Se dice, se comenta, nos han dicho
observadores de organizaciones humanitarias y derechos
humanos, que el auténtico conflicto del planeta es cómo
impedir que saltemos por los aires. Al parecer, el polvorín
del mundo, en cualquier momento, puede estallar y
destrozarnos la vida para siempre. Pienso que esto sólo
tiene una solución, coger el problema por las raíces,
plantarle corazón, darle un meneo de luz y enfrentarse a la
incertidumbre. Sería bueno reflexionar sobre si esas
amenazas del terrorismo global, que nacen en las distintas
naciones y culturas, son como consecuencia de la falta de
solución a los problemas de andar por casa, de sentirnos
unidos y cercanos. Sin duda, el grado de autodestrucción
tiene mucha relación con la destrucción del espíritu humano,
con lo irracional y cruel, generado por el odio y la
venganza.
La mayor parte de los problemas del mundo se deben a la
gente que quiere ser león antes que ángel, poderoso antes
que insignificante, altanero antes que sencillo. Creo que
deberíamos mirar más hacia dentro de nosotros mismos para
adquirir conciencia sobre lo que se cuece por fuera.
Pongamos un ejemplo de futuro. Nuestros adolescentes lo son.
El mañana les pertenece por ley de vida. Los jóvenes no son
el problema del botellón, ni la contrariedad de nuestra
sociedad que ha perdido valores cívicos. La cuestión tiene
otro fondo. Todavía los adultos no le ofrecen a la juventud
vías de solución para desarrollarse en libertad,
alternativas positivas para crecer, informaciones adecuadas
para formarse. Ahí están las dificultades para una
emancipación real y la precariedad laboral que, en
demasiadas ocasiones, sufren en propias carnes y que han de
soportar como verdaderos sufridores si quieren formar
familia.
Los problemas de familia pasan a ser problemas sociales e
incluso pueden llegar a ser una estrategia terrorista.
Cuando todo se saca de tiesto, o sea de familia, resulta más
difícil callar a los que provocan violencias. Siempre
encuentran terreno abonado para la autojustificación de la
lucha armada. Además, en el contexto actual, el freno a los
desórdenes es más complicado, puesto que no es nada fácil
cohesionar linajes de mundos distintos, donde la tensión
intercultural se pone de manifiesto rápidamente, escudándose
en la xenofobia y el racismo. Lo cierto es que las
condiciones de vida de las personas aumentan hacia el
desequilibrio. El mundo rico frente al mundo pobre se puede
extrapolar a la familia. Mientras unos hogares crecen en la
bonanza, otros crecen en las deudas. Los avances no han sido
un juego limpio, porque no es justo el reparto ¿Dónde están
esas ayudas sociales, en qué ventanilla, para contrarrestar
injusticias? En cualquier caso, me parece que tomar el
silencio por montera, hacer la vista larga, no es solidario,
ni demócrata. Ya se sabe, cuando la equidad brilla por su
ausencia, la armonía es un amor imposible.
Estos modelos de crecimiento injusto en el que los españoles
nos hemos subido al carro, unos por decreto y otros por
obediencia, donde cada cual va a lo suyo, generan un egoísmo
endemoniado sin precedentes; un individualismo que ciega
cualquier compromiso social. Con este panorama laboral, las
personas se vuelven islas. La dimensión productiva no
entiende de humanidad y esto habría que cambiarlo, si en
verdad queremos progresar todos con todos, todos junto a
todos. A juzgar por algunas conductas que se ahogan en un
vaso de agua, que no saben en realidad lo que quieren, ni
cómo conseguirlo, también me cabe la duda de que estemos
mejor preparados que las generaciones que nos precedieron,
aunque tengamos más información o más acceso a esa formación
academicista, a mi juicio nada vanguardista y con pocas
garantías de capacitación para acceder al mercado laboral.
Cuando un joven pierde la esperanza, y nuestros jóvenes
andan muy decaídos y dependientes de sus padres, mal asunto,
porque es el sueño del hombre despierto. Este mundo no es
para los que se duermen. O espabilas o te espabilan a
golpes.
Siguiendo la estela de esos problemas reales que
sobrellevamos cada uno como puede, rebota el escándalo de
que una parte de la sociedad derroche a cuerpo de rey,
mientras otras gentes tienen dificultades para cubrir sus
necesidades básicas. Es inconcebible que la política de
privilegios, a fecha de hoy, siga favoreciendo más a los
poderosos que a los marginales y que todavía haya españoles
que no llegan a ese mínimo suficiente para vivir con
dignidad. Las ventajas, preferencias, favores, son fueros
que no han desaparecido, a pesar de que se nos llene la boca
de demócratas y de llevar al día los comportamientos de buen
gobierno. Aunque luego no son tales, porque lo de rendir
cuentas con la transparencia debida es más bien un sueño que
una realidad. Precisamente, la idea de que la política deja
mucho dinero al ejerciente, ha convertido a los partidos en
oficinas de empleo, donde acuden los reclutas con la única
obsesión de chupar poder, aunque sea dañando intereses de
los que viven en precario.
Como quiera que soy de los que piensan que es absolutamente
imposible encarar problema humano alguno con una mente llena
de prejuicios, estoy con aquellos ciudadanos que opinan, que
salen al ruedo a corazón abierto, que no se casan con poder
alguno, que denuncian las arbitrariedades aunque se pierda
mucho tiempo en ir de ventanilla en ventanilla, que apuestan
por hacerse valer y poner en valor el valor del diálogo. Eso
de que la democracia se deje a la deriva de los políticos de
turno, cuando la democracia ha de ser por encima de todo
participativa, en todo momento y no solamente en tiempo
electoral, acomoda la gobernabilidad, facilita la corrupción
y enferma las reglas de juego del sistema. Atmósfera que
actualmente, por desgracia, acrecienta los problemas de
andar por casa ¡Qué pena!
|