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OPINIÓN - MARTES, 12 DE DICIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Pinceladas navideñas
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Las conversaciones en las barras de los bares pertenecen a la idiosincrasia ibérica y servidora, en ese aspecto, es celtíbera pero prudente, más bien tirando a visigótica, del ADN de Recaredo por parte de madre. Pero en la jornada de ayer viví una experiencia que fue pura pincelada navideña ¿Qué si fue un retazo de cuento de Navidad al estilo anglosajón? No, demasiado idílico y con demasiada moraleja. El escenario era más bien corriente: la barra de la cafetería que se encuentra en la parte de abajo del Málaga Centro, a la vera del Cutre Ingles, que no Corte Inglés que ese es el de Marbella, malagueño. Allí dejan fumar y yo paladeaba melancólicamente un Chesterfield ante un café viudo ¿Qué si estaba melancólica rumiando mis penas? No. Es que, el muchacho acababa de sacar una espléndida paella de la cocina y me la colocó, en un alarde de sadismo, justo enfrente de la nariz.

A esto llegó una pareja tipo antiglobalización, es decir, el con pelambreras y pañolete palestino y ella punkie, preguntaron si se podía fumar, como les señalaron los ceniceros se asentaron en los taburetes a mi vera y el pelúo pidió una tapa de arroz “¡Jefe, marchando una de arroz!” El camarero metió el cucharón de madera en la paella y yo comenté con un suspiro “¡Que rica! Y además debe estar echa con arroz Diamante porque los granos están sueltecitos” El del bar me miró inquisitivo “¿Quiere usted que le ponga una tapita?” Volví a suspirar “¡Ojalá! Pero es que no puedo” El de los pelos y la chica cuchichearon sin dejar de mirarme y él se dirigió a mí “Señora, pida usted si quiere una tapa que yo la invito” Aparté mis ojos extasiados del arroz humeante que olía a la bendición de Dios y susurré en su dirección “Muchas gracias, pero es que no puedo” Mi contertulio me miró con una pena inmensa “Pues por eso no se preocupe, señora, que a la tapa la invitamos y al café también” Alargó la mano y me apretó al antebrazo. Creo que en ese momento volví a una realidad que no estaba centrada en el apetitoso olor que emanaba la paellera y comprendí, angustiada que, esos jóvenes creían que mi indigencia era tal que no podía costearme unos bocados de arroz. Bueno, mi aspecto debía ser de descuidada elegancia, que es como llamo yo a ir en vaqueros raídos y con zapatos de deporte con señas inequívocas de mucho uso, pero de ahí a tomarme con una pensionista, es decir, una desheredada, debía haber un Universo de matices. Parpadeé avergonzada “No, perdona, es que no puedo porque estoy a régimen y no puedo comer hidratos de carbono- me siguieron observando con una incredulidad teñida de compasión- Mirad- comencé a sacar de mi mochila los botes de Camilina y Ortosifón, L-Carnitina-Q10, glucamano saciante, una manzana de mal aspecto y un pedazo de pan integral mordido al que di otra dentellada consoladora- Controlo las calorías” La voz de la chica destilaba compasión “Ah, ya, usted tiene el problema”. Y cuando se habla de comer “el problema” es la puta anorexia que, por cierto no padezco, tengo mis manías pero controlo.

El pelúo había dejado enfriarse la tapa de arroz en el curso de la charla y parecía no apetecerle ya, tragué a duras penas el mendrugo de pan integral saciador y quise darle a mi voz un tono alegre “Venga ¡Es Navidad! Dejadme que os invite yo” La pareja hizo un gesto de protesta, pero me dejaron pagar. Por ser Navidad.
 

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