Se dice que un tropezón puede
prevenir una caída, pero cuando se va de tropiezo en
tropiezo, al final seguro que nos derrumbamos. Lo mismo
sucede si dejamos a un lado la sensatez, corremos el riesgo
de arruinarnos la vida. Y aunque todos tenemos una vocación
connatural, un sueño entre lo poético y lo prosaico, la de
tender a una felicidad integral y estable, cuando se pierden
los papeles que la naturaleza misma nos dicta, quedamos sin
fuerzas para poder abrir el gozoso libro del universo, donde
bañarnos el corazón. A poco que nos miremos por dentro,
sirviéndonos de algo que todos llevamos interiormente, un
corazón de niño y el pulso de la razón, veremos que nos
mueven pautas de reacción instintiva, sentimientos que
obedecen a una gnosis profunda. Unos más, otros menos; el
móvil de los impulsos ahí está. Lo nefasto es cuando nos
dejamos embaucar por sus falsos encantos, en vez de
encandilarnos por el auténtico sentido común.
Realmente, cuando se abandona el instinto de la verdad, algo
muy propio del momento actual, es muy difícil promover
concordia alguna ni convivencia. Perdida la conciencia,
definida por Kant como un instinto que nos lleva a juzgarnos
a la luz de las leyes morales, el desconcierto toma gobierno
en nuestras vidas.
En este caos que nos sirven en bandeja, o nos servimos de
él, las consecuencias son ya bien palpables: cada uno se
inventa su propia ley, pide en nombre propio justicia para
sí, que no para los demás, se cree su propia mentira y, si
es posible, se recrea apropiándose de libertades que no le
pertenecen. Nadie me negará que vivimos una situación
lamentable de ninguneo por parte de gente prepotente. El
mundo, que en gran parte está marcado por el afán productivo
(tanto tienes tanto vales) y por el desprecio de los más
débiles, debe cambiar de actitud, por sentido común, y
acoger todos los cultivos y todas las culturas.
Considero que el desplome del sentido común es hoy una
bochornosa realidad en un mundo de dudas, incapaz de valorar
o apreciar lo que en realidad vale la pena. Vayamos a lo más
primigenio e interroguémonos: ¿El instinto natural materno o
paterno, incoercible de defender la vida, nos afana como el
germen de la existencia se merece? Creo que aquí hay que dar
el todo por el todo, o sea, por la existencia.
En nuestro tiempo, el reconocimiento de los derechos del
niño o del no nacido, que tambien es una vida, sigue siendo
motivo de amarguras, como lo manifiestan los numerosos
maltratos, abusos sexuales, abortos, violencia escolar...
Pienso que hay que estar vigilante para que el bien del ser
indefenso se ponga por encima de todo ¿Acaso la plaga de
tantas separaciones y divorcios, o el mismo aluvión de
terrorismo doméstico, no perjudica excesivamente a los
niños? Crecer con padres enfrentados, que no se respetan en
absoluto, o con asesinos, cuando menos ya es traumático. Yo
así lo veo. Sin embargo, también hay que decir que frente a
estas atrocidades y contrasentidos, nos parece una muy buena
noticia que España supere la media de la UE en
escolarización a los tres años o que la salud de los menores
se sitúe en niveles óptimos. Por el contrario, tampoco nos
parece saludable, que los adolescentes consuman tanta
televisión e Internet, ni que la actividad de ocio preferida
sea salir a hacer botellón.
Está visto, que perdemos la cabeza no sólo cuando nos
ponemos al volante, también cuando ingerimos alcohol y otras
adicciones, o caminamos en sentido contrario a las agujas de
la vida.
El choque de cuerpos desplomados, por falta de haber en el
sentido común, casi siempre es mortal. Lo cierto es que cada
día cuesta menos matar a una persona, alegando que se ha
perdido el común de los sentidos. Ya está bien de seguir la
gracia a los destripadores. Iniciativas, antes consideradas
unánimemente como delictivas y rechazadas por el común
sentido moral, han llegado a ser poco a poco socialmente
consideradas. Bajo estas sombras, percibir la distinción
entre el bien y el mal no es nada fácil. Luego está la
relatividad, el todo es relativo, lo que todavía nos derriba
aún más el discernimiento. En todo caso, no puede haber
progreso si ninguneamos a la persona, si la desechamos como
si fuese una cosa.
Se me ocurre que, si con el carnet por puntos han muerto
menos personas, también puede dar buen resultado reinventar
un carnet para que cuente y cante nuestras miserias, a fin
de rehabilitar aquello que infrinja las creencias naturales
o proposiciones que parecen, por la mayoría del humano
viviente, como sensatas. Nos falta conducirnos con prudencia
por la vida, vayamos en vehículo a motor o, al igual que
Machado, haciendo camino al andar. Cuando nos dirige el
estilo alocado no se encuentra abecedario para comunicarse
con nadie de manera clara, respetando sentimientos y vidas.
La prudencia, como sentido rey del sentido común, siempre
fue regla y medida de todos los instintos.
En consecuencia, pienso que debemos volver, con urgencia, a
la ética del sentido común. De lo contrario, perderemos
humanidad y ganaremos barbaries.
Los espacios propicios para el silencio y la meditación
pueden ayudarnos a reflexionar. Para empezar, nadie tiene
derecho a que le interpreten su propia vida ¿Cuántos
intérpretes se le ofrecen a diario para encauzar su vida?
Seguro que una legión. No es exagerado pensar que los
andares de nuestra sociedad globalizada, van a depender en
gran medida de la utilización de este conocimiento natural
que todo el mundo tiene por el ejercicio espontáneo de la
razón.
Incluso aquellos que lo niegan, y que suelen utilizarlo de
una manera u otra en sus razonamientos, reclaman respeto
hacia la idea del orden del cosmos o la misma conciencia del
propio yo. Ponderar este conocimiento, que para nada es una
visión simplista, conlleva alejarse del saturado ninguneo
que a diario soportamos. Estamos hartos de tanto menosprecio
a las personas. No tomarlo en consideración, es cavar
nuestra propia tumba. Iguales derechos, iguales deberes,
porque todos somos necesarios y valemos lo mismo. Sería un
despropósito dejar en la cuneta el conveniente propósito de
utilizar el sentido de la cordura.
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