Todo el mundo padece alguna discapacidad. En mayor o menor
grado. Lo que diferencia a unas drogas de otras es sólo su
reconocimiento social. Del mismo modo que la discrepancia
entre alguien que no puede caminar y una persona que no
puede montar en avión –debido a su obesidad- es también sólo
cuestión de arbitrariedad por parte de los otros.
En el proyecto de Integración y Dinamización hacia el Empleo
(IDEM), sufragado con fondos de la Unión Europea –en un 70
por ciento- y por la Ciudad Autónoma en el restante 30 por
ciento, participan personas que padecen una discapacidad
física, psíquica o sensorial. Es un programa pionero en
España y Ceuta lo desarrolla –bajo la gestión de Procesa- en
la UNED.
Con un presupuesto de sesenta millones de las antiguas
pesetas -352.000 euros aproximadamente- treinta alumnos de
entre 18 y 50 años adquieren formación con el único
propósito de acceder a un puesto de trabajo. Es el último
peldaño para acceder a la independencia ‘real’.
De este curso, que se inició en mayo de 2006 y concluirá en
julio de 2007, saldrán los futuros animadores sociales,
monitores de ocio y tiempo libre, conserjes, relaciones
públicas e incluso voluntarios dispuestos a formar parte del
engranaje laboral de la ciudad en temas de inmigración,
ancianos y discapacidad. La ilusión por trabajar es tal que
algunos ya han rechazado otros trabajos que les surgieron
con la esperanza de ocuparse “en lo suyo”, según indicó
Marisa González, profesora de la asignatura de ‘Ocio y
tiempo libre’. Otros de los módulos estudiados a lo largo de
las cinco horas diarias son ‘Psicología’, ‘Braille’,
‘Lenguaje de signos’ y ‘Atención domiciliaria’. Los
objetivos son muchos y las expectativas superan cualquier
mal presagio. Gloria Blanch, la psicóloga del equipo,
comentó que la principal meta es la integración social y
laboral de estas personas: “La creación de un nuevo perfil
profesional en estas materias”, resumió.
Trabajar con este colectivo implica, por extensión, una
labor con sus familias, su entorno e incluso con los propios
hábitos del alumno. “Como con cualquier otra persona”,
explicó Blanch.
La dependencia es “nefasta” y está en contra del desarrollo
humano, según la psicóloga. En muchas ocasiones sólo provoca
que los jóvenes sean un producto “de los padres”. Con
discapacidad o sin ella, lo cierto es que la excesiva
permisividad puede jugar una mala pasada. Por este motivo,
las profesoras del proyecto piensan, en última instancia, en
la creación de una escuela de padres, para integrar las
necesidades de los hijos con las de sus progenitores.
Y es en este campo en el que más se esfuerzan por trabajar.
En los cursos se intenta que, “aunque la sociedad les ponga
limitaciones”, los alumnos demuestren “con su personalidad y
sus habilidades sociales” que ellos son como el resto.
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