Navego por internet y caigo en las
redes de Mayte Zaldivar cuando hace un año, más o
menos, se sentaba a la vera de Antonio Montero
mientras éste presentaba su libro: ‘Yo soy Lulú, ¿y
tú? Crónica de una princesa que se convirtió en prostituta
de lujo’. Es entonces cuando la Zaldivar confirmaba que no
quería ser alcaldesa. Dejaba muy claro que no entraba en sus
planes el convertirse en regidora de Marbella. Pero si
quisiera, afirmó con rotundidad: “No tendría ni que
prepararme para ello”.
Dejo la página donde se publican innumerables noticias
acerca de la mujer más famosa de Marbella y, según ella,
dueña de unos saberes indudables para ser alcaldesa si se lo
pidiera su... cuerpo y me adentro en Libertad Digital:
El periódico de Federico Jiménez Losantos. Y, sin
pensármelo, pico en Lengua viva. Un espacio
gramatical que dirige Amando de Miguel. El título es
el siguiente: Algunos trabucazos. Y mi sorpresa no tiene
límites: Mayte Zaldivar también es noticia en este medio
digital. Y lo es por responder a una pregunta que le
hicieron los periodistas del corazón si acaso el juez,
Miguel Ángel Torres, la llamaba para declarar.
He aquí la respuesta de la señora que se jactaba de airear,
un año antes, que estaba muy preparada para ser alcaldesa si
le salía de donde suelen salir las cosas que se hacen por
las bravas. Estoy tranquila, dijo: “No me van a amputar
(=imputar) ningún delito”. Pues bien, fue imputada. Lo dicho
en Telecinco por la ex mujer de Julián Muñoz, alias
El Cachuli, ponía de manifiesto que su cacareada
preparación para ser alcaldesa, en cuanto ella se lo
propusiera, estaba más que justificada. Porque confundir
amputar con imputar le puede pasar a cualquiera. A
cualquiera, claro está, que relacionara ladrón con
amputación, según la ley que rige en algunos países. Y a la
Zaldivar, la pobre, acosada a preguntas y viéndose ya en la
antesala de la sala donde interroga el juez Torres, se le
fue la olla.
Aunque verdad es que la tropa que acompañaba a Jesús Gil,
durante su paso imperial por Marbella y otras sucursales,
hacía proselitismo de la vulgaridad y de la chabacanería.
Sus miembros eran un trasunto de esos estraperlistas a lo
grande de nuestra posguerra cuyas esposas se vestían con las
ropas más caras y colocaban las etiquetas en sitios visibles
para que todos los pobres pudieran comprobar a qué clase
social pertenecían. Personajes calcados a los que exhibe
Santiago Segura en sus películas. Y la Zaldivar no iba a
ser una excepción.
Estaban los gilistas escasos de gramática por más que dieran
el pego cual leguleyos atiborrados de argucias para
manejarse bien en eso de recalificar terrenos y llevárselo
calentito. Eso sí: con mucha frecuencia los del Gil
eructaban ideas cual máquinas de hacer billetes y lograban
seguidores por doquier. Cuando arribaron a Ceuta los hubo
que en cuanto oyeron los regüeldos de sonoros ecos, se
pusieron a disposición de la causa y nos hablaron de cómo
procedentes de Marbella venían políticos muy cualificados
para sacar a esta ciudad de la sima en la cual la había
metido el Partido Popular y, sobre todo, Jesús Fortes:
el alcalde.
Vimos desembarcar a tipos que no podían disimular lo que
eran: profesionales de la cosa con enormes deseos de
contactar con lo más parecidos a ellos que hubiera en esta
ciudad. Y a fe que lograron ganarse para su causa a
políticos, periodistas, vividores... Y hasta una autoridad
deportiva, que amparándose en la amistad que le une con
algún político de la cantera local, con mando entonces entre
las huestes de Antonio Sampietro, se pegó al
costillaje del GIL. El periódico decano guardó silencio. El
Pueblo de Ceuta denunció las tropelías del GIL. ¿Algo que
alegar en tiempo de Adviento?
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