Decía yo aquí, días atrás, lo
placeado que estaba Juan Vivas en cuanto a sentarse en un
plató de televisión y comportarse con aplomo y eficacia. Y
destacaba la diferencia existente entre el presidente que
habla en Madrid ante las cámaras y el que lo hace en las
televisiones locales. Una diferencia que destaco porque se
me antoja muy grande.
La televisión es un medio donde la gente se pega patadas en
el trasero por aparecer y en la cual quedar como un chufla
está al alcance de una gran mayoría. Se me viene a la
memoria, por ejemplo, aquella escena de Juan Luis
Aróstegui diciéndole al presentador y director de un
programa local televisado, de cuyo nombre siento no
acordarme, que lo dejara seguir adoctrinando a los
telespectadores hasta que él quisiera finalizar su perorata.
Aquella escena, presenciada por mí no hace mucho tiempo,
parecía un pasaje humorístico, si bien burdo, aunque falto
de la firma y cierre del periodista entrevistador: Aquí,
mire usted, se acaba cuando yo lo digo por más que se llame
Aróstegui, se crea el ombligo del mundo y sea amigo del
jefe...
Sí, ya sé que el periodista, de haber defendido su terreno y
haber contribuido a darle al programa el aliciente de una
respuesta contundente y necesaria, habría puesto en peligro
su empleo. Y no está la vida para guardar cola ante el
mostrador del paro.
También recuerdo, pues me sirvió para hacer una columna,
aquella presencia en TV de Juan Vivas en el salón del trono
cual si fuera una antigualla de autoridad suprema salida de
un retrato del siglo XIX y, si me apuran, de bien entrado el
siglo XX.
La entrevista en el salón del Trono, rodeado JV de una
especie de barroquismo insultante y fuera de lugar, fue
posible por lo que también referí el otro día en la columna
dedicada a la interviú que le hizo Antonio San José al
presidente en CNN+: a que Juan Vivas gusta de hacer faenas
de aliño cuando atiende los requerimientos de las
televisiones locales.
Es decir, el presidente carece de estímulo cuando se trata
de dejarse preguntar por los mismos de siempre. Le puede la
indolencia y se apodera de él la inercia de quien ha de
lidiar un compromiso toreando con el pico de la muleta.
Lo cual es un error. Puesto que ponerse ante las cámaras sin
ganas, por más que entienda las razones que tiene el
presidente de la Ciudad para ser perezoso en tales
ocasiones, daña su imagen. Y ello es algo que algún asesor,
de los varios que tiene la primera autoridad local, tendría
que cuidar con mimo. Porque lo que no haga el asesor, en
beneficio de Juan Vivas, seguro que no lo hará nadie en las
televisiones locales. Por razones claras y de las que no me
apetece hablar en estos momentos.
Otro damnificado de tales medios, hace apenas nada, por
entrar en el plató dispuesto a desnudarse en todos los
sentidos, ha sido Pedro Gordillo. No hace falta decir
que mis relaciones con el presidente del PP, y senador
todavía, son más que malas inexistentes. Aunque si se
encarta saludarnos, de tarde en tarde, procuramos que reine
la buena educación.
A Gordillo, en cuanto lo sentaron ante las cámaras, le entró
la necesidad de confesarse ante la audiencia y allá que
largó cuanto quiso y más, de forma atropellada y
absolutamente innecesaria, de todo lo acaecido en relación a
quien cayó en desgracia siendo cargo en su partido. PG es,
pues, otro político que está pidiendo a gritos ser
adiestrado antes de que decida volver a poner los pies en
las televisiones locales.
Y qué decir de cómo necesitan ser aleccionados los políticos
que, disfrutando de un cargo apetitoso, se exponen a caer en
las redes de amistades peligrosas. ¿Lo entiendes,
presidente? Espero que sí. Porque si no...
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