Los agoreros siempre dicen que,
las Navidades, son fiestas tristes porque se recuerda a los
ausentes. Y no tienen por que serlo, sobre todo desde
nuestra perspectiva de que, la muerte no existe y los que no
están se encuentran infinitamente mejor y más felices que
los que nos quedamos ¿Qué si considero que la vida es un
valle de lágrimas? No. Nada de lágrimas, es un valle de
hipotecas, letras del coche e irritación ciudadana si
presumimos que, quienes gestionan nuestros pobres haberes se
aprovechan y encima lo hacen mal. Pero no me tiren de la
sinhueso porque hoy no me apetece hablar de política sino
lanzar al Universo un recuerdo y un abrazo y que lo reciba
el cantautor granadino Carlos Cano, amigo entrañable de mi
esposo, el viejo pintor Erik y que coincidió con él hasta en
enfermedades. En efecto, el genial compositor y el pintor
padecieron al mismo tiempo aneurisma de aorta y en el mismo
año. Mala cosa cuando la aorta abdominal dice de dilatarse y
andar por libre porque, sencillamente, revientas y te
desangras.
El pintor fue afortunado, porque le engatusó su amigo el
cirujano Arqué, le metió en un quirófano donde el viejo
entró porfiando y muy disgustado, le cortó la aorta, le puso
un tubo de teflón en la barriga y todo eso sin finuras ni
zarandajas, pero con la eficacia impecable y los medios que
solo existen en nuestra Seguridad Social. Bueno, ahí y en la
Clínica Universitaria de Navarra, pero esa es de pago y no
se debe pagar por lo que se puede recibir gratis. Carlos fue
más exigente y, en las últimas, su esposa removió cielos y
tierras para llevarle en un avión hospital a Houston. Aquí
en el sur la gente le tiene mucha fe a Houston, porque allí
van a curarse los famosos y los millonarios. Será por
pijerío, porque lo que hacen allí lo hacen aquí y si aquí
pagas por atención médica la recibes impecables y si no
pagas y vas por el seguro te curan, sin exquisiteces pero te
sanan. En el hospital de Granada el cantautor no hubiera
muerto, de eso estoy segura. Y mi marido, que permaneció
tres días de duelo encerrado en su estudio sin querer comer
y escuchando lo de “Alacena de las monjas, que te dan gloria
bendita, pastelillos y toronjas y dulces de leche frita…”
sintiendo la muerte de Carlos Cano sobre los pliegues del
retrato de una virgen gótica, también sabe que, en España,
le hubieran cogido a tiempo. Y hoy el cantor de coplas,
seguiría emocionándonos con su voz rota y enamorándonos con
su arte de poeta del sur, de pintor de cantares que plasmó
como nadie la Andalucía profunda, hermética y hermosa.
Su recuerdo está perenne en nuestras vidas, me refiero al
microcosmos de mi familia donde se le escucha con
reverencia, porque el arte en estado puro impresiona , tanto
como la receta que la Virgen le dio a la superiora del
convento para hacer el dulce de calabaza “Medio kilo azúcar
blanca, agüita del Avellano, y al perol la calabaza…Tres
salves, un padrenuestro y la gracia de tus manos”. Al viejo
pintor le resbalan las lágrimas al oír la copla que es pura
jarcha andaluza recitada con acento meridional y sones de
bandurrias. Llega la Navidad y Carlos está con nosotros
cuando nos alargamos a por los borrachuelos de las monjitas
“Alacena de las monjas, que te dan gloria bendita…” Carlos
Cano está aquí.
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