No sé quién fue el que inventó el
asunto de darle descanso al cuerpo, usease las vacaciones.
Pero, desde luego, al que se le ocurrió semejante idea,
deberían darle todos los Nobel hábidos y por haber. Ese a
igual,.que el inventor de la cama, son dos auténticos
genios. ¿Cómo a estos dos genios, se les pudo ocurrir
semejantes inventos que son, sin duda alguna, los mejores
inventos del mundo del descanso?.
Servidor, sin que sirva de precedente, le va a rendir un
homenaje, de admiración, a ambos dos. Abstenerse de
participar, en semejante homenaje de admiración, todos
aquéllos que son más flojos que un bastón de chicle. Sin
señalar que está una jartá de feo. ¡Será por flojos, que no
han dado un palo al agua en su vida!.
Este merecido homenaje, sólo se lo vamos a dar, los
currantes del mundo. Aquellos que nos hemos partido el alma
echando, en nuestros trabajos, más hora que un reloj.
Los que, jamás, hemos vivido del cuento. Los que en nuestro
particular diccionario, de nuestras vidas, tenemos grabado a
fuego, la palabra trabajo y los que, nunca, hasta mucho
después de que se inventasen las vacaciones, les dimos, a
nuestros cuerpos serranos, unas horas de descanso.
Claro que, por aquel entonces, ya éramos padres y teníamos
hijos con lo cual, salir de vacaciones, era una dificultad
más que añadir a las que la vida nos había otorgado, por el
simple hecho de haber nacidos currantes. Y es que, en al
asunto del maldito parné, estábamos más tiesos que un volao
en tiempo de poniente fuerte Manda...la cosa.
A pesar de todo tengo que que reconocer, porque es de
justicia hacerlo, que dentro del grupo denominado ”los
currantes”, existen personajillos que no han dado un palo al
agua en sus vida pero que, se han rodeados de unas historias
para no dormir y, de esa forma, unirse a todos aquellos, que
viven del cuento, admitiéndolos en sus filas para
convertirlos en sus testaferros y dobladores de espaldas,
”si bwana”.
Me contaba la santa de mi madre que había, en Ceuta, un café
que le llamaban “El Vicentino”, donde en las mesas que
ponían en la acera, a las puertas del mencionado café, se
sentaba los más ”granado” de esta tierra pero que, entre los
que allí se sentaba, a tomarse un café, estában también los
que, como diría la sabia de mi abuela, si viviese, querían
”peer en botija”. O sea, para enterarnos, todos aquellos que
sólo tenían para el café y sus estómagos, hacían más ruídos
que el abrir y cerrar un acordeón.
Por cierto que, en el mencionado café, tuve una anécdota
debido a que uno es como es. Resulta que uno, era muy niño,
venía de los madriles con algunos duros, ganados en lo alto
del ”madero” y no tuvo, otra ocurrencia que invitar, a mi
padre, a tomarse un café en ”El Vicentino”. Mi padre se
negaba a tomarse allí el café, pero ante mi insistencia y
conociéndome como me conocía, decidió sentarse y tomarnos el
café. El hombre nada más que hacía quitarse y ponerse la
boina, mirando a todos lados temiendo que pasase algún
conocido. Creo que el café le tuvo que saber a rayos.
Le faltó tiempo, cuando llegamos a casa, en contarle a mi
madre, la locura que por mi culpa había cometido.Nada más y
nada menos que sentarse, a tomarse un café, donde se
sentaban don fulano o don mengano.
Y mi madre una vez más, demostró su perfecto conocimiento
sobre mi persona. Nunca me ha importado, lo más mínimo, eso
del don porque, siempre, he creído que lo único que tiene
don, es el don del algodón. Además que, con dinero en el
bolsillo, es lo único importante, servidor puede entrar
donde le dé la real gana y sin que el estómago me suene a
acordeón, ni tener que doblar las espaldas diciendo “si
bwana”
Mi madre que, como todaslas madres, me conocía
perfectamente,sonrió y se limitó a contestar: “Al niño le
importa muy poco quién o quienes sean los que se sientan
allí. A él, eso de don fulano o don mengano, le importa tres
pepinos.
Lo que la santa de mi madre, no se podía imaginar es que, en
estos tiempos que corren, existen esa clase de personajillos
que se esfuerzan por intentar aparentar lo que no son, ni
serán en sus vidas. A todos esos, en estos momentos,
servidor les llama pelotas y lameculos. Y es que, aunque la
mona se vista de seda, mona se queda.
A veces, aunque algunos no lo quieran creer, me dan hasta
pena el ver sus comportamientos, hacia otros que iguales que
ellos, pero que por la suerte de haberles tocado en la
tómbolala gorra y el pito con mando, son a los que les
tienen que decir el ”si bwana”.
Me imagino, a todos estos pelotas y lameculos, en aquellos
tiempos, pasando cuatro o cinco veces por la puerta de ”El
Vicentino”, quitándose la gorra y haciéndoles las
reverencias correspondiente a la mayoría de los que habían
en semejante lugar. Sin darse cuenta que, a una gran parte
de ellos, les sonaba el estómago más que el acordeón del
tango ”La Comparsita”.
¡Pobres ignorantes!
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