Los flujos migratorios sur-norte
no son nuevos. Pueden parecerlo ahora pero sólo por la
dirección que toman, única y exclusivamente, de abajo hacia
arriba. Por lo tanto, las soluciones a priori tampoco serán
una novedad, ni, por supuesto inmediatas o milagrosas.
Cualquier medida que tomen las instituciones para humanizar
el proceso es susceptible de generar un efecto llamada,
aunque, visto desde el aire, la llamada bien se pudo hacer
mucho tiempo atrás, uno o dos siglos aproximadamente. No hay
que caer en el maniqueismo, sobre todo si se desempeña un
cargo político o si se trabaja en el ámbito de la
comunicación, pero lo que está claro es que los flujos
migratorios no se van a frenar a base de vallas kilométricas
ni a base de incrementar los efectivos policiales en las
fronteras. Así se contienen llegadas puntuales pero el
fenómeno huele a global, a miles de personas, a uno, dos o
tres continentes. O si no, cómo se explica que los
ciudadanos indios lleguen a través de Marruecos. Es cuanto
menos curioso. Pedir paciencia hoy en día no se lleva, pero
tampoco se llevaba la ropa arrugada y vino Adolfo Domínguez
y la instauró en los armarios de media población española.
Pero además de paciencia es necesario tener determinación al
frente de las instituciones y elaborar un plan que aúne
todos los esfuerzos. La España de las autonomías se queda
corta en materia de fronteras, así que lo mismo da un
gobierno murciano que uno castellano: la unión hace la
eficacia. Los inmigrantes seguirán llegando si así lo
deciden, impulsados por la necesidad, la esperanza o el
engaño. O la intención de prosperar. Lo que sea. Si se tiene
eso claro se puede empezar a trabajar sobre el fenómeno que
se acerca a una especie de ‘efecto boomerang’: los ciclos de
la historia pueden dar la clave, aunque no la solución. De
eso se tienen que encargar los responsables políticos pero,
sobre todo, el ciudadano, que será quien trate con su
panadero senegalés o su fontanero nigeriano.
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