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OPINIÓN - VIERNES, 8 DE DICIEMBRE DE 2006

 

OPINIÓN / EL OASIS

La foto de portada
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Vistosa es la foto de portada que veo en este periódico antes de ponerme a escribir a primera mañana del jueves. Es la prueba palpable de que los políticos no pierden la menor ocasión de querer inmortalizarse por medio del dagerrotipo.

Muchos de ellos tienen dos cosas muy principales metidas entre ceja y ceja: subirse el sueldo a la menor ocasión y darse bombo. Y el aniversario de la Constitución española, ha cumplido ya 28 tacos, era ocasión que ni pintiparada para que se dieran un homenaje y se dijeran unos a otros, al menos por un día, los enormes sacrificios que han hecho con dedicarse a la política con profesionalidad (Profesional es el que cobra por hacer su trabajo). Y, desde luego, airearlos para que la gente sepa que ha habido -y hay- padres de la patria empecinados en defender los derechos del pueblo hasta límites insospechados.

Cuando los políticos hablan de lo mucho que hicieron a favor de la democracia y del gran papel que cumplieron durante la transición y de qué manera se opusieron al franquismo, conviene poner en cuarentena sus palabras. De igual manera que sucede con quienes alardean, una y otra vez, de haber corrido delante de los grises.

Si uno mira detenidamente la fotografía de la portada, antedicha, no tiene más remedio que darse cuenta de que en ella existen reconocimientos democráticos a ciertas personas que nunca vieron con buenos ojos la llegada de la democracia. Y, por lo tanto, detestaban la Constitución. Aunque cuando se percataron de que el cambio era ya irreversible, no tuvieron más remedio que unirse al coro de los verdaderos y gritar con más fuerza que nadie su pasado mentiroso. Es la forma de proceder de los conversos a la fuerza.

El año de 1982 fue clave en el devenir de la España democrática. Y a mí me toco vivirlo en Ceuta, en sitios adecuados para enterarme cada día de cómo eran los comportamientos de quienes luchaban a brazo partido para ocupar un cargo político.

Los hubo que fueron parlamentarios para evadirse de la falta de interés que a ellos les producía el desempeño de su empleo y el cansancio de estar sometido a la rutina diaria de vivir en una ciudad pequeña y todavía carente de los atractivos actuales. Y, además, se encontraron con un Madrid, el de la movida, invento de aquel alcalde, a quien alguien con mucha mala leche motejó de víbora con cataratas, en el cual las noches eran fiestas interminables. Y los vasos largos se bebían bajo la consigna de: “Hasta verte, Jesús mío”.

Eran parlamentarios que se hicieron noctívagos porque sabían que ser diputado o senador de Ceuta, y de otros muchos sitios, sólo les valía para levantar la mano y poder dormitar en el escaño, durante las sesiones, a fin de reparar en parte la merma de sueño producida por ronear durante las noches en sitios ostentosos. Un roneo que continuaban ejerciendo cuando les tocaba volver a casa y se ponían a contar las peripecias políticas a los militantes de su partido y afines a ellos.

Luego, con el paso de los años, accedieron a senadores y diputados personas con un pasado de derecha rancia que te cagas. Como bien diría Elvira Lindo. Un pasado que sigue almacenado en la primera estantería de la memoria por si acaso. Y encima alguien, de entre los premiados, dice que es un orgullo que se acuerden de los parlamentarios que “nos encontramos lejos de Ceuta”. Como si el gachó no llevara ya muchos años subido en el machito de aparentar, cobrar, y no doblar las visagras. En lo tocante al trío de parlamentarios anteriores a los del 82, yo sólo conocí a Serafín Becerra. A quien le profeso afecto. Por lo dicho, no me extraña que los jóvenes menosprecien la profesión política y no crean en ella.
 

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