Restan pocos días para que agosto
nos diga adiós y le dé paso al mes de septiembre que, al
parecer, según dicen los entendidos, que son esos que no
entienden nada de nada, pero que reciben el apoyo y la
admiración incondicional de sus correspondientes pelotas y
lameculos, va a empezar la “guerra” de verdad, en busca del
voto, que les lleve al poder.
Es esa lucha que mantienen los partidos. Es eso que decíala
sabia de mí abuela, ”quitaté tú, para ponerme yo” y, a
renglón seguido, me miraba y decía: “tan jodio es enero como
febrero”.
No sé por qué razón a la sabia de mi viejita, que había
vivido con Monarquía, República y Dictadura le daba,
exactamente, igual quién fuese el ganador de las elecciones
o el régimen que fuese a gobernar.
En muchas ocasiones le pregunté, por qué decía la mencionada
frase de “tan jodio es enero, como febrero”. Y, siempre, me
daba la misma contestación: “todos son lo mismo.Todos te
prometen de todo y se quedan, en eso, en promesas que nunca
se cumplen”.
Todos, sin quitar a nadie, en el momento que llegan al
poder, se olvidan de sus promesas y sólo tienen como misión
encontrar acomodo para todoslos suyos, dándoles buenos
puestos y unos buenos dineros.
Lógicamente, como debe ser, porque no puede ser de otra
manera, los contrarios criticarán estas actuaciones, pero en
cuanto ellos estén en el gobierno harán, exactamente, igual
que hicieron los otros.
Y, al final, todos, tanto unos como otros, que habrán
conseguido subirse al carro del poder, seguirán en el mismo
aunque, eso sí, luchando por el bienestar del pueblo que se
lo merece todo y al que le deben todo, incluso el poder
gobernar.
Esa es la mayor de las mentiras, con la que se disfraza la
verdad, queriendo hacer creer que el pueblo es el que manda
cuando, ese pueblo, del que tanto hablan, no cuenta nada más
que cuando, a ellos, les interesa conseguir su voto.
Después, hijo mío, si te he visto nome acuerdo.
La historia, ésta que te estoy contando, se repetirá una y
otra vez hasta el final de los tiempos. Es la misma
historia, ésta que te estoy contando, que la que me contaban
mis padres a mi. Nada cambia, todo sigue igual. Sólo cambian
los nombres de los personajes que en mi época, se llamaban
don fulano o don mengano y, ahora, tienen nombres
diferentes.
Servidor, siempre, respetuoso con todo lo que me contaba mi
viejita adorada debido a mi juventud, en aquellos tiempos,
llegué a pensar que mi abuela, había vivido otras épocas y
otros momentos y que, la vida, como todas las cosas iría
cambiando, tanto en cuanto fuésemos avanzando.
Hoy, cuando los años han ido pasando hasta hacerme llegar a
esa edad donde uno se vuelve, cada día, más incrédulo,
siento dentro de mi un sentimiento, que me lleva a pensar,
si mi abuela no fue una mujer adelantada a su tiempo o tenía
una gran visión de futuro.
Aquella viejita, que ponía un redondel cada vez que tenía un
duro y un palito en cada ocasión que le regalaban una
peseta, no fallaba nunca a la hora de saber la cantidad de
dinero con la que podía contar, mantuvo muchas
conversaciones con servidor, anunciándole cosas que iban a
ocurrir a muchos años vistas.Y la verdad, tengo que decir
con toda la admiración, del mundo, que no se ha equivocado
en nada. Vió el futuro como nadie se podía imaginar.
Fue, sin duda alguna, mi adorada viejita, una adelantada a
su tiempo o una visionaria, con capacidad suficiente para
adelantarse en el tiempo y ver, con toda claridad, el
futuro.
Me hablaba también de los caciques, asegurándome que, en
cada pueblo, había caciques que desde la sombra manejaban a
esos pueblos porque, según sus palabras: “en el país de los
ciegos, el tuerto es el rey”.
Me comentaba que, alrededor de todos ellos, siempre tenían a
alguien que lanzar en primera línea para que, a ellos, no se
les pudiese culpar de nada dando, de esa forma, la sensación
de que, jamás, intervenían en anda y que, por tanto, ellos
no eran culpables de los errores que se pudiésen cometer.
Cuando, realmente, eran ellos, los que cometían los mayores
errores, sin que se diece cuenta un pueblo de, auténticos,
miopes.Y en el caso de darse cuenta, miraban hacia otro lado
para no molestar a don fulano o don mengano. Manda...la cosa
De todas estas cosas y muchas más, me hablaba mí abuela, en
aquellas conversaciones que manteníamos alrededor de la mesa
camilla con el calor del brasero, mientras mi padre
escuchaba “el parte”, como todos los españoles y, de vez en
cuando, nos miraba sonriendo mientras exclamaba: “qué,
abuela, contándole batallitas al niño”.
No me sentaba bien, la frase de mi padre, para qué negarlo
pero, era mi padre y había que callarse.
Hoy día, comprendo que mí abuela no me contaba ninguna
”batallita” sino verdades como puños porque, entre otras
cosas, nada ha cambiado, todo sigue siendo igual. La
historiase vuelve a repetir con los caciques incluidos.
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