. Sin embargo, cuando tú ya sientes una llamada especial hacia ellos, o

cuando Nuestra Madre nos llama, el paso ha de ser presuroso y seguro, sin indecisiones de por medio que entorpezcan el alegre caminar.

Este año pedimos Carmen y yo ser simples peregrinas, sin encargarnos directamente de los enfermos que nos acompañan invariablemente todo el trayecto. Nos queríamos dedicar por entero a lo que no es habitual en nuestras sociedades: la meditación y la contemplación. Y observar en silencio, allí en la Gruta, el fervor del gentío acudiendo a Ella y orando por el mundo entero.

Desde luego que llegar hasta Palencia desde Ceuta en día festivo, resulta siempre fatigoso por la mala comunicación que existe. Como partíamos de allí el uno de agosto, hube de salir de la ciudad el treinta de julio.

Al fin emprendía a solas un camino duro, si bien, muy eficaz para los que pensamos de este modo. Sabía de antemano que toda peregrinación debe aportar buenas dosis de dificultad y trabajo, si queremos luego que los rendimientos sean fructíferos. Una vez más, de noche y camino hacia Madrid, me preguntaba cuál sería la misión encomendada por la Virgen, qué sería de mi después, y qué regalo inesperado recibiría, de una Madre tan generosa.

El caso es que, lo confieso, yo iba muy feliz hacia la búsqueda de mi toisón de oro.

A las seis de la mañana del treinta y uno de agosto me encontraba con Javier, mi tercer hijo, en la estación de Méndez Álvaro.. Desayunamos juntos y marchamos a la casa madrileña para descansar algunas horas. Con Javi hoy día se puede conectar muy bien. Una madre siempre es una madre. Cualquier asunto a debatir es bienvenido. Después de algunos años viviendo la empresa privada, lo deja todo y decide opositar. Eso es bueno. La juventud necesita períodos de recesión, de retorno y de reflexión, a fin de tomar el perfecto y definitivo rumbo en su vida.

.Charlamos, dormimos y listos para el almuerzo, fuimos justo al sitio que él sabía ya de otras veces. En Chamartín tomamos el último café de la despedida, lo que sin duda sirvió para desearle todo lo mejor. Que sus deseos de poder regresar a su tierra, a sus raíces, se cumplan pronto.

En el tren me llamó la atención una pequeña que decía a su madre: “ Mamá, es que no puedo vivir sin ti”. Me ha gustado tanto, que la he tomado como referencia dentro de mis expresiones diarias y la aplico con bastante frecuencia. Aseguro que si la dices con absoluta sinceridad, da buenos resultados.

Llegué a Palencia sobre las nueve de la noche. Había contactado con Hortensia y José Luis para juntarnos en la estación, pues hacía mucho que no nos veíamos, desde aquella maravillosa peregrinación que hicimos juntos por toda Italia. En una hora de visita en su casa nos pusimos al corriente de nuestras vidas, pues Carmen llegó de Valladolid y nos fuimos a la de ella, a dormir, para el día siguiente partir ambas a Lourdes, junto a trescientos cuarenta peregrinos más.

Se necesita desde allí una jornada de viaje hasta llegar a nuestro destino. No obstante, apenas sentimos cansancio, más bien, falta tiempo para charlar después de haber pasado casi un año sin vernos.

En San Sebastián, solemos almorzar. Habitualmente tomamos pescado, tan propio del norte. El descanso siempre es necesario.

Acababa de diluviar en Lourdes, es normal en los veranos de climas montañosos, pero esta vez la suerte nos acompañaba y la persistente lluvia había cesado.

Aún tuvimos tiempo de poder visitar a la Madre en la Gruta Massavielle, antes de cenar, y esto nos aportaba buenas dosis de felicidad, algo así como el pensar” en Misión cumplida”.

El día dos de agosto ha sido muy gratificante, pues algunas experiencias vividas, aunque simples, me emocionaron. En la misa para los franceses de la Gran Basílica, una joven mamá rubia, alta y delgada, con sus dos hijitas de origen hindú, sobre unos nueve y tres años respectivamente, estaban delante de mí. La pequeña tomaba el biberón tumbada en los asientos de la iglesia y a continuación, se abrazaba a su madre apretándola por el cuello y uniendo a ella su cabecita negra. Al decir “mamá”, sentí dentro de mí la emoción de su mimo. Pensé que era la pluralidad de sociedades que generan jóvenes altruistas, buenas, que merecen elogios abundantes.

Por la tarde, con suerte para nosotras, clara y soleada, tuvo lugar el gigantesco despliegue humano y multirracial con la procesión de las antorchas. Pude comprobar con ternura cómo una pequeña rubia, con trencitas delgadas, síndrome de Dawn, no dejaba de sonreír placentera en brazos de su mamá. El papá se acercaba a besarla continuamente. En esos momentos el sentimiento que mueve los corazones me hizo estar bastante satisfecha por la decisión de haber venido.

Me parecía ser como el camello bebiendo en las aguas de un oasis, después de una larga travesía por el desierto, pues, a veces, somos como los círculos de la cebolla, cada cual está en su círculo, y la comunicación entre unos y otros es casi inexistente.

Por suerte, Carmen y yo fuimos capaces antes de dormir, de reproducir experiencias, que nos servirían para después, en nuestro regreso a casa.

Hoy es tres de agosto, está el día soleado y tranquilo a primera hora de la mañana. Un grupo de peregrinos habíamos proyectado subir al amanecer el monte que bordea al Santuario por su flanco izquierdo. Unas esculturas enormes en bronce dorado marcaban el camino del Vía-Crucis y nos sirvieron de guía.

Después, si quieres aprovechar las horas que han de pasar a la espera de poder sumergirte en las aguas de las piscinas, siempre es conveniente ayunar para no perder el tiempo en subir y bajar del hotel, además, que el ayuno forma también parte del sacrificio que se ha de hacer en esos días. De este modo, tienes tiempo suficiente para la visita al Tabernáculo, donde se adora al Santísimo constantemente.

La espera del baño es muy emotiva, oyendo cantar a los coros llegados de lugares remotos. Esta agua, que se filtra por entre rocas, cura el alma y el cuerpo.

Allí en silencio, ordenas ideas, creas proyectos y sanas heridas. El limpio cielo y la claridad del ambiente, contribuyen a que todo salga perfecto. Este entorno forma parte de un paraje idílico, entre rutas silenciosas, lugares de ensueño con apariencia irreal, atravesado por el caudaloso río Gave, donde se solazan los patos silvestres entre musgo y roca. Al fondo, veredas interminables escoltadas por frondosos árboles con distintas gamas de verdes, con gruesos troncos añejos a ambos lados de los puentes.

Como suele ser habitual cada año, sentía a Lourdes distinto. Quizás se lo propongan la seriedad y el respeto de los franceses, que creyeron desde el primer momento en la aparición de la Virgen María, una aparición escueta, sólo dieciocho veces, pero de un gran significado y repercusión:” Procesionad, bebed de las aguas, construidme una capilla...” A Bernardita, una niña asmática, cuya familia estaba arruinada. Pero alegre, enérgica y capaz de replicar a las autoridades. Una jovencita que abandona Lourdes y esconde su humildad en Nevers, donde hoy se venera su cuerpo incorrupto.

El 28 de Mayo de 1861 escribía así su primer relato:

“Yo iba a la orilla del Gave para recoger leña con otras dos niñas. Atravesaron el agua y se pusieron a llorar. Les pregunté por qué lloraban. Me respondieron que el agua estaba muy fría. Les pedí que me ayudaran a tirar piedras al agua, para poder pasar sin descalzarme. Me respondieron que pasara como lo habían hecho ellas. Entonces fui un poco más lejos para ver si podía pasar calzada. No pude. Entonces, volví delante de la gruta para descalzarme. Cuando empecé, oí un rumor. Me volví del lado de la pradera; vi que los árboles no se movían en absoluto. Continué descalzándome; oí un rumor. Levanté la cabeza mirando a la gruta. Vi a una Señora vestida de blanco y una banda azul y una rosa amarilla sobre cada pie del mismo color que la cadena de su rosario. Cuando vi aquello, me froté los ojos, creía haberme equivocado. Metí la mano en el bolsillo; encontré allí mi rosario. Quería santiguarme, pero no podía llevar la mano a la frente: se me caía. La visión hizo la señal de la cruz. Entonces mi mano temblaba; traté de hacerla y pude. Pasé las cuentas de mi rosario; la visión pasaba las cuentas del suyo pero no movía los labios. Cuando hube terminado el rosario, de pronto, la visión desapareció. Pregunté a las otras dos niñas si habían visto algo y me dijeron que no. Ellas me preguntaron qué era y que yo debía contárselo. Entonces les dije que había visto a una Señora vestida de blanco, pero que yo no sabía lo que aquello era, y que no debían decírselo a nadie. Luego ellas me dijeron que no debía volver nunca más allí: les contesté que no”....

Hay muchos lugares en la tierra que han sentido la llamada de María: Suisse, Burkina Faso, Sri Lanca, Tailandia, Isla Mauricio, Vietnan...., entre ellos está también nuestra ciudad. Quizás el no ser receptivos, junto a la indiferencia e incredulidad, motivan el hundimiento, por temor al ridículo. De este modo la ciudad se ve aminorada, empequeñecida y falta de espiritualidad.

Como a Bernardita, se nos pide más compromiso, mayor implicación. La Virgen María nos recuerda los fundamentos por los que ha de regirse la humanidad, a fin de que nadie se pierda por senderos oscuros...

Al entrar en las frías aguas de las piscinas, confieso que pedí algún regalo muy especial, y salí ya concluida la tarde esperando imprevistos. Sin embargo, al día siguiente cuatro de agosto, me vi hundida en medio de un largo desierto, en medio de una sequía y un enorme vacío. Con un gran silencio interior. No sabía por qué.

Sin embargo, en aquella bellísima mañana durante la misa en la Cueva de la Apariciones oí una suave voz, como fina lluvia, que me decía:

“Que Ceuta sea el Lourdes de África”

Creo que era la petición de Nuestra Madre. Yo lo comenté con algunos sacerdotes y se pusieron muy contentos al saberlo.

El cinco de agosto miraba en sueños a mi ciudad en fiestas. Subíamos hacia el hotel Carmen y yo. Un voluntario napolitano se acercó para contarnos sus experiencias. Carmen le respondía de una forma bastante curiosa: alzaba la voz como si el hombre fuese sordo y daba a la entonación de la frase un acento parecido al italiano. Yo reía sin poder parar, era la parte divertida y familiar que usa una familia entre hermanos, en la Casa de Su Madre....
 

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