Me parece buena idea seguir
replantando árboles, aunque hoy sean tímidos esquejes de los
que ayer fueron grandes troncos y que, por otra parte, lo
serán para siempre. Han sido gentes imperecederas, con una
madera especial. No está mal evocar la arboleda de ideas que
hemos heredado. En el Archivo General de la Administración,
dependiente del Ministerio de Cultura y con sede en Alcalá
de Henares, alguien ha tenido la lucidez de renacer la
genialidad y de hacer convivir a Baroja, Cajal y Juan Ramón,
bajo la sugestiva sombra de: “El Árbol de la Ciencia”.
Ellos si que nos podrían dar razones para la convivencia. Lo
que hoy tanto escasea. Hasta en las aulas, donde se nos
dice: Que aprender a vivir juntos, aprender a convivir con
los demás, además de constituir una finalidad esencial de la
educación, representa uno de los principales retos para los
sistemas educativos actuales. Pues algo falla. O fallamos
todos. Estos sabios de paz, solían utilizar siempre el
lenguaje como instrumento de acercamiento. Sólo eso, la
sabiduría de la palabra. Ciertamente, las conductas
violentas se aletargaban a su paso. Resistían a todos los
aires con la reflexión precisa.
Tres sembradores de verbo a los que se les recuerda porque
celebran este año 2006, aniversarios que, en justicia,
merecen ser evocados: el centenario de la concesión del
Premio Nóbel de Medicina a Santiago Ramón y Cajal; el 50
aniversario de la muerte del novelista Pío Baroja y el
cincuentenario de la concesión a Juan Ramón Jiménez del
Premio Nobel de Literatura. En la muestra, que estará
abierta hasta el final de enero del 2007, se exhiben
reproducciones de documentos conservados en el archivo,
tales como, sus expedientes académicos, los expedientes de
censura de sus creaciones literarias e imágenes de los
fondos fotográficos del archivo, etc. Ellos sí que sabían
interrogarse e interrogarnos razonablemente, escuchar con
atención, manifestarse templadamente y dar la callada como
respuesta cuando no se tiene nada que decir o no valía la
pena decirlo.
Para el científico Santiago Ramón y Cajal lo peor no era
cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de
aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o
ignorancia. Cuando se pierde la actitud ética, situación en
la que se vive actualmente, resulta muy difícil aceptar
traspié alguno. Hoy sólo se persigue el propio interés, no
respetando los derechos de los demás si es necesario,
buscando en el trabajo maximizar sólo ganancias. Una
filosofía de vida, la actual, muy distinta a los tiempos
aquellos y a las personas como Ramón y Cajal, que toda su
vida la entregaron a la investigación científica y a sus
alumnos. Él tenía claro de donde provenía la enfermedad del
odio, de no comprendernos, ni de hacer nada por estudiarnos.
Aborrecía la necedad, y, sobre todo, la de los parlanchines
empeñados en demostrar que tienen talento. O talante.
Por desgracia, actualmente lo que brilla es otro tono, un
discernimiento con bastante poco tino, el de la mediocridad
y el borreguismo, el de cortar las alas de la libertad, con
poca justicia y mucha rabia. Que un líder de la música pop
sea noticia porque critica a las religiones a las que acusa
de promover la homofobia en lugar de la paz mundial,
afirmando que él “prohibiría totalmente” la religión
organizada, me parece un desacierto total por su parte. Que
la política del miedo y la revancha tome carta de
naturaleza, tampoco creo que sea de recibo. Que la
crispación se adueñe del mundo también es un mal augurio.
Que la mentira o las medias tintas nos confundan, muy propio
del momento presente, es de igual modo, un cáncer social que
degenera la confianza y el entendimiento. Una sana vacuna
para estos casos, la descubrió y describió el arquitecto de
sueños, Baroja, cuando inyectó la verdad como algo que no se
puede exagerar. En la verdad no puede haber matices. En la
semi-verdad o en la mentira, es donde si los hay, y muchos.
Quizás, si tuviésemos esto en cuenta, nos ahorraríamos, lo
de: voy a matizar.
Como nunca el mundo sigue atado a modelos económicos
discriminatorios, generadores de corrupción e injusticias.
La propuesta de impulsar el crecimiento personal es vital,
para lo cual se precisan libertades e igualdad de
oportunidades. Ya lo dijo el clarividente Juan Ramón, al que
la modernidad lo alzo a los altares de la estética, cuando
puso en boca del Parnaso que el hombre tenía que ser libre,
como primera virtud y gran hermosura, hasta el punto de que
si te ofrecen un papel pautado, recomendaba se escribiese
por detrás.
A la luz de este noble árbol de la ciencia que aglutina a
Ramón y Cajal, Pío Baroja y Juan Ramón Jiménez, hemos de
pensar en los modos, maneras y modales, con los que llevaron
a cabo su sapiencia. Se sintieron libres para el cultivo,
cultivaron la universalidad, y pusieron en todo su saber el
alma, para mejor servir a todo ser humano, de manera
íntegra, sin prejuicio alguno ni etiquetados de ofuscación.
Sus lecciones merecen ser recordadas. En primer lugar para
rendir un homenaje a la contribución insigne que aportaron a
la humanidad y a la vida misma. Otra razón, nace de la
reflexión a sus trayectorias como estímulo para las nuevas
generaciones. Estoy seguro que será muy saludable meditar
sobre los presupuestos de la creatividad en torno a estas
figuras del mundo de la ciencia y de las letras.
Siempre se dijo que al mundo de la cultura le falta el carro
de la ciencia. Con esta unión expositiva, entorno a Cajal,
Baroja y Juan Ramón, se desdice el dicho. Se agradece
respirar aire puro, bajo otros climas más níveos, los de la
independencia y cooperación, con una actitud de apertura a
lo globalizado y con una visión armónica. Las ventanas del
corazón están de un negro que nos ahogan.
|