Me siento afortunado por haber podido asistir al V Encuentro
Mundial de las Familias, que tuvo lugar en la bella ciudad
de Valencia la pasada semana. Y no quería dejar pasar la
oportunidad de escribir unas líneas defendiendo lo que creo
que debe ser un axioma innegociable de la socialización
humana: la familia tal y como la hemos conocido siempre.
El Santo Padre Benedicto XVI se encargó de recordarnos a
todos, durante las jornadas de Valencia, su mensaje de
unidad y obligación familiar. Y sobre ese tema quiero dar mi
particular opinión.
En mi humilde opinión, no podemos ser agoreros pensando y
pregonando que la familia, tal y como la hemos conocido
siempre, está en crisis, que está pasada de moda. No hay
familia en crisis, más al contrario, pienso que la
institución como tal es altamente valorada por la gran
mayoría de la sociedad española.
Sucede como con todo en la vida, que lo que vale cuesta
trabajo mantenerlo, y cada uno hemos de asumir nuestro papel
en la familia a la que pertenecemos, a la que tanto hemos de
aportar, y no sólo exigir.
Nos lo recordaba también Juan Pablo II, con ocasión de una
jornada Mundial de la Paz. El sumo pontífice decía que las
virtudes domésticas basadas en el respeto profundo de la
vida y la dignidad de ser humano, y concretadas en la
comprensión, la paciencia, el mutuo estímulo y el perdón
recíproco, dan a la comunidad familiar la posibilidad de
vivir la primera y fundamental experiencia de paz. Tal amor,
por lo demás, no es una emoción pasajera, sino una fuerza
moral intensa y duradera, que busca el bien del otro,
incluso a cosa del propio sacrificio.
Hay que ser coherente con la ayuda a tu prójimo. Para ello
debemos estar bien formados moral y espiritualmente, siendo
responsables activos en la movilización de la familia, y
para los casados o con vocación al matrimonio, dar ejemplo
de fidelidad a los bienes o fines últimos del matrimonio,
viviendo la unidad, la indisolubilidad y la apertura a la
vida.
Creo firmemente que hay que demostrar ante nuestros
conciudadanos, con la fuerza atractiva de la felicidad, que
eso es posible y deseable.
Es una obligación moral para quienes sabemos lo que es el
matrimonio y la familia, y el bien que implican para las
personas y la sociedad en general el hacer patente este
ideal, sin caer en la tentación del relativismo ético que
desvaloriza el matrimonio al equipararlo a otras cosas.
Para todos, en cuanto somos ciudadanos, es básico ejercer
los derechos civiles a la hora de defender el matrimonio,
los derechos de la familia y el bien de la vida a través de
mecanismos democráticos, como el voto, la opinión y, en su
caso, los cargos públicos que se ocupen de mantener intactos
esos privilegios.
En resumen, pienso que el matrimonio y la familia tal y como
la hemos conocido siempre, son una realidad natural,
soberana, que ha de ser muy respetada por los ordenamientos
jurídicos y políticos.
Es una institución que otorga solidez a la sociedad en su
conjunto. Por ello, hemos de superar la mentalidad
individualista y antifamiliar de nuestros gobernantes, que
nos está comprimiendo en la sociedad actual.
Creo que es fundamental que recojamos el testigo de lo que
el Santo Padre nos enseñó en el Encuentro Mundial de la
Familia en Valencia y preocupamos por nuestra familia
personal y también por la del mundo entero, siendo así
transmisores de su mensaje.
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