Yo nunca abandonaré a Ceuta”, era el título de un poema que
escribía hace algún tiempo con mucho amor para mi ciudad. Y
ello era porque me abatía el habitual derrotismo de gentes
que habitan esta tierra, pues deprime el escucharlo y
contagia a muchos que no tienen experiencias riquísimas de
una infancia ceutí metida de lleno en una felicidad inmensa
disfrutando de cada rincón y cada momento en estas tierras
tan africanas y tan exóticas, que invitan a la fantasía y la
contemplación mística, agradecida de unos paisajes muy
hermosos, muy ricos en variedad de contrastes geográficos y
con una luminosidad especial.
He visto varias veces la película “Memorias de África”!, un
clásico dentro del cine contemporáneo. Ese amor que la
protagonista de origen holandés siente por aquellos lugares
donde vivió y luchó, fueron los mejores años de su juventud.
Me conmueve y llama al agradecimiento celestial que mi
ciudad natal norteafricana posea una similitud con aquellas
otras vivencias que llenaron de ternura a la mujer. Ella
enseñó y se preocupó por los nativos a los que guardó en su
regazo como una leona protectora de sus cachorros.
Aquella mujer sintió inusitado amor, el mismo que los
verdaderos ceutíes sienten por su tierra.
Ahí me sumergía yo en común agrado, fundiéndome con los
mismos sentimientos de aquella mujer, que si bien fue allá
tan lejos para hacer fortuna, terminó siendo una más,
enraizada con los problemas, las inquietudes de aquellos
hombres, con el fervor sincero de los que se incrustan con
surcos muy profundos peinados por un arado fuerte, forjado
en el tiempo y la fatiga.
Y ahora espero vivir feliz y tranquila, ya unida siempre a
los asuntos de mi ciudad, que tanto amo incondicionalmente.
Me duele mi tierra, debo decirlo abiertamente. Me duele que
la mancillen con el desdén o con la indiferencia. Me duele
toda ella en su sufrimiento. Porque Ceuta es una ciudad de
grandes contrastes y enormes posibilidades. Una ciudad
modelo de convivencia intercultural, que ha de servir como
ejemplo a otros lugares geográficos en conflicto, a pesar de
sus enormes parecidos sociales.
“A mi pueblo le transmito yo el amor que se derrama por mi
cuerpo entero, ¡bañándome! Yo quiero ser cantora de la luz
que baña nuestras tierras. Yo quiero hablar de las gentes de
este pueblo. Tan sólo ser testigo de mi pueblo”. Era otro
poema que se me ocurría para invitar al orgullo de sentirse
ceutí y a la lucha por un pueblo milenario que merece
nuestra admiración y respeto.
Recordaba entonces de este modo los mejores años de mi vida
pasados en mi ciudad querida, mi tierra amada, a la que he
elegido para que recoja y envuelva también mis restos cuando
ya lo haya dado todo por ella y no necesite mis desvelos...
“Vienen a mi mente momentos históricos fundamentales del
pasado ceutí”.
Cerremos los ojos para ver pasar los primeros primates ya
erguidos, con sus hachas de sílex bien afiladas, como
preciado utensilio, alimentándose de almejas marinas, al es
el testimonio dejado en nuestro litoral. Venían en burdas
balsas o barcazas hechas de troncos y ramajes. Son los
primeros espaldas mojadas que encuentran en estos lugares el
clima perfecto y el solaz necesario en el descanso
migratorio.
Veo en mis sueños gentes fenicias de la cuenca oriental
mediterránea costeando por nuestro litoral, que vienen para
comerciar y fundar sus colonias. Y poco tiempo después la
primacía griega con su Epta Adelphos de la que se enamora
Ulises mitológico en su búsqueda hacia los preciados metales
del tenebroso mar océano, mientras su futra esposa Penélope
hace y deshace el traje nupcial a la espera del amado y
valiente marinero... Y aquí se queda entonces configurada la
Montaña de la Mujer Muerta, allá en Benzú, en el conjunto de
Sierra Belliones.
Pueblos primeros del mediterráneo que buscan refugio en
estos acantilados, porque son perseguidos en sus lugares de
origen. O porque llegan a comerciar, al igual que ocurría
con el poderoso Imperio Romano. Traen ánforas cargadas de
aceite, de vino o de garum, para el condimento sabroso de
los futuros platos típicos a base de exquisito pescado, que
han tomado siempre de nuestras costas y han sido tratados en
nuestras fábricas de salazones. Y tinajas rojas de
terracota, con trigo...
He aquí que otros hombres se toman un descanso en nuestras
playas, miran sus mapas cotejan lo conocido, se enamoran de
las toscas muchachas ceutíes, que llevan diademas de aguas
marinas, perlas y corales. Mezclan su sangre y dan lugar al
nacimiento de otra raza más vigorosa, sólida y firme...
Y llaman a la ciudad Septem Frates, del latín, recordando la
belleza de las siete hermosas colinas que la serpentean.
Hay vestigios de los antiguos romanos en los restos
paleocristianos encontrados en la zona centro de la ciudad.
Torques, collares, cinturones incrustados con piedras
preciosas, finas vasijas con firma de autor. Es ahora Ceuta,
en aquellos instantes, un lugar estratégico conocido al que
llegarse y repostar todos los pueblos costeros del Mare
Nostrum.
La expansión visigoda, o la incursión africana de los alanos
al África profunda, hacen de esta ciudad el paso fronterizo
previo. Es el descanso del guerrero, que llega y deja su
huella al marcharse.
Se observan más adelante a los hombres orientales, ataviados
con sus típicos ropajes islámicos, construyendo con una
arquitectura preciosista, afanados en las murallas,
pasadizos secretos, puentes elevados, en noches cuajadas de
estrellas. Y madrazas, donde filósofos ilustres como Edrisis,
enseñan sus teorías e hipótesis. Traen prisioneros de guerra
que han sido capturados en contiendas enemigas y aquí son
necesarios como contingente, formando parte de la escasa
mano de obra que levanta una ciudad fortificada.
Hay que evitar la piratería morisca, hay que hacer fortines
vigías, hay que construir castillos protectores... Muestra
de ello es la ruta del Desnarigado, con sus cuevas y
oquedades, pues se deben proteger nuestros puntos
estratégicos.
Los almohades o los merinides entre otros, saben que poseen
un gran tesoro, una llave mágica que abre las puertas a la
quebradiza Hispania Visigoda.
Se ha forjado al fin la esencia del alma ceutí, ya somos un
pueblo en toda su extensión, con inquietudes propias. Una
ciudadanía que observa, siente y quiere.
Y ya, después de vicisitudes, períodos de calma absoluta,
regia solera de un pueblo, Ceuta se nos hace por un tiempo
Portuguesa. Pero decide, como así lo hace constar en su
escudo, ser la muy noble, muy leal y fidelísima ciudad de la
Corona Española.
“Desde el monte Hacho vuelvo a mirar el mar por donde
quiero. En ciertos lugares se encrespa entre roquizales
abruptos. Donde hay playa llega el mar acariciando la arena
negruzca... Nunca otras tierras más hermosas y más
amplias... Porque para mi, Ceuta no es lo que piso, sino lo
que veo y siento... Al otro extremo, en García Aldave se
observa la serpiente terrosa bañada a un lado y al otro por
el mar”, me decía yo en diferente ocasión cuando
rabiosamente enamorada de mi tierra linda, veía en silencio
su progreso y proyección entre los pueblos marítimos de la
actualidad.
Y es que confirmo la necesidad de dejar constancia,
enfatizar, hacer poesía con nuestros sentimientos. Si no,
creo que no seremos justos con ella y la ingratitud con tu
tierra natal se paga caro.
Por ello vino de visita la Virgen, diríamos casi
milagrosamente a nuestra tierra, y se quedó prendada de
ella. ¡Y se quedó!
Porque la ciudad es mariana por vocación, unidos nosotros
todos a la Madre que ora y da gracias al Padre. Santa María
de África nos hermana a todos los ceutíes. Ella es Madre y
Señora de Todos los Pueblos.
“Todo este conjunto armonioso se une a ti, Tierra que la
Virgen guarda. Pues manas leche y miel en abundancia, sin
tan siquiera tener nada en tus entrañas. Que invitas a tus
hijos los ceutíes a entonar poemas encendidos, porque los
canten como himno soberano. A ti, ¡Ceuta de África!”, así
sentí una vez que debía expresarle mi gratitud, como una más
que respeta y vive las mismas inquietudes.
No puedo fallarle a mi tierra. Quiero ser por voluntad
amante fiel, recordar mi niñez, revivir sus tradiciones que
con tanto tesón cavaron cimientos inquebrantables mis
paisanos antepasados. Ser cada día más de Ceuta...
“Miraba el ancho mar que bordeaba a su pueblo... Desde el
amplio ventanal, su mar bravío. Sentía sin saber por qué,
esa extraña sensación que la invadía, como siempre, en
Navidad...
Aquellas idas y venidas de su padre al pueblo... Cargado de
naranjas y limones del huerto... Ella echaría de menos el
bullicio de su calle, la Real Calle de sus sueños, con la
venida de los jóvenes que estudiaban fuera de la localidad.
Traían lo más nuevo de otros puntos de España, para
contagiar a la Ciudad...”
Yo hablaría una eternidad sobre Ceuta. Nunca me canso. Y si
tuviera que resumir en una sola palabra la idea de nuestra
tierra, diría: Ceuta es Mar.
“Aguas yendo y viniendo una y otra vez en sucesión. De forma
periódica pura. Matemática exacta fija. La veo de nuevo con
ojos dulces de alma nostálgica. Somos los pequeños
acercándonos con total algarabía.
Las siempre amadas aguas donde flotaban los chiquillos cual
patitos feos, chapoteando y buceando en jolgorio loco,
buscando juguetones, curiosos caballitos de salado mar, o
las escondidas sirenitas de bellos rizos marinos. Yo me
internaba a solas en aquel encanto plácido, entre unas rocas
verdinosas de musgo y liquen amarillo, por conseguir las
primeras instantáneas del Palacio donde Neptuno Rey escondía
en secreto, trofeo sin precio. ¡Mi playa del amanecer azul!”
Inmenso mar.
Dicha marina.
|