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OPINIÓN - JUEVES, 24 DE AGOSTO DE 2006

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

Defendiendo a la familia

Por Patricio Martín Arráez


Me siento afortunado por haber podido asistir al V Encuentro Mundial de las Familias, que tuvo lugar en la bella ciudad de Valencia la pasada semana. Y no quería dejar pasar la oportunidad de escribir unas líneas defendiendo lo que creo que debe ser un axioma innegociable de la socialización humana: la familia tal y como la hemos conocido siempre.

El Santo Padre Benedicto XVI se encargó de recordarnos a todos, durante las jornadas de Valencia, su mensaje de unidad y obligación familiar. Y sobre ese tema quiero dar mi particular opinión.

En mi humilde opinión, no podemos ser agoreros pensando y pregonando que la familia, tal y como la hemos conocido siempre, está en crisis, que está pasada de moda. No hay familia en crisis, más al contrario, pienso que la institución como tal es altamente valorada por la gran mayoría de la sociedad española.

Sucede como con todo en la vida, que lo que vale cuesta trabajo mantenerlo, y cada uno hemos de asumir nuestro papel en la familia a la que pertenecemos, a la que tanto hemos de aportar, y no sólo exigir.

Nos lo recordaba también Juan Pablo II, con ocasión de una jornada Mundial de la Paz. El sumo pontífice decía que las virtudes domésticas basadas en el respeto profundo de la vida y la dignidad de ser humano, y concretadas en la comprensión, la paciencia, el mutuo estímulo y el perdón recíproco, dan a la comunidad familiar la posibilidad de vivir la primera y fundamental experiencia de paz. Tal amor, por lo demás, no es una emoción pasajera, sino una fuerza moral intensa y duradera, que busca el bien del otro, incluso a cosa del propio sacrificio.

Hay que ser coherente con la ayuda a tu prójimo. Para ello debemos estar bien formados moral y espiritualmente, siendo responsables activos en la movilización de la familia, y para los casados o con vocación al matrimonio, dar ejemplo de fidelidad a los bienes o fines últimos del matrimonio, viviendo la unidad, la indisolubilidad y la apertura a la vida.

Creo firmemente que hay que demostrar ante nuestros conciudadanos, con la fuerza atractiva de la felicidad, que eso es posible y deseable.

Es una obligación moral para quienes sabemos lo que es el matrimonio y la familia, y el bien que implican para las personas y la sociedad en general el hacer patente este ideal, sin caer en la tentación del relativismo ético que desvaloriza el matrimonio al equipararlo a otras cosas.

Para todos, en cuanto somos ciudadanos, es básico ejercer los derechos civiles a la hora de defender el matrimonio, los derechos de la familia y el bien de la vida a través de mecanismos democráticos, como el voto, la opinión y, en su caso, los cargos públicos que se ocupen de mantener intactos esos privilegios.

En resumen, pienso que el matrimonio y la familia tal y como la hemos conocido siempre, son una realidad natural, soberana, que ha de ser muy respetada por los ordenamientos jurídicos y políticos.

Es una institución que otorga solidez a la sociedad en su conjunto. Por ello, hemos de superar la mentalidad individualista y antifamiliar de nuestros gobernantes, que nos está comprimiendo en la sociedad actual.

Creo que es fundamental que recojamos el testigo de lo que el Santo Padre nos enseñó en el Encuentro Mundial de la Familia en Valencia y preocupamos por nuestra familia personal y también por la del mundo entero, siendo así transmisores de su mensaje.
 

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