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OPINIÓN - DOMINGO, 3 DE DICIEMBRE DE 2006

 
OPINIÓN / EL MAESTRO

Los papeles cambiados

Por Andrés Gómez Fernández


De agresores a agredidos. Así se podría considerar la situación actual de violencia y acoso escolar a profesores, con los castigos físicos que se aplicaban por los maestros, que, con la llegada de la participación de los padres de alumnos en la escuela, en los años setenta, se produce el momento de atenuarse, en lo posible, los citados castigos.

Ya en el siglo XVII se utilizaban los castigos corporales. El genial Quevedo los recoge en su obra La vida del Buscón. En uno de los episodios cuenta que el protagonista se sentaba junto al maestro. Él ganaba la palmatoria (palmeta) muchos días por llegar el primero a la escuela, e irse el último, por hacer algunos recados a la mujer del maestro. El primero en llegar gozaba del “bárbaro” privilegio de usar la palmeta para aplicar los castigos impuestos por el maestro. Por supuesto que el “afortunado” estaba libre de todo tipo de castigo.

Una versión moderna del poseedor de la palmatoria, era el delegado de clase, que por derecho se “ganaba” la tiza. En las ausencias del maestro, o entre clases, se dedicaba a anotar los nombres de los que se portaban mal. Cuando llegaba el maestro, se encontraba con la pizarra completa de nombres, y algunos con muchas cruces, indicativo del número de veces que el nombrado había cometido una falta. Había un problema: los “anotados” argumentaban que los amigos del delegado, siendo también los infractores, no figuraban en la relación. También las consiguientes amenazas ¡como te coja en la calle te vas a enterar!

Había gran variedad de castigos. Entre los llamados “convencionales” se encontraban: Golpear en la palma de la mano con una regla (palmeta o palmatoria), que si el que lo recibía retiraba la mano, el maestro, con mucho sosiego, le invitaba a que dispusiera las yemas de los dedos hacia arriba (en forma de “huevo” se le llamaba). Ni que decir tiene que producía más dolor, sobre todo si no tenía las uñas cortadas; los denominados “rincones de meditación”, situados a ambos lados de la cabecera del aula, cerca de la mesa del maestro. También se utilizaban los rincones opuestos. En estos “rincones” se colocaban los “castigados”, o bien, de pie o de rodillas. Se agravaba la situación con la colocación de los brazos en cruz, con las palmas de las manos hacia arriba, donde ponían libros muy pesados. También, dependiendo de la falta cometida, en las rodillas se colocaban granitos de arroz, garbanzos, y en casos extremos, chapas, tapones de cervezas o refrescos, hacia arriba, con lo que el daño producido era de curas inmediatas, por las heridas producidas. En estos “rincones de meditación”, lo más leve era colocar al “infractor” solamente de pie y mirando hacia la pared. En este apartado también se podrían incluir las bofetadas, puñetazos, tirones de orejas y patillas, patadas en el trasero, coscorrones dados con el puño cerrado etc.

Entre los “no convencionales” se podría citar a “lanzadores” de borradores de pizarra, que siempre iban dirigidos a la cabeza del alumno, que, a veces, si éste era muy hábil, lo esquivaba; otras veces pasaba rozando las orejas, que cuando impactaba con la parte de madera del borrador, el daño era mayor.

Quién lo diría, a raíz de lo que está ocurriendo en la actualidad. Y no pasaba nada. Los maestros contaban con la aprobación de la familia.
 

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