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OPINIÓN - DOMINGO, 3 DE DICIEMBRE DE 2006

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

Ceuta, mi ciudad querida

Por Flor Garrido


Yo nunca abandonaré a Ceuta”, era el título de un poema que escribía hace algún tiempo con mucho amor para mi ciudad. Y ello era porque me abatía el habitual derrotismo de gentes que habitan esta tierra, pues deprime el escucharlo y contagia a muchos que no tienen experiencias riquísimas de una infancia ceutí metida de lleno en una felicidad inmensa disfrutando de cada rincón y cada momento en estas tierras tan africanas y tan exóticas, que invitan a la fantasía y la contemplación mística, agradecida de unos paisajes muy hermosos, muy ricos en variedad de contrastes geográficos y con una luminosidad especial.

He visto varias veces la película “Memorias de África”!, un clásico dentro del cine contemporáneo. Ese amor que la protagonista de origen holandés siente por aquellos lugares donde vivió y luchó, fueron los mejores años de su juventud. Me conmueve y llama al agradecimiento celestial que mi ciudad natal norteafricana posea una similitud con aquellas otras vivencias que llenaron de ternura a la mujer. Ella enseñó y se preocupó por los nativos a los que guardó en su regazo como una leona protectora de sus cachorros.

Aquella mujer sintió inusitado amor, el mismo que los verdaderos ceutíes sienten por su tierra.

Ahí me sumergía yo en común agrado, fundiéndome con los mismos sentimientos de aquella mujer, que si bien fue allá tan lejos para hacer fortuna, terminó siendo una más, enraizada con los problemas, las inquietudes de aquellos hombres, con el fervor sincero de los que se incrustan con surcos muy profundos peinados por un arado fuerte, forjado en el tiempo y la fatiga.

Y ahora espero vivir feliz y tranquila, ya unida siempre a los asuntos de mi ciudad, que tanto amo incondicionalmente.

Me duele mi tierra, debo decirlo abiertamente. Me duele que la mancillen con el desdén o con la indiferencia. Me duele toda ella en su sufrimiento. Porque Ceuta es una ciudad de grandes contrastes y enormes posibilidades. Una ciudad modelo de convivencia intercultural, que ha de servir como ejemplo a otros lugares geográficos en conflicto, a pesar de sus enormes parecidos sociales.

“A mi pueblo le transmito yo el amor que se derrama por mi cuerpo entero, ¡bañándome! Yo quiero ser cantora de la luz que baña nuestras tierras. Yo quiero hablar de las gentes de este pueblo. Tan sólo ser testigo de mi pueblo”. Era otro poema que se me ocurría para invitar al orgullo de sentirse ceutí y a la lucha por un pueblo milenario que merece nuestra admiración y respeto.

Recordaba entonces de este modo los mejores años de mi vida pasados en mi ciudad querida, mi tierra amada, a la que he elegido para que recoja y envuelva también mis restos cuando ya lo haya dado todo por ella y no necesite mis desvelos...

“Vienen a mi mente momentos históricos fundamentales del pasado ceutí”.

Cerremos los ojos para ver pasar los primeros primates ya erguidos, con sus hachas de sílex bien afiladas, como preciado utensilio, alimentándose de almejas marinas, al es el testimonio dejado en nuestro litoral. Venían en burdas balsas o barcazas hechas de troncos y ramajes. Son los primeros espaldas mojadas que encuentran en estos lugares el clima perfecto y el solaz necesario en el descanso migratorio.

Veo en mis sueños gentes fenicias de la cuenca oriental mediterránea costeando por nuestro litoral, que vienen para comerciar y fundar sus colonias. Y poco tiempo después la primacía griega con su Epta Adelphos de la que se enamora Ulises mitológico en su búsqueda hacia los preciados metales del tenebroso mar océano, mientras su futra esposa Penélope hace y deshace el traje nupcial a la espera del amado y valiente marinero... Y aquí se queda entonces configurada la Montaña de la Mujer Muerta, allá en Benzú, en el conjunto de Sierra Belliones.

Pueblos primeros del mediterráneo que buscan refugio en estos acantilados, porque son perseguidos en sus lugares de origen. O porque llegan a comerciar, al igual que ocurría con el poderoso Imperio Romano. Traen ánforas cargadas de aceite, de vino o de garum, para el condimento sabroso de los futuros platos típicos a base de exquisito pescado, que han tomado siempre de nuestras costas y han sido tratados en nuestras fábricas de salazones. Y tinajas rojas de terracota, con trigo...

He aquí que otros hombres se toman un descanso en nuestras playas, miran sus mapas cotejan lo conocido, se enamoran de las toscas muchachas ceutíes, que llevan diademas de aguas marinas, perlas y corales. Mezclan su sangre y dan lugar al nacimiento de otra raza más vigorosa, sólida y firme...

Y llaman a la ciudad Septem Frates, del latín, recordando la belleza de las siete hermosas colinas que la serpentean.

Hay vestigios de los antiguos romanos en los restos paleocristianos encontrados en la zona centro de la ciudad. Torques, collares, cinturones incrustados con piedras preciosas, finas vasijas con firma de autor. Es ahora Ceuta, en aquellos instantes, un lugar estratégico conocido al que llegarse y repostar todos los pueblos costeros del Mare Nostrum.

La expansión visigoda, o la incursión africana de los alanos al África profunda, hacen de esta ciudad el paso fronterizo previo. Es el descanso del guerrero, que llega y deja su huella al marcharse.

Se observan más adelante a los hombres orientales, ataviados con sus típicos ropajes islámicos, construyendo con una arquitectura preciosista, afanados en las murallas, pasadizos secretos, puentes elevados, en noches cuajadas de estrellas. Y madrazas, donde filósofos ilustres como Edrisis, enseñan sus teorías e hipótesis. Traen prisioneros de guerra que han sido capturados en contiendas enemigas y aquí son necesarios como contingente, formando parte de la escasa mano de obra que levanta una ciudad fortificada.

Hay que evitar la piratería morisca, hay que hacer fortines vigías, hay que construir castillos protectores... Muestra de ello es la ruta del Desnarigado, con sus cuevas y oquedades, pues se deben proteger nuestros puntos estratégicos.

Los almohades o los merinides entre otros, saben que poseen un gran tesoro, una llave mágica que abre las puertas a la quebradiza Hispania Visigoda.

Se ha forjado al fin la esencia del alma ceutí, ya somos un pueblo en toda su extensión, con inquietudes propias. Una ciudadanía que observa, siente y quiere.

Y ya, después de vicisitudes, períodos de calma absoluta, regia solera de un pueblo, Ceuta se nos hace por un tiempo Portuguesa. Pero decide, como así lo hace constar en su escudo, ser la muy noble, muy leal y fidelísima ciudad de la Corona Española.

“Desde el monte Hacho vuelvo a mirar el mar por donde quiero. En ciertos lugares se encrespa entre roquizales abruptos. Donde hay playa llega el mar acariciando la arena negruzca... Nunca otras tierras más hermosas y más amplias... Porque para mi, Ceuta no es lo que piso, sino lo que veo y siento... Al otro extremo, en García Aldave se observa la serpiente terrosa bañada a un lado y al otro por el mar”, me decía yo en diferente ocasión cuando rabiosamente enamorada de mi tierra linda, veía en silencio su progreso y proyección entre los pueblos marítimos de la actualidad.

Y es que confirmo la necesidad de dejar constancia, enfatizar, hacer poesía con nuestros sentimientos. Si no, creo que no seremos justos con ella y la ingratitud con tu tierra natal se paga caro.

Por ello vino de visita la Virgen, diríamos casi milagrosamente a nuestra tierra, y se quedó prendada de ella. ¡Y se quedó!

Porque la ciudad es mariana por vocación, unidos nosotros todos a la Madre que ora y da gracias al Padre. Santa María de África nos hermana a todos los ceutíes. Ella es Madre y Señora de Todos los Pueblos.

“Todo este conjunto armonioso se une a ti, Tierra que la Virgen guarda. Pues manas leche y miel en abundancia, sin tan siquiera tener nada en tus entrañas. Que invitas a tus hijos los ceutíes a entonar poemas encendidos, porque los canten como himno soberano. A ti, ¡Ceuta de África!”, así sentí una vez que debía expresarle mi gratitud, como una más que respeta y vive las mismas inquietudes.

No puedo fallarle a mi tierra. Quiero ser por voluntad amante fiel, recordar mi niñez, revivir sus tradiciones que con tanto tesón cavaron cimientos inquebrantables mis paisanos antepasados. Ser cada día más de Ceuta...

“Miraba el ancho mar que bordeaba a su pueblo... Desde el amplio ventanal, su mar bravío. Sentía sin saber por qué, esa extraña sensación que la invadía, como siempre, en Navidad...

Aquellas idas y venidas de su padre al pueblo... Cargado de naranjas y limones del huerto... Ella echaría de menos el bullicio de su calle, la Real Calle de sus sueños, con la venida de los jóvenes que estudiaban fuera de la localidad. Traían lo más nuevo de otros puntos de España, para contagiar a la Ciudad...”

Yo hablaría una eternidad sobre Ceuta. Nunca me canso. Y si tuviera que resumir en una sola palabra la idea de nuestra tierra, diría: Ceuta es Mar.

“Aguas yendo y viniendo una y otra vez en sucesión. De forma periódica pura. Matemática exacta fija. La veo de nuevo con ojos dulces de alma nostálgica. Somos los pequeños acercándonos con total algarabía.

Las siempre amadas aguas donde flotaban los chiquillos cual patitos feos, chapoteando y buceando en jolgorio loco, buscando juguetones, curiosos caballitos de salado mar, o las escondidas sirenitas de bellos rizos marinos. Yo me internaba a solas en aquel encanto plácido, entre unas rocas verdinosas de musgo y liquen amarillo, por conseguir las primeras instantáneas del Palacio donde Neptuno Rey escondía en secreto, trofeo sin precio. ¡Mi playa del amanecer azul!”

Inmenso mar.

Dicha marina.
 

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