Como carezco del don de la ubicuidad, ayer no pude al final
asistir a la presentación de la Fundación DENAES (Defensa de
la Nación Española), que se había acercado a estas tierras
africanas en conmemoración del 28 aniversario de la
Constitución expresando así “su cercanía con el pueblo de
Ceuta que por su situación geográfica es objeto de las
ansias expansionistas de Marruecos”, perdiéndome con ello la
intervención del viejo profesor Gustavo Bueno, sólido y
fecundo pensador además de auténtico icono de la Universidad
asturiana.
En todo caso ahí va un abrazo solidario envuelto en el
titular, pese a los epítetos y zarandajas de los
retroprogres siempre tan políticamente correctos que no
dudarán en calificarlo de facha o retrógrado cuando, sin
embargo, guardan un cobarde y cómplice silencio con el
nacionalismo violento, rancio y excluyente de las huestes
nacionalfascistas de Esquerra Republicana o de las del
iluminado protonazi Sabino Arana, fundador de la mitomanía
patria en las antiguas Vascongadas. ¡Qué error, qué craso
error!
Es plausible que en la formación de España hayan quedado,
arrumbados en el camino, pueblos y comunidades,
sensibilidades que se remontan particularmente a nuestra
enzarzada historia del medievo cuando la antigua Hispania
romana, trasuntada en el reino de los Godos quedó rota por
la irrupción de un pueblo vigoroso y con hambre de historia
que, al amparo de Dios, inauguró la era de las conquistas en
nombre de la religión aunque pudorosamente encubiertas,
Corán dixit, bajo el término árabe fatiha. De los polvos de
esa historia común (pues para mí tan españoles eran Isabel y
Fernando como Boabdil, el último rey nazarí de Granada)
salen los lodos del embrollo nacionalista actual, pues no
estamos viviendo sino una reedición de los antiguos reinos
de Taifas, debelados por la fanática entrada en liza de
almorávides primero (último tercio del siglo XI) y almohades
después (finales del siglo XIII). Pero dudo que las
enseñanzas de la historia nos sirvan para algo.
Las naciones-estado, surgidas muchas en el siglo XIX y
necesitadas hoy de un marco más amplio de expresión (léase
Europa en nuestro caso), necesitan agruparse
desesperadamente para poder seguir compitiendo, continuar
estando ahí, ante el avance imparable de la globalización y
los nuevos conjuntos geopolíticos. Parece pues
patéticamentre irrisorio volver al terruño, esconder como la
avestruz la cabeza bajo tierra aunque ésta sea la del
venerable solar patrio.
España existe, sus pueblos también y loable es mantener unas
señas individuales de identidad, pero volver ahora en los
albores del siglo XXI a remover las cenizas atizando el
espantajo de nacionalismos centrífugos cerrados y
excluyentes es más que un error: es un crímen de lesa patria
que me temo no vamos a tardar en pagar. Por si fuera poco y
con lo que se nos viene encima, el inviable disparate de las
presuntas Autonomías (con un Presidente insolvente y
zascandil pidiendo ¡más madera! como el genial Groucho de la
película) es políticamente suicida. Al calor de la
bienpensante fórmula del café para todos del Presidente
Suarez, se ha cobijado toda una caterva de gente oportunista
y ambiciosa, vividores de lo público. Los nacionalismos y
autonomías españolas suelen esconder un entramado de
intereses entre los que descuellan los de una oligarquía de
provincias, fatua, torpe, mezquina y ambiciosa, sabedora de
que la fiesta se acaba pero empeñada, sin escrúpulos, en
exprimir las ubres de la vaca . Y el último que apage la
luz. Eche el avispado lector, a lo largo y ancho de la vieja
piel de toro, un vistazo a su entorno inmediato. Las
Autonomías son, a la par, insaciables e inviables. Unas más
que otras, como Ceuta ciudad querida. Solamente el alicorto
interés de un partido político (en este caso de un color
pero podía ser de otro) llevó a un tal Arfonso a desvincular
a Ceuta de su encardinación y viabilidad en Andalucía. Más
tarde, una cateta y saqueadora clase política local (porque
aquí de la paradisiaca manzana de turno comieron todos)
azuzó a los caballas en las calles clamando autonomía...
para mangonear mejor. Porque si esta entrañable Ciudad es
“autónoma” yo soy la abadesa del monaterio de las Huelgas.
Digo.
A estas horas y pensando ya en el pase del Tarajal recuerdo
con nitidez la asistencia (julio de 1995) a los cursos de
verano de la Universidad de Oviedo del entonces presidente
de la Ciudad, Basilio Fernández y su encuentro en Gijón con
el profesor José Girón, organizador del curso El
Mediterráneo en el año 2000. Salió a relucir de todo y dado
que había varios representantes del drama yugoslavo
(serbios, bosnios, croatas y montenegrinos) fueron obvias
las extrapolaciones. Hubo cierto consenso en la asunción del
desarrollo como factor de estabilidad y de la inestable
complejidad de los estados y sociedades multiétnicas y
multiculturales: desde el Líbano a los Balcanes. Por todos
pasó, como una sombra, la evolución geohistórica de la
realidad española, máxime cuando algunos señalamos al País
Vasco -salvando las distancias- como a un potencial
Kosovo..... El deterioro de la economía, una inmigración mal
integrada y el progresivo debilitamiento del poder central
junto a factores externos abiertamente hostiles (que ahí
afuera acechan, esperando la ocasión) podrían desembocar en
una balcanización de España.
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