Mi Padre escribió una vez “Allí
donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros
amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano
con Cristo”. Y claro, mi progenitor me lo pone muy fácil y
como ayer, mi aspiración, tras la semanal visita a la cárcel
malagueña de Alhaurín, donde tengo trabajo y amores, ya que
profeso un sincero afecto a muchos de mis clientes, mi
aspiración, repito, era darme una inmersión de luz y de
color me alargué a la calle Larios a disfrutar y respirar la
magia festiva de la feria agosteña.
¿Qué si me encontré con Cristo? Vale, pues si, porque topé
con una inmensa y ruidosa alegría y apuesten cualquier cosa
a que, a ese judío de treinta y tres años que fue de la
trena al martirio, le hubiera chalado el ambiente andaluz,
porque era un tío muy enrollado y muy moderno para sus
tiempos. ¡Y no vean el pico y el duende que tenía! . Pero,
amén de mis encuentros, que son siempre gozosos, conseguí
una mesa en la cafetería Lepanto, justo en el centro de una
calle Larios peatonalizada por unas arquitectos amiguetes
del alcalde que, lógicamente, no eran andaluces e hicieron
una reforma tipo Oviedo con unos bancos de mármol que
parecen tumbas, cuando aquí sobra la magia del hierro
forjado y la calle entera es del siglo XIX.
No. No voy a hablar del gusto hortera y merdellón del
prepotente edil, porque me amargo y en la feria no caben
amarguras sino música de verdiales tocada por las pandas en
dura competencia con los palos del flamenco y ese aire
chabacano y populachero que da el que hayan permitido
instalar tenderetes y puestos de venta de sombreros y
abanicos, para espantar las calores, mientras que, actores
ambulantes compiten duramente con los mendigos rumanos y con
los pobres autóctonos, que vienen de propina con el Centro
Histórico de Málaga y que son siempre los mismos.
No existe aquí la pobreza dura y moruna que , a veces, se
aprecia en Ceuta, ni tampoco se permiten niños pedigüeños,
eso si, de cuando en cuando aparece un minimendigo rumano,
porque, los padres, están asilvestrados, pero lo retiran con
rapidez, le llevan a un centro y detienen a los
progenitores. Nuestra pobreza es, no de la Andalucía
profunda, sino del Occidente profundo de ampliación de la
Unión Europea, con una apertura de fronteras que hará huir a
los pobres locales hacia climas más suaves. Los rumanos
tocan el acordeón de mentira, porque no saben sino hacer
ruido, hasta que llegan los pobres autóctonos y la emprender
a cantazos para espantarles y ocupar su lugar. Está el viejo
barbudo y cojo que señala un clavo que le sale de la pierna
y maldice a los tacaños; está el yonki desdentado que una
vez tuvo una guitarra de tres cuerdas pero que la vendió a
cambio de paquetillas de revuelto, el yonki está sucio y
cadavérico y se sabe tan solo una canción, la de “Cantinero
de Cuba” larguísima, complicadísima y difícil de cantar,
pero lo consigue, la canta enterita, estrofa a estrofa, con
una voz ronca y aguardentosa que hace estremecerse a los
guiris, mientras los andaluces pensamos, que ese yonki tiene
arte, pese a sus berridos, pero canta jodidamente bien y
encima obliga a desertar a los rumanos. “¡Cantinero de Cuba,
Cuba, Cuba… Cantinero de Cuba, Cuba, Cuba…Solo bebe
aguardiente para olvidar…!”
Y el cafelito cortado a casi dos euros no amarga ante el
espectáculo de extrema miseria, porque hay poderío en ese
cantar roto y los malagueños premian los alaridos con unas
monedas y una frase compasiva “¡Ande, maestro, pa una
paquetilla…!” Tampoco el hombre, con las limosnas que
recauda a cambio de su arte va a realizar una inversión en
Bolsa. Y encima se premia a un maestro, financiándole a
trompicones sus miserables noches de venas rotas. La vida es
así. A veces los encuentros con Cristo son inusitados. Como
el encontrar a la anciana indigente malhumorada que pide en
la puerta de la zapatería Nicolás y adorna la escasez de las
dádivas con frases tipo “¡Que mañana te amortajen!”La
viejecilla, con su paguita, no tendría necesidad de pedir,
pero tiene un nieto, que es la niña de sus ojos y está en el
programa de metadona, ese es el que se acerca tras la dura
jornada a rapiñar las ganancias de la abuela y con ellas
subsiste malamente. Feria de agosto, belleza indefinible en
el cromatismo de los trajes de faralaes y muchas mujeres
vestidas que van cargando con una bolsa de plástico con unas
alpargatas, porque, los zapatos del traje suelen ser
instrumentos de tortura y se ponen para majear “pa que te
vean y se empapen” pero a la hora del baile hay que ponerse
cómodas e incluso retirar los catavinos que, todo quisque
lleva colgando del cuello con unas tiras de cuero para las
libaciones sin riesgo de vasos sucios y para aprovechar las
degustaciones de vino fino.
¿Qué si yo empino el codo? Bueno, me tomo dos cafés, el
primero con ganas y un Arcalión bálsamo neuronal y el
segundo por consumir y que no me echen de la mesa. Dicen que
“algo tendrá el vino cuando lo bendicen” será que es fruto
de la vid y del trabajo de los hombres, pero el café también
es fruto oloroso de una planta y también lo recolectan los
hombres, así que me parece igualmente digno de bendición y
si mi Señor no lo bendijo sería porque todavía no se había
descubierto América y los cafetales de Juan Valdés.
Fiestear tiene mucho de pasear y de mirar, están los que
andan y desandan la calle para ser admirados ellos, vestidos
de corto o de malagueños, para ser piropeadas las jóvenes y
no tan jóvenes que mueven los volantes con garbo y poderío
bajo las cámaras incrédulas de los guiris. Estamos quienes
observamos, a veces en silencio, para paladear el rumor del
gentío, a veces con comentarios si se tiene la dicha de
contar con interlocutor. Pequeños placeres antiguos de
observar a los paseantes y comprarle una biznaga al
biznaguero que va de faja roja y echo un pincel.
Calle Larios al atardecer, un cortado y una biznaga sobre la
mesa, en otra cafetería lejana, entre la música y el son de
las cañas, se adivina el cante roto “¡Cantinero de Cuba,
Cuba, Cuba…!”. ¿Qué si me he encontrado con alguien
conocido? Por supuesto, ya lo dije al principio, ustedes
saben con quien.
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