Los exquisitos han puesto el grito
en el cielo porque el Balón de Oro lo ha ganado un defensa.
Y, para más inri, un defensa que juega, desde hace varios
meses, en el Real Madrid: Fabio Cannavaro. Los
exquisitos están que trinan porque llevan grabado a fuego en
sus cortas entendederas ese tópico de que defensa puede ser
cualquiera. Craso error. Puesto que un zaguero de tronío
tarda en surgir y cuando lo hace se convierte en arquetipo.
No confundamos al buen defensa con el defensa brillante y
espectacular en sus acciones.
Nadie discutió en su día que le concedieran el Balón de Oro
a Franz Beckenbauer. El cual apenas sabía defender,
pero que gracias a Helmut Schoen, seleccionador
alemán, pudo actuar como libero y demostrar de qué manera se
podía sacar el balón jugado desde atrás y servir de ayuda a
las demás líneas cuando necesitaban un soplo de aire fresco.
En realidad, la eclosión de “El kaiser” fue motivada porque
Overath, el talento en la zona vital del medio
terreno, pedía a su lado compañeros que trabajaran más que
Beckenbauer, y el técnico tuvo que ceder a la presión de la
estrella y retrasar muchos metros a Franz. Y su acierto
encumbró a éste.
Sé que lo que voy a decir sonará a chino: Fernando Hierro
ha sido, durante muchas temporadas, el mejor central del
mundo. Y, por tanto, debió ser premiado con el Balón de Oro.
Su problema es que España nunca ganó nada y naufragó en los
mundiales. No olvidemos que este premio se consigue cuando
se raya a gran altura en el mejor escaparate futbolístico:
en un certamen Mundial.
Fernando Hierro, de quien se acordó Cannavaro en el momento
de recoger su prestigioso premio, jugaba en el medio terreno
con sobriedad y eficacia: era un muro de contención,
dominaba el juego aéreo, sus pases eran precisos, y sabía
incrustarse entre sus defensores cuando tocaba defender a
ultranza. Y qué decir de sus tiros desde la media distancia
y de sus cambios de orientación y de sus incorporaciones al
ataque con remates de cabeza certeros.
Como defensor fue espectacular: tenía sentido de la
anticipación, se colocaba siempre con maestría admirable,
era un portento en el juego de cabeza, y ponía el balón en
espacios libres y con ventaja para sus compañeros a cuarenta
o más metros de su demarcación.
Ahora que tanta afición existe por los vídeos, hagan el
favor de ver en acción a Beckenbauer y a Hierro. Y comparen
quién fue mejor en todos los sentidos. No obstante, en el
recuerdo quedará siempre la leyenda de quien destacó con su
selección en escaparates donde se consigue ganar ese premio
que se concede en Francia.
Decía que los exquisitos, esos comentaristas que bien
podrían lucir pajarita y que tienen toda la pinta de
cogérsela, según hablan, con un papel de fumar, se han
olvidado de que Fabio Cannavaro sentó cátedra en Alemania
cual defensa. Cierto es, y conviene recordarlo, que la
suerte estuvo de su lado. La lesión de Nesta, otro
central extraordinario, hizo posible que Cannavaro pasara a
la derecha mientras Matarazzi, zurdo él, se situaba
en el flanco izquierdo. Así, mediante ese cambio de papeles,
pudimos ver al mejor central del mundo durante un campeonato
corto, intenso, espectacular, y visto por millones y
millones de aficionados que se deleitaron con el hacer de la
estrella napolitana.
A las críticas, absurdas y llenas de envidias, ha respondido
el jugador premiado con enorme sencillez: “El Balón de Oro
está en mi casa”. Y está en su casa porque dio todo un curso
en Alemania de cómo ha de ser un defensor. Lo otro, es
decir, lo que nos van contando los exquisitos, sirve para
demostrar que los tontos son cada vez más distinguidos.
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