Este articulo tiene un título que
parece de una obra sinfónica de Albéniz de Falla o de Turina,
de ese tipo de música maravillosa que apetece oír en
concierto en los jardines del Generalife, al son de las
fuentes, con los arrayanes florecidos en flores blancas y
los cipreses apuntando, oscuros y erguidos, al cielo
estrellado del agosto granadino. Pero, aunque parezca
arrancado de una partitura, este título pertenece a la
realidad : mi hijo pequeño se ha echado novia y, como es
normal en los ajedrecistas que son muy suyos y muy sesudos,
la cosa va en serio y la relación ha adquirido grado de
formalidad, con los consuegros que vienen de Francia a pasar
la Nochevieja y tomarse las uvas en Málaga. La Navidad no la
celebran con nosotros porque son una familia judía sefardita
que procede del norte de Marruecos, concretamente de Oujda,
donde llegaron sus antepasados expulsados por los Reyes
Católicos y de donde salieron echando leches para Toulouse,
donde hay una buena comunidad, cuando la Independencia de
Marruecos en 1956. ¿Qué dicen? ¿Qué si me deleitan hablando
el román paladino y añorando a su amada Sefarad? Algo hay,
porque, los sefarditas son muy mágicos y atesoran una
cultura que es la nuestra y unos cantares tipo romanza que
derriten los sentidos y destilan nostalgia.
Lógicamente era la guinda que faltaba en el gazpachuelo
racial, genético y cultural que es mi familia, la pequeña
Déborah, la niña judía que habla español con acento de
Valladolid y que no es una guiri, porque los sefarditas no
son guiris ni extranjeros. De hecho, cuando la II Guerra
Mundial, el Franquillo se lió a dar pasaportes españoles a
todos esos “nuestros” que pululaban por Europa y conseguimos
rescatar a muchos del Holocausto.
¿Qué como me sienta que mi pequeño quiera maridar con una
judía? Pues no sé que decirles, es emoción, es una pizca de
extrañeza al pensar que, mis nietos, van a ser judíos, como
lo fueron Jesús de Nazareth y su Madre, esa mujer hebrea que
ha sido plasmada, esculpida y retratada por los mayores
genios del arte de la Humanidad. Miren, miren…¡Los pelos se
me ponen como escarpias! Pensar que mis nietos, por derecho,
pertenezcan a la misma raza que Nuestro Señor, a la misma
antigua religión que Él aprendió de los rabinos en la
sinagoga y que practicó toda su vida, que les descapoten el
prepucio como a Jesús y que recen los rezos que María enseñó
a su Hijo. Soy católica y como tal respeto y venero el
Antiguo Testamento y me siento cercana al pueblo al que
perteneció aquel chaval de treinta y tres años, el Hijo
poeta, filósofo y revolucionario que le salió al Creador.
¿Qué si mi niño es religioso? No. Es un agnóstico defensor a
ultranza de la cultura occidental, hoy agredida y siente
como toda mi familia que, nuestro hecho cultural es nuestro
hecho religioso. Pero aún no le ha llegado la
espiritualidad, ni yo impongo mi nivel de compromiso
cristiano a nadie pues nadie me pertenece espiritualmente
como para que yo le imponga nada. El alma solo es de Dios y
cuando Dios disponga da la luz. Pero vaticino una boda judía
con la pequeña Déborah ataviada con la belleza del traje
sefardita y el ritual hermoso que unió a María y a José
¡Joder, que emoción! ¿Qué si mi hijo se convertirá por amor?
Me da lo mismo. Yo aborrezco a los conversos, pero ser judío
es ser como Nuestro Señor y eso no es ser converso, es
regresar.
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