Los editores de los periódicos son
empresarios cuya primera y legítima aspiración es hacer
rentable el producto que venden. De higos a brevas conviene
recordar lo que, siendo una perogrullada, todavía produce
motivo de confusión entre muchísima gente. Si un periódico
tuviera que sustentarse económicamente sólo con los anuncios
y la venta de ejemplares, cabría recurrir a la socorrida
frase hecha: Apaga y vámonos, que ya está la Misa dicha.
Todos los periódicos tienen asumido una línea editorial
basada en el poder de los dineros. La ideología hace ya
mucho tiempo que está en las últimas y sirve más bien para
lucimiento de quienes se llevan la pastizara en sacos y
encima se permiten el lujo de vender poses de honradez y de
servicio inmediato a los ciudadanos.
Fue en 1990 cuando la prensa española vivió su auge,
caracterizado por el ofrecimiento de la prensa regional y
local, el desembarco de capital extranjero en los medios de
comunicación españoles y la proliferación de ofertas y
suplementos promocionales.
Ni que decir tiene que el capital extranjero llegaba a
través de los periódicos para hacerse con las concesiones de
canales privados de televisión y otras prebendas. La fórmula
era bien sencilla: defensa del poder establecido o bien
zurrarle la badana todos los días y fiestas de guardar hasta
que los gobernantes pidieran sentarse a negociar.
Pero mi intención hoy es referirme a la fuerza que adquirió,
en los ya reseñados años 90, la prensa local independiente.
La que ya estaba y la que nació al amparo de unas
condiciones extraordinarias para “buscar públicos y
anunciantes de segundo orden intentando aplicar modelos
económicos muy sencillos a partir del escaso personal
industrial que requería la nueva tecnología”.
Mas poco tiempo les duró la alegría a cuantos periodistas de
provincias se jactaban de que les había llegado la hora de
escribir con absoluta libertad de cuanto les viniera en
ganas. Pronto se percataron de que lo de prensa
independiente era el timo de la estampita.
Aunque conviene aclarar, con celeridad, lo siguiente: Las
censuras, que llegaron deprisa y corriendo, por parte de los
editores, según conveniencias, beneficiaron más que
perjudicaron a casi todos los que escribían. Razón sencilla:
la censura les permitió darse pote de que estaban asediados
por el editor que les impedía dar rienda suelta a su
libertad de expresión.
Una mentira como una catedral. Que casi todos aprovecharon,
y yo fui testigo en Ceuta, para evitar los miedos que les
producía opinar en una ciudad pequeña y donde todos nos
conocemos. Incluso se permitían el lujo de aconsejar a
quienes tratábamos de salirnos del tiesto con el manido
dicho de no sé por qué tratas de complicarte la vida.
Mientras ellos llamaban a la puerta del poder reinante para
colocarse en sitios de poco trabajo y buena remuneración y,
de paso, situar a sus mujeres.
Viene al caso lo ya escrito, porque el otro día hablaba un
empresario de la prensa local independiente (!), acerca de
cómo se respeta en su Casa la libertad de opinión y bla, bla,
bla... Otra mentira mayor aún que la de los periodistas que
se las daban de padecer censuras. En mi caso, podría contar
con argumentos probados que opinar en Ceuta nunca ha sido
fácil. Y, mucho menos, cuando no existía ese invento llamado
Internet.
Sin embargo, uno se permite el lujo de escribir bien de
Juan Vivas. Sin que el editor lo aconseje ni yo quiera
hacerlo por agradecimiento. Pues sabido es que mi relación
con JV me causó siempre problemas de todo tipo. Ahora bien,
yo sigo tratando por todos los medios de opinar con libertad
y, por supuesto, sin causarle trastornos a la tesorería de
la empresa.
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