Se acercan las Navidades y los
partidos políticos de corte europeo, o mejor dicho, no
islámicos, se preparan para empezar la campaña electoral con
el “vino de navidad” que organizan en el que suelen
intervenir el secretario general de la entidad, el
presidente y, por último, el candidato designado (y decimos
“designado” ya que sepamos, en la mayoría de los casos, no
interviene ningún afiliado de base para la nominación del
aludido candidato ni, por supuesto, para la composición del
resto de la candidatura), que aprovechan el momento para
aparecer en los medios de comunicación, prensa, radio y
televisión y largar el conocido “espiche” de felicitación,
realizaciones y futuros proyectos para el mejoramiento de
vida de los ciudadanos.
Y no se dan cuenta de que los afiliados y simpatizantes se
cansan de ver siempre y en los mismos sitios a las mismas
personas (excepción hecha de Juan Vivas que logra el
consenso no solo de sus partidarios sino de la mayoría del
electorado) o sea: los que han hecho de la actividad
política, que debe ser digna de reconocimiento por parte de
la ciudadanía hacia quienes la ejercen, una ocupación
profesional además de muy bien retribuida que aprovechan
para favorecer intereses particulares, familiares o de
empresas. Son personas que han escalado a cargos públicos
apoyados por otros compañeros de la misma clase o calaña a
base de adulación y siempre con un interés desmedido y única
intención de lograr sus ambiciones. A estos últimos va
dirigida la recomendación de que se deben modificar las
relaciones de candidatos pues llegará el momento en que por
parte del electorado (aunque mientras siga en vigor al
actual Ley Electoral que obliga la emisión del voto a través
de listas cerradas no podrá lograrse) se pueda girar al
“gremio de los pasotas”, es decir, “ahí os quedáis que yo,
aunque con ideales de ese partido, no voto y me paso a la
abstención”. Todo ello, ante la falta de perfil (palabra que
ahora se utiliza mucho para describir el conjunto de rasgos
peculiares que caracterizan a las personas) de algunos de
los designados y las otras “lindeces” enumeradas, produce el
rechazo y hace que se estime la remoción de quienes
legislatura tras legislatura, bien como parlamentarios
nacionales o consejeros locales, vienen ocupando lugares de
relevancia en las listas de sus partidos y,
consiguientemente, alcanzando un puesto que aunque a veces
se “acepta de forma testimonial por ayudar a la entidad”, de
ninguno de estos conocemos que entregue la consignación que
mensualmente percibe a causas benéficas o al mismo Partido
(ya pueden ir tomando ejemplo de Aznar, de Bono de Ibarra,
etc.).
Hace falta, pues, un cambio de personas de esas que no
cumplen los requisitos mínimos, que se han pasado de rosca,
en definitiva, que ya están muy vistas e inyectar sabia
nueva a la composición de los equipos de futuros dirigentes
que vayan a presentarse a las elecciones. Sin que nos valga
tampoco aquello de, por ejemplo,” te quito de diputado o
senador y te pongo con un número de los de arriba para que
aproveches tu jubilación (por cierto muy bien dotada
económicamente) y percibas los emolumentos que te
correspondan, que si te asignan una Consejería pueden llegar
a mas de 6.000 ¤ mensuales, o sea, un milloncejo de nada.
Estas artimañas y la de los posibles pactos que se suelen
formalizar después de las elecciones, obligando a seguir
líneas de conducta y programas con los que el electorado no
comulga (véanse si no las elecciones catalanas) hacen
sembrar el descontento y, para evitarlo, vienen a exigir
aquello que aconseja la conocida frase de “renovarse o
morir”.
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