De agresores a agredidos. Así se podría considerar la
situación actual de violencia y acoso escolar a profesores,
con los castigos físicos que se aplicaban por los maestros,
que, con la llegada de la participación de los padres de
alumnos en la escuela, en los años setenta, se produce el
momento de atenuarse, en lo posible, los citados castigos.
Ya en el siglo XVII se utilizaban los castigos corporales.
El genial Quevedo los recoge en su obra La vida del Buscón.
En uno de los episodios cuenta que el protagonista se
sentaba junto al maestro. Él ganaba la palmatoria (palmeta)
muchos días por llegar el primero a la escuela, e irse el
último, por hacer algunos recados a la mujer del maestro. El
primero en llegar gozaba del “bárbaro” privilegio de usar la
palmeta para aplicar los castigos impuestos por el maestro.
Por supuesto que el “afortunado” estaba libre de todo tipo
de castigo.
Una versión moderna del poseedor de la palmatoria, era el
delegado de clase, que por derecho se “ganaba” la tiza. En
las ausencias del maestro, o entre clases, se dedicaba a
anotar los nombres de los que se portaban mal. Cuando
llegaba el maestro, se encontraba con la pizarra completa de
nombres, y algunos con muchas cruces, indicativo del número
de veces que el nombrado había cometido una falta. Había un
problema: los “anotados” argumentaban que los amigos del
delegado, siendo también los infractores, no figuraban en la
relación. También las consiguientes amenazas ¡como te coja
en la calle te vas a enterar!
Había gran variedad de castigos. Entre los llamados
“convencionales” se encontraban: Golpear en la palma de la
mano con una regla (palmeta o palmatoria), que si el que lo
recibía retiraba la mano, el maestro, con mucho sosiego, le
invitaba a que dispusiera las yemas de los dedos hacia
arriba (en forma de “huevo” se le llamaba). Ni que decir
tiene que producía más dolor, sobre todo si no tenía las
uñas cortadas; los denominados “rincones de meditación”,
situados a ambos lados de la cabecera del aula, cerca de la
mesa del maestro. También se utilizaban los rincones
opuestos. En estos “rincones” se colocaban los “castigados”,
o bien, de pie o de rodillas. Se agravaba la situación con
la colocación de los brazos en cruz, con las palmas de las
manos hacia arriba, donde ponían libros muy pesados.
También, dependiendo de la falta cometida, en las rodillas
se colocaban granitos de arroz, garbanzos, y en casos
extremos, chapas, tapones de cervezas o refrescos, hacia
arriba, con lo que el daño producido era de curas
inmediatas, por las heridas producidas. En estos “rincones
de meditación”, lo más leve era colocar al “infractor”
solamente de pie y mirando hacia la pared. En este apartado
también se podrían incluir las bofetadas, puñetazos, tirones
de orejas y patillas, patadas en el trasero, coscorrones
dados con el puño cerrado etc.
Entre los “no convencionales” se podría citar a “lanzadores”
de borradores de pizarra, que siempre iban dirigidos a la
cabeza del alumno, que, a veces, si éste era muy hábil, lo
esquivaba; otras veces pasaba rozando las orejas, que cuando
impactaba con la parte de madera del borrador, el daño era
mayor.
Quién lo diría, a raíz de lo que está ocurriendo en la
actualidad. Y no pasaba nada. Los maestros contaban con la
aprobación de la familia.
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