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OPINIÓN - JUEVES, 17 DE AGOSTO DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Cantinero de Cuba
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Mi Padre escribió una vez “Allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo”. Y claro, mi progenitor me lo pone muy fácil y como ayer, mi aspiración, tras la semanal visita a la cárcel malagueña de Alhaurín, donde tengo trabajo y amores, ya que profeso un sincero afecto a muchos de mis clientes, mi aspiración, repito, era darme una inmersión de luz y de color me alargué a la calle Larios a disfrutar y respirar la magia festiva de la feria agosteña.

¿Qué si me encontré con Cristo? Vale, pues si, porque topé con una inmensa y ruidosa alegría y apuesten cualquier cosa a que, a ese judío de treinta y tres años que fue de la trena al martirio, le hubiera chalado el ambiente andaluz, porque era un tío muy enrollado y muy moderno para sus tiempos. ¡Y no vean el pico y el duende que tenía! . Pero, amén de mis encuentros, que son siempre gozosos, conseguí una mesa en la cafetería Lepanto, justo en el centro de una calle Larios peatonalizada por unas arquitectos amiguetes del alcalde que, lógicamente, no eran andaluces e hicieron una reforma tipo Oviedo con unos bancos de mármol que parecen tumbas, cuando aquí sobra la magia del hierro forjado y la calle entera es del siglo XIX.

No. No voy a hablar del gusto hortera y merdellón del prepotente edil, porque me amargo y en la feria no caben amarguras sino música de verdiales tocada por las pandas en dura competencia con los palos del flamenco y ese aire chabacano y populachero que da el que hayan permitido instalar tenderetes y puestos de venta de sombreros y abanicos, para espantar las calores, mientras que, actores ambulantes compiten duramente con los mendigos rumanos y con los pobres autóctonos, que vienen de propina con el Centro Histórico de Málaga y que son siempre los mismos.

No existe aquí la pobreza dura y moruna que , a veces, se aprecia en Ceuta, ni tampoco se permiten niños pedigüeños, eso si, de cuando en cuando aparece un minimendigo rumano, porque, los padres, están asilvestrados, pero lo retiran con rapidez, le llevan a un centro y detienen a los progenitores. Nuestra pobreza es, no de la Andalucía profunda, sino del Occidente profundo de ampliación de la Unión Europea, con una apertura de fronteras que hará huir a los pobres locales hacia climas más suaves. Los rumanos tocan el acordeón de mentira, porque no saben sino hacer ruido, hasta que llegan los pobres autóctonos y la emprender a cantazos para espantarles y ocupar su lugar. Está el viejo barbudo y cojo que señala un clavo que le sale de la pierna y maldice a los tacaños; está el yonki desdentado que una vez tuvo una guitarra de tres cuerdas pero que la vendió a cambio de paquetillas de revuelto, el yonki está sucio y cadavérico y se sabe tan solo una canción, la de “Cantinero de Cuba” larguísima, complicadísima y difícil de cantar, pero lo consigue, la canta enterita, estrofa a estrofa, con una voz ronca y aguardentosa que hace estremecerse a los guiris, mientras los andaluces pensamos, que ese yonki tiene arte, pese a sus berridos, pero canta jodidamente bien y encima obliga a desertar a los rumanos. “¡Cantinero de Cuba, Cuba, Cuba… Cantinero de Cuba, Cuba, Cuba…Solo bebe aguardiente para olvidar…!”

Y el cafelito cortado a casi dos euros no amarga ante el espectáculo de extrema miseria, porque hay poderío en ese cantar roto y los malagueños premian los alaridos con unas monedas y una frase compasiva “¡Ande, maestro, pa una paquetilla…!” Tampoco el hombre, con las limosnas que recauda a cambio de su arte va a realizar una inversión en Bolsa. Y encima se premia a un maestro, financiándole a trompicones sus miserables noches de venas rotas. La vida es así. A veces los encuentros con Cristo son inusitados. Como el encontrar a la anciana indigente malhumorada que pide en la puerta de la zapatería Nicolás y adorna la escasez de las dádivas con frases tipo “¡Que mañana te amortajen!”La viejecilla, con su paguita, no tendría necesidad de pedir, pero tiene un nieto, que es la niña de sus ojos y está en el programa de metadona, ese es el que se acerca tras la dura jornada a rapiñar las ganancias de la abuela y con ellas subsiste malamente. Feria de agosto, belleza indefinible en el cromatismo de los trajes de faralaes y muchas mujeres vestidas que van cargando con una bolsa de plástico con unas alpargatas, porque, los zapatos del traje suelen ser instrumentos de tortura y se ponen para majear “pa que te vean y se empapen” pero a la hora del baile hay que ponerse cómodas e incluso retirar los catavinos que, todo quisque lleva colgando del cuello con unas tiras de cuero para las libaciones sin riesgo de vasos sucios y para aprovechar las degustaciones de vino fino.

¿Qué si yo empino el codo? Bueno, me tomo dos cafés, el primero con ganas y un Arcalión bálsamo neuronal y el segundo por consumir y que no me echen de la mesa. Dicen que “algo tendrá el vino cuando lo bendicen” será que es fruto de la vid y del trabajo de los hombres, pero el café también es fruto oloroso de una planta y también lo recolectan los hombres, así que me parece igualmente digno de bendición y si mi Señor no lo bendijo sería porque todavía no se había descubierto América y los cafetales de Juan Valdés.

Fiestear tiene mucho de pasear y de mirar, están los que andan y desandan la calle para ser admirados ellos, vestidos de corto o de malagueños, para ser piropeadas las jóvenes y no tan jóvenes que mueven los volantes con garbo y poderío bajo las cámaras incrédulas de los guiris. Estamos quienes observamos, a veces en silencio, para paladear el rumor del gentío, a veces con comentarios si se tiene la dicha de contar con interlocutor.

Pequeños placeres antiguos de observar a los paseantes y comprarle una biznaga al biznaguero que va de faja roja y echo un pincel. Calle Larios al atardecer, un cortado y una biznaga sobre la mesa, en otra cafetería lejana, entre la música y el son de las cañas, se adivina el cante roto “¡Cantinero de Cuba, Cuba, Cuba…!”. ¿Qué si me he encontrado con alguien conocido? Por supuesto, ya lo dije al principio, ustedes saben con quien.
 

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