No es nada fácil, en medio de tus vacaciones veraniegas,
amortiguando el calor en una playa paradisíaca, cuando
algunos de tus hijos a los que no veías durante meses han
llegado ya, con las fiestas patronales ceutíes en danza, y a
punto de una celebración religiosa para la benjamina de la
familia, decir a todos : “debo ir a Lourdes. Lo siento”.
Este tipo de viajes no es precisamente lo habitual, por lo
que entiendo que no se puedan bien concebir. Sin embargo,
cuando tú ya sientes una llamada especial hacia ellos, o
cuando Nuestra Madre nos llama, el paso ha de ser presuroso
y seguro, sin indecisiones de por medio que entorpezcan el
alegre caminar.
Este año pedimos Carmen y yo ser simples peregrinas, sin
encargarnos directamente de los enfermos que nos acompañan
invariablemente todo el trayecto. Nos queríamos dedicar por
entero a lo que no es habitual en nuestras sociedades: la
meditación y la contemplación. Y observar en silencio, allí
en la Gruta, el fervor del gentío acudiendo a Ella y orando
por el mundo entero.
Desde luego que llegar hasta Palencia desde Ceuta en día
festivo, resulta siempre fatigoso por la mala comunicación
que existe. Como partíamos de allí el uno de agosto, hube de
salir de la ciudad el treinta de julio.
Al fin emprendía a solas un camino duro, si bien, muy eficaz
para los que pensamos de este modo. Sabía de antemano que
toda peregrinación debe aportar buenas dosis de dificultad y
trabajo, si queremos luego que los rendimientos sean
fructíferos. Una vez más, de noche y camino hacia Madrid, me
preguntaba cuál sería la misión encomendada por la Virgen,
qué sería de mi después, y qué regalo inesperado recibiría,
de una Madre tan generosa.
El caso es que, lo confieso, yo iba muy feliz hacia la
búsqueda de mi toisón de oro.
A las seis de la mañana del treinta y uno de agosto me
encontraba con Javier, mi tercer hijo, en la estación de
Méndez Álvaro.. Desayunamos juntos y marchamos a la casa
madrileña para descansar algunas horas. Con Javi hoy día se
puede conectar muy bien. Una madre siempre es una madre.
Cualquier asunto a debatir es bienvenido. Después de algunos
años viviendo la empresa privada, lo deja todo y decide
opositar. Eso es bueno. La juventud necesita períodos de
recesión, de retorno y de reflexión, a fin de tomar el
perfecto y definitivo rumbo en su vida.
.Charlamos, dormimos y listos para el almuerzo, fuimos justo
al sitio que él sabía ya de otras veces. En Chamartín
tomamos el último café de la despedida, lo que sin duda
sirvió para desearle todo lo mejor. Que sus deseos de poder
regresar a su tierra, a sus raíces, se cumplan pronto.
En el tren me llamó la atención una pequeña que decía a su
madre: “ Mamá, es que no puedo vivir sin ti”. Me ha gustado
tanto, que la he tomado como referencia dentro de mis
expresiones diarias y la aplico con bastante frecuencia.
Aseguro que si la dices con absoluta sinceridad, da buenos
resultados.
Llegué a Palencia sobre las nueve de la noche. Había
contactado con Hortensia y José Luis para juntarnos en la
estación, pues hacía mucho que no nos veíamos, desde aquella
maravillosa peregrinación que hicimos juntos por toda
Italia. En una hora de visita en su casa nos pusimos al
corriente de nuestras vidas, pues Carmen llegó de Valladolid
y nos fuimos a la de ella, a dormir, para el día siguiente
partir ambas a Lourdes, junto a trescientos cuarenta
peregrinos más.
Se necesita desde allí una jornada de viaje hasta llegar a
nuestro destino. No obstante, apenas sentimos cansancio, más
bien, falta tiempo para charlar después de haber pasado casi
un año sin vernos.
En San Sebastián, solemos almorzar. Habitualmente tomamos
pescado, tan propio del norte. El descanso siempre es
necesario.
Acababa de diluviar en Lourdes, es normal en los veranos de
climas montañosos, pero esta vez la suerte nos acompañaba y
la persistente lluvia había cesado.
Aún tuvimos tiempo de poder visitar a la Madre en la Gruta
Massavielle, antes de cenar, y esto nos aportaba buenas
dosis de felicidad, algo así como el pensar” en Misión
cumplida”.
El día dos de agosto ha sido muy gratificante, pues algunas
experiencias vividas, aunque simples, me emocionaron. En la
misa para los franceses de la Gran Basílica, una joven mamá
rubia, alta y delgada, con sus dos hijitas de origen hindú,
sobre unos nueve y tres años respectivamente, estaban
delante de mí. La pequeña tomaba el biberón tumbada en los
asientos de la iglesia y a continuación, se abrazaba a su
madre apretándola por el cuello y uniendo a ella su cabecita
negra. Al decir “mamá”, sentí dentro de mí la emoción de su
mimo. Pensé que era la pluralidad de sociedades que generan
jóvenes altruistas, buenas, que merecen elogios abundantes.
Por la tarde, con suerte para nosotras, clara y soleada,
tuvo lugar el gigantesco despliegue humano y multirracial
con la procesión de las antorchas. Pude comprobar con
ternura cómo una pequeña rubia, con trencitas delgadas,
síndrome de Dawn, no dejaba de sonreír placentera en brazos
de su mamá. El papá se acercaba a besarla continuamente. En
esos momentos el sentimiento que mueve los corazones me hizo
estar bastante satisfecha por la decisión de haber venido.
Me parecía ser como el camello bebiendo en las aguas de un
oasis, después de una larga travesía por el desierto, pues,
a veces, somos como los círculos de la cebolla, cada cual
está en su círculo, y la comunicación entre unos y otros es
casi inexistente.
Por suerte, Carmen y yo fuimos capaces antes de dormir, de
reproducir experiencias, que nos servirían para después, en
nuestro regreso a casa.
Hoy es tres de agosto, está el día soleado y tranquilo a
primera hora de la mañana. Un grupo de peregrinos habíamos
proyectado subir al amanecer el monte que bordea al
Santuario por su flanco izquierdo. Unas esculturas enormes
en bronce dorado marcaban el camino del Vía-Crucis y nos
sirvieron de guía.
Después, si quieres aprovechar las horas que han de pasar a
la espera de poder sumergirte en las aguas de las piscinas,
siempre es conveniente ayunar para no perder el tiempo en
subir y bajar del hotel, además, que el ayuno forma también
parte del sacrificio que se ha de hacer en esos días. De
este modo, tienes tiempo suficiente para la visita al
Tabernáculo, donde se adora al Santísimo constantemente.
La espera del baño es muy emotiva, oyendo cantar a los coros
llegados de lugares remotos. Esta agua, que se filtra por
entre rocas, cura el alma y el cuerpo.
Allí en silencio, ordenas ideas, creas proyectos y sanas
heridas. El limpio cielo y la claridad del ambiente,
contribuyen a que todo salga perfecto. Este entorno forma
parte de un paraje idílico, entre rutas silenciosas, lugares
de ensueño con apariencia irreal, atravesado por el
caudaloso río Gave, donde se solazan los patos silvestres
entre musgo y roca. Al fondo, veredas interminables
escoltadas por frondosos árboles con distintas gamas de
verdes, con gruesos troncos añejos a ambos lados de los
puentes.
Como suele ser habitual cada año, sentía a Lourdes distinto.
Quizás se lo propongan la seriedad y el respeto de los
franceses, que creyeron desde el primer momento en la
aparición de la Virgen María, una aparición escueta, sólo
dieciocho veces, pero de un gran significado y repercusión:”
Procesionad, bebed de las aguas, construidme una capilla...”
A Bernardita, una niña asmática, cuya familia estaba
arruinada. Pero alegre, enérgica y capaz de replicar a las
autoridades. Una jovencita que abandona Lourdes y esconde su
humildad en Nevers, donde hoy se venera su cuerpo
incorrupto.
El 28 de Mayo de 1861 escribía así su primer relato:
“Yo iba a la orilla del Gave para recoger leña con otras dos
niñas. Atravesaron el agua y se pusieron a llorar. Les
pregunté por qué lloraban. Me respondieron que el agua
estaba muy fría. Les pedí que me ayudaran a tirar piedras al
agua, para poder pasar sin descalzarme. Me respondieron que
pasara como lo habían hecho ellas. Entonces fui un poco más
lejos para ver si podía pasar calzada. No pude. Entonces,
volví delante de la gruta para descalzarme. Cuando empecé,
oí un rumor. Me volví del lado de la pradera; vi que los
árboles no se movían en absoluto. Continué descalzándome; oí
un rumor. Levanté la cabeza mirando a la gruta. Vi a una
Señora vestida de blanco y una banda azul y una rosa
amarilla sobre cada pie del mismo color que la cadena de su
rosario. Cuando vi aquello, me froté los ojos, creía haberme
equivocado. Metí la mano en el bolsillo; encontré allí mi
rosario. Quería santiguarme, pero no podía llevar la mano a
la frente: se me caía. La visión hizo la señal de la cruz.
Entonces mi mano temblaba; traté de hacerla y pude. Pasé las
cuentas de mi rosario; la visión pasaba las cuentas del suyo
pero no movía los labios. Cuando hube terminado el rosario,
de pronto, la visión desapareció. Pregunté a las otras dos
niñas si habían visto algo y me dijeron que no. Ellas me
preguntaron qué era y que yo debía contárselo. Entonces les
dije que había visto a una Señora vestida de blanco, pero
que yo no sabía lo que aquello era, y que no debían
decírselo a nadie. Luego ellas me dijeron que no debía
volver nunca más allí: les contesté que no”....
Hay muchos lugares en la tierra que han sentido la llamada
de María: Suisse, Burkina Faso, Sri Lanca, Tailandia, Isla
Mauricio, Vietnan...., entre ellos está también nuestra
ciudad. Quizás el no ser receptivos, junto a la indiferencia
e incredulidad, motivan el hundimiento, por temor al
ridículo. De este modo la ciudad se ve aminorada,
empequeñecida y falta de espiritualidad.
Como a Bernardita, se nos pide más compromiso, mayor
implicación. La Virgen María nos recuerda los fundamentos
por los que ha de regirse la humanidad, a fin de que nadie
se pierda por senderos oscuros...
Al entrar en las frías aguas de las piscinas, confieso que
pedí algún regalo muy especial, y salí ya concluida la tarde
esperando imprevistos. Sin embargo, al día siguiente cuatro
de agosto, me vi hundida en medio de un largo desierto, en
medio de una sequía y un enorme vacío. Con un gran silencio
interior. No sabía por qué.
Sin embargo, en aquella bellísima mañana durante la misa en
la Cueva de la Apariciones oí una suave voz, como fina
lluvia, que me decía:
“Que Ceuta sea el Lourdes de África”
Creo que era la petición de Nuestra Madre. Yo lo comenté con
algunos sacerdotes y se pusieron muy contentos al saberlo.
El cinco de agosto miraba en sueños a mi ciudad en fiestas.
Subíamos hacia el hotel Carmen y yo. Un voluntario
napolitano se acercó para contarnos sus experiencias. Carmen
le respondía de una forma bastante curiosa: alzaba la voz
como si el hombre fuese sordo y daba a la entonación de la
frase un acento parecido al italiano. Yo reía sin poder
parar, era la parte divertida y familiar que usa una familia
entre hermanos, en la Casa de Su Madre....
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