Está visto que la inmigración no
sólo favorece a la persona que busca una solución a su
pobreza o a sus carencias, nuestro sistema económico también
los necesita y, su ayuda, es imprescindible para crecer. Un
informe reciente, elaborado por la Oficina Económica del
Presidente del Gobierno que dirige Miguel Sebastián, así lo
avala: generan muchos menos gastos que los ingresos que
aportan a las arcas del Estado. Ahora bien, dicho lo
anterior me surge la pregunta: ¿realmente les correspondemos
y favorecemos la integración para que se sientan como en sus
propios países? ¿Valoramos su ayuda? Si hasta no hace mucho
tiempo pedíamos respeto y justicia a los responsables de las
naciones donde emigraban los españoles, ahora nos atañe a
nosotros comportarnos con esas mismas actitudes de
generosidad que demandábamos.
Es cierto que el gobierno español ha dado muestras de
hospitalidad y que, cada día, son más los ciudadanos
extranjeros que viven en nuestro país con una situación
regularizada. Ellos, a cambio, con su entrega incondicional
al trabajo han contribuido al crecimiento de la población y
al incremento de la renta per-cápita; que, sin duda alguna,
habría retrocedido. La mejor manera, pues, de considerarles
pasa por buscar soluciones a sus problemas, por tenderles
una mano amiga, hacerles más fácil la vida entre nosotros, y
no consentir la actuación de algunos empresarios sin
escrúpulos que buscan el beneficio económico a cualquier
precio. Con este tipo de comportamientos en situación de
semiesclavitud, aparte de que se hace mucho daño, (los
dolores del alma son los que más duelen), es de ley, si
queremos llevar a cabo una verdadera integración, prestar
auxilio y garantizarles sus derechos.
La memoria histórica nos exige acoger al inmigrante, no sólo
porque también nosotros lo fuimos en otro tiempo, sino por
el deber de gratitud y de humanidad. Ante este fenómeno
migratorio, hay que abrir las puertas del corazón sin miedo.
Es la única manera de acercarnos y de acercarse, de
entendernos y de entender que todos somos fundamentales, que
nadie sobra, que todos somos casa común y causa globalizada.
El resultado es también más positivo, no sólo por la
cuestión económica, también por el enriquecimiento cultural.
Cuando en verdad se produce un recíproco diálogo
intercultural, la construcción de un mundo reconciliado
suele ser más fácil. Por eso, el camino tiene un horizonte
bien claro, el del acogimiento al calor de la aceptación.
Sólo si uno se siente valioso, se acepta mejor. El
inmigrante, que es persona como nosotros, también necesita
sentirse aceptado y no extranjero. Su colaboración ha sido y
es significativa, incluso a la hora de mejorar la
participación de las mujeres en el mercado laboral. Al
parecer, según el citado informe, una de cada tres féminas
ha encontrado un empleo y lo pueden desarrollar gracias a
que los inmigrantes han sustituido tareas que ellas
desempeñaban hasta ahora, ya sea en el hogar o en atención
de familiares. Por todo ello, todos unidos, debemos
esforzarnos en mejorar los lazos de convivencia y, pienso,
que las instituciones deben estar atentas a buscar un orden
justo para que convivir deje de ser el sueño de lo que pudo
haber sido y no fue. Todavía es realidad aquello que Martín
Luther King, dijo: “Hemos aprendido a volar como los
pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el
sencillo arte de vivir como hermanos”. Nunca es tarde para
aprender.
|