La cuestión de los centros de
menores en la Ciudad Autónoma ha sido noticia en la última
semana por las manifestaciones del responsable del área de
menores de la ciudad, Miguel Fábrega, acerca del “efecto
llamada” que podría provocar la aplicación de la
redistribución de los niños llegados a Ceuta, Melilla y
Canarias en diferentes centros del resto de comunidades
autónomas españolas. Así, esta redacción quiso dar un paseo
por algunos de los centros de menores de la ciudad para
comprobar cuál es la situación en la que conviven más de un
centenar de chavales ‘no acompañados’. En la primera parte,
publicada en la edición de ayer, avanzábamos algunas
cuestiones relativas, especialmente, a las principales
diferencias que caracterizan a estos centros.
Hogar, dulce hogar
Algunos de los hogares de menores de la ciudad son una gran
casa. Cuando el visitante entra, hacia las 10:30 de la
mañana, en el antiguo colegio y hoy centro del Mediterráneo,
la cocina huele a chocolate y los niños desayunan en el
comedor. Hay algunos menores en la plazoleta, recién
reformada, que merodean alrededor de los bancos mientras
saludan al extraño que viene de la calle. El director y casi
padre en funciones de los 21 niños que allí residen, Pedro
del Corral, abre las puertas de su casa y la enseña
orgulloso. El centro está impecable. El personal, un lujo.
Aquí trabaja el mismo número de cuidadores (12) y educadores
(10) que en el centro ubicado en el monte Hacho. De hecho, y
para lograr la precisión, deberíamos destacar que en el
segundo trabaja un cuidador menos, quedando la cifra en 11
monitores -aunque ellos cuentan con un animador
sociocultural-. La diferencia radica en que allí vive una
veintena de menores mientras que en el de la Esperanza
residen más de 50 adolescentes. En el Mediterráneo son más
pequeños y sí pertenecen al grupo de los ‘no acompañados’.
Algunos son de Ceuta y otros de fuera. La estancia media de
julio fue de 20 menores, entre los que se encontraban cuatro
de España, diez marroquíes, cinco de nacionalidad india y
uno llegado desde Bangladesh. No obstante, también hasta
aquí se acercan a veces los familiares para saludar o traer
un regalo a sus niños, que lo festejan por todo lo alto.
El responsable, Pedro del Corral, asegura que este centro no
tiene más niños que en años anteriores. En el de la
Esperanza, por el contrario, el director, Luis J.Pérez, sí
refleja un incremento de casi el 70 por ciento en sus
instalaciones: “Ha habido años que éramos la mitad”. En el
recuento del primer semestre de los últimos años puede
observarse que en 2003 habían pasado por el Mediterráneo 50
menores, en 2004 llegaron 43, en 2005 fueron 88 y de enero a
julio de este año la cifra se estanca en 78 niños. Así, si
bien puede apreciarse un leve incremento, en ningún caso
merece ser reseñable, según el director.
Las instalaciones
Las habitaciones de los menores son de dos o cuatro camas.
Una planta para niñas, otra para niños y la de abajo se
reserva a las urgencias que puedan traer a más menores al
centro. Por el contrario, en la antigua residencia del monte
Hacho, las habitaciones -algunas convertidas en barracones-
se comparten entre más de doce. No obstante, indica el
director, “aquí hemos tenido visitas inesperadas de
inspecciones y jamás han podido decir nada negativo”. Y esto
se debe, fundamentalmente, al riguroso sistema de normas. A
las 11:00 de la mañana, cuando el visitante se acerca,
comprueba que todo está en orden. Las camas hechas y el
desayuno en las mesas. Algunas informaciones del gobierno
canario indican que en general cada menor no acompañado de
los que llega a las costas españolas cuesta al Estado cinco
millones de las antiguas pesetas anuales.
En ocasiones, algunos de estos muchachos argumentan que
dentro se les pega o se les obliga a hacer cosas que no
desean. Sin embargo, no hay más que ver el sistema
organizativo, los informes, los documentos, las reglas, el
carisma e incluso la seriedad del personal de todos los
centros para ver que esto “sería imposible”, matiza Pérez.
La plantilla hace todo lo que puede con un presupuesto que,
aseguran, es más que suficiente.
Trabajo dentro y fuera
Casi todos los menores trabajan dentro y fuera de los
centros. Especialmente en tareas de formación educativa. Los
residentes del centro del Mediterráneo acuden al colegio de
la barriada, “como cualquier otro niño”, sostiene el
director. Además, aprovechan diversos talleres dentro del
antiguo colegio que se desarrollan en la biblioteca o en el
jardín. Ellos mismos han sido los encargados de cultivar una
huerta que ya da sus frutos. Está cuidada como la pajarería,
donde los niños dan de comer a periquitos y otras aves que
conviven en inmensas jaulas. En el centro de la Esperanza,
debido a la edad –más avanzada- de sus habitantes, los
responsables los inscriben en cursos de formación para que
aprendan un oficio.
Muchos de ellos acuden a los módulos gestionados por Procesa
y sufragados por el Fondo Social Europeo, en los que
aprenden albañilería o carpintería recibiendo, al tiempo,
una beca remuneratoria que ronda los 300 euros al mes. Desde
ambos centros abogan por la “socialización” de los menores.
Así, rechazan que los niños realicen tareas “sólo entre
ellos”.
Tampoco el Mediterráneo tiene problemas de presupuesto.
“Ahora necesitamos arreglar un muro”, recuerda del Corral;
no obstante, “cuando tenemos cualquier problemas basta con
descolgar el teléfono”. Aseguran, en ambos casos, que la
predisposición de la Ciudad es “absoluta” a la hora de
suministrar cualquier necesidad. La coordinadora de
educación de la Esperanza, María Isabel Cerdeira, asegura
que muchos de los residentes del centro, que tienen entre 11
y 18 años, tienen ya sus perspectivas de futuro. El
inmigrante que reside en el monte Hacho tiene una media de
edad de 16 años y, al venir de fuera de España, arriba con
unas ilusiones tal vez demasiado halagüeñas sobre el mundo
laboral español. “Algunos chicos de los que viven aquí
rechazan trabajos en los que cobrarían 1.000 euros porque
les parece poco”, comenta Cerdeira.
Y es que la imagen del ‘paraíso europeo’ hondea en los
sueños de la mayoría de personas que viven casi en la
pobreza. Ninguno de los que llega contempla la posibilidad
de retornar, aseguran los responsables.
En el Mediterráneo, donde los niños son más pequeños que en
la Esperanza -ya que se acoge a partir de los seis años-, el
director atisba las expectativas de los niños. Muchos ya
tienen proyectos de futuro, “especialmente los asiáticos”,
afirma. De los 21 niños que ahora mismo residen en este
centro, 17 son ‘no acompañados’. Hay niños que, sin saber
muy bien cómo, llegan desde Asia central. En el de la
Esperanza, Pérez lamenta que muchos marroquíes “vienen
obligados por sus familias”, para iniciar de este modo la
cadena migratoria que muchas familias barajan como posible
salida de una situación en la mayoría de casos desesperada.
Según las declaraciones del defensor del menor, el 80 por
ciento de los niños inmigrantes repatriados vuelven a
España. Y es que el intento de cruzar hacia la otra orilla
no cesa ya que, como escribiera Oscar Wilde, “a veces
podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto
nuestra vida se concentra en un solo instante”. Un momento
que, para muchos, diferencia la posibilidad de vivir de la
ausencia de esperanza.
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