PortadaCorreoForoChatMultimediaServiciosBuscarCeuta



PORTADA DE HOY

Actualidad
Política
Sucesos
Economia
Sociedad
Cultura


Opinión
Archivo
Especiales  

 

 

SOCIEDAD - DOMINGO, 27 DE AGOSTO DE 2006


Cerdeira (I) junto a Pérez (D). NICOL’S

inmigración / menores
 

Crecer sin padres (I)

En Ceuta hay más de un centenar de
menores no acompañados, en su mayoría llegados de Marruecos. Esta redacción se paseó por los centros que los acogen
 

CEUTA
Laura Fernández
laurafernandez@elpueblodeceuta.com

Crecer sin un padre y una madre va más allá de las cifras, las leyes y los políticos. No importan las portadas de periódicos copadas ni los monólogos de responsables infectados de datos acerca de la ‘saturación’ en los centros de menores de Ceuta, Melilla y, por supuesto, Canarias. Nada tiene sentido cuando esos niños se van a la cama sin nadie. En el paseo por los diferentes centros de menores de la ciudad –son públicos, cualquier lector interesado puede acercarse a uno de ellos cuando lo desee- uno puede ver la realidad sin necesidad de atender a los llamados “factores”, “migraciones” ni otros apelativos que, en la mayoría de los casos, más atiende al eufemismo que a la simple evidencia de lo que realmente pasa. A lo largo de los dos reportajes, del que hoy ofrecemos la primera parte y que continuará mañana, esta redacción ha querido conocer casi todo lo que ocurre en torno a un tema que ha sido noticia durante toda la semana.

En principio, es necesario aclarar que cada centro es un mundo. En nada se parecen el del Mediterráneo con el del monte Hacho. Y, por consecuencia, éstos andan aún más alejados de la realidad que se vive en la Guardería Municipal. En teoría, todos debieran compartir la desoladora imagen de ser el lugar de residencia de los ‘menores no acompañados’; sin embargo, muchos de los niños que viven en estas instalaciones mantienen un contacto casi diario con sus familias. Todo depende, en cualquier caso, del centro en el que nos encontremos.

Mientras que en la Guardería, dedicada especialmente al cuidado de bebés o niños de muy corta edad, los menores viven en un ambiente que mucho se parece al de la habitación de un niño que vive con su familia, en la Esperanza los adolescentes conviven en barracones. Si acaso podemos llamar adolescente a un niño de once años. El de la barriada Solís se encuentra en el ecuador de la situación de los menores acogidos por la Ciudad Autónoma. La legislación obliga al gobierno de cada comunidad a convertirse en el tutor de cada niño que arribe a sus fronteras. No obstante, la cuestión de la tutela choca con la teoría, -información reciente-, de la reubicación de los menores en diferentes ciudades autónomas.

El principal problema de los habitantes de lo que fuera la residencia de verano del comandante general, convertido en el centro de la Esperanza es que no todos son menores. La tabla que regula las edades a través de diferentes pruebas y radiografías está obsoleta. En el caso de las mujeres, sólo es posible ser mayor de 17,5 años. Esto es, tanto una anciana como una mujer de 18 años que se sometiesen a dicho examen serían “mayores de 17,5 años”. Ésta es la precisión máxima que puede lograrse.

Los residentes del monte Hacho son varones. El centro acoge a niños inmigrantes llegados, en su mayoría, de Marruecos aunque también de Argelia u otros países del norte del continente vecino. Según ha podido comprobar esta redacción, los informes oseométricos realizados a los recién llegados daban, en algunos casos, una edad tres años por debajo de la real. Esto provoca, según el director del centro, …., que muchos niños que sí lo necesitarían “no puedan entrar”.

‘Personas mayores’

La bisagra que podría tumbar la balanza a una posible solución sería, precisamente, la aplicación o no de la circular de la Fiscalía General del Estado –dictada en noviembre de 2003- por la que se considerarían menores emancipados a los jóvenes de entre 16 y 18 años que viajan hasta España. En el centro de La Esperanza, una gran mayoría de los 51 residentes se encuentran en esa franja de edad. En opinión del responsable del área de Menores de la Ciudad Autónoma, Miguel Fábrega, las personas que se desplazan desde países como Nigeria, Mali o Marruecos “pueden ser considerados como personas ‘mayores’, y no como los menores con los que estamos acostumbrados a tratar”, manifestó.

La posibilidad de reubicar a los menores en diferentes centros de la Península una vez que llevasen 45 días en Ceuta puede provocar el efecto contrario al deseado, según Fábrega. A pesar de que el Gobierno central se plantea la redistribución de los niños por diferentes comunidades autónomas, esto podría derivar en un “efecto llamada”, indicó el responsable, “como ocurre con los mayores”.

La línea del máximo responsable de menores en la ciudad está en consonancia con la opinión del director de La Esperanza: “El movimiento migratorio empieza con los niños”. Según Pérez, los padres marroquíes depositan sus esperanzas de salir del país en el envío de sus hijos, a los que vienen a visitar a menudo. “A veces les obligan”, recordó el director, “y Marruecos no colabora en nuestro intento de la reagrupación familiar”.

‘Niños de la calle’

Existe un riesgo que, enredados entre las cifras –se calcula que, sin estar saturados, los centros se encuentran al 90 por ciento de su capacidad con cerca de 104 menores- puede escapar a casi todos: convertirse en un menor de la calle. Los responsables nombran así a los niños que, víctimas del aislamiento y la marginación del engranaje social, familiar y, a veces, escolar, caen en manos de los adultos que circulan por la ciudad y les obligan a robar. Los niños acaban drogados y ensimismados en un círculo vicioso que les aleja de las normas que imponen los centros –y que existen en todos los hogares- como son unos horarios de comida, de sueño y hábitos de higiene o de respeto.

Evolución de los últimos años

El máximo responsable del centro de menores del monte Hacho destaca un perfil que ha cambiado “radicalmente” en los últimos años. En el centro de La Esperanza conviven más de 50 jóvenes cuyas edades oscilan entre los 11 y los 18 años. Aunque la precisión de la edad tiene un margen de error de más de dos años y medio. Hasta el año 99, los niños que llegaban eran menores que estaban en la calle y en situación de desamparo.

“El 99 por ciento de los que llegaban venía de familias desestructuradas pero ahora no están en situación de desamparo” resume el responsable del centro. Sin embargo, el perfil de los chavales que llegan a Ceuta ha cambiado en los últimos años. El muchacho que llega ahora no está, necesariamente, en situación de desamparo respecto a sus familias. Tampoco viene de hogares destrozados y “a veces no ha probado ni un porro”, asegura el director.

No son niños de la calle, de ahí el riesgo de que puedan convertirse en menores marginados. Así, los centros quedan “masificados”, según Pérez, pero “no desestabilizados”.

En el centro la Esperanza las normas exigen hacer un recuento cada noche de los menores. Dependiendo de su comportamiento, se les ‘multa’ o se les conceden ciertas licencias. Tienen una paga semanal que puede ser de tres, cuatro o seis euros según la edad. Además, hay un régimen sancionador y tienen un régimen interno “que es la base”.

Nietzsche, que consideraba la esperanza mucho más estimulante que la suerte observaría quizá en esta convivencia que intenta lograrse cada día un verdadero motor de lo que se avecina.

(Mañana: ‘Crecer sin padres II’)

 


El perfil del menor

Según el detalle del perfil del menor no acompañado expuesto en la Conferencia Regional sobres ‘Las migraciones d elos menores no acompañados’, celebrada en octubre de 2005 en Málaga, el inmigrante menor de 18 años que llega a nuestro país es varón de procedencia marroquí. Su edad media, 16 años, suele reflejar una mayor madurez que la que corresponde a su edad cronológica.

Estos chicos, lejos de estar en situación de desprotección, mantienen una relación normalmente periódica con su familia. Su ambición es mejorar en el mundo profesional y familiar y su proyecto migratorio lo tienen bastante claro: “conseguir la documentación y trabajar lo más pronto posible”. No tienen problemas para cambiar de comunidad, y cuentan con una red de compatriotas que le facilitan el acceso.

Estos menores no suelen estar cómodos en el sistema de protección que les ofrece el país.
 

Imprimir noticia 

Volver
 

 

Portada | Mapa del web | Redacción | Publicidad | Contacto